La película sobre homosexualidad para la que los Oscar todavía no están preparados
'Call Me By Your Name' de Luca Guadagnino narra la historia de amor entre un chico de 17 y otro de 28 que ya ha despertado ataques en nombre de la doble moral de Hollywood
El año pasado los Oscar dieron la sorpresa al premiar con el máximo galardón a una película independiente, de un autor prácticamente desconocido, protagonizada por afroamericanos y de temática gay. Después de la polémica suscitada por el lema #OscarSoWhite y en plena vorágine del triunfo de Donald Trump y toda su batería de ataques xenófobos, los premios más importantes de la industria del cine decidieron apostar por Moonlight, una historia de personajes que luchaban por integrarse en el seno de una sociedad que parecía darles la espalda por esa acumulación de etiquetas que la película se encargaba de subrayar: negro, pequeño, pobre y marica.
Sin embargo, la película de Barry Jenkins trataba la homosexualidad de una manera un tanto naíf, como si tuviera miedo de herir sensibilidades y disfrazara su discurso de poesía tan estilizada como vacía. No hurgaba en los deseos y las frustraciones de los personajes ni mostraba sus pulsiones sexuales de una forma contundente. Un año antes Todd Haynes fue apartado de las nominaciones a pesar de haber rodado uno de los relatos más hermosos y delicados del cine reciente como fue la adaptación de la novela de Patricia Highsmith Carol. El amor lésbico y las escenas explícitas entre mujeres demostraron ser todavía un tabú dentro de Hollywood. Y eso que la película era finísima.
Esta temporada los académicos más conservadores se van a volver a rasgar las vestiduras cuando vean Call Me By Your Name, la película de Luca Guadagnino que narra la historia de amor entre un adolescente de 17 años y un joven de 28 a lo largo de un verano en un pequeño pueblo indeterminado del norte de Italia. Y sabemos que ya ha habido algún que otro indignado que se ha dedicado a lanzar furibundos ataques contra ella en nombre de la moral norteamericana. En concreto, el actor James Woods, que atacó la película con un tuit en el hacía referencia a la pérdida de los valores y la decencia en la sociedad utilizando el hastag de una organización defensora de la pedofilia. Armie Hammer, uno de los protagonistas de Call Me By Your Name le contestó con un contundente: ¿No saliste tú con una chica de 19 años cuando tenías 60? Y actrices como Amber Tamblyn reconocieron en esa misma red social que era una práctica habitual de Wood el coquetear con menores de edad.
Mientras exista esa hipocresía en Hollywood a la hora de juzgar las películas a través de la intransigencia y los valores más obtusos y retrógrados, poco podrá hacer Call Me By Your Name en su carrera hacia los Oscars. Seguramente reciba alguna nominación a modo de consolación, a modo de palmadita en la espalda valorando sus esfuerzos. Pero casi se puede augurar, que poco más. Donde sí puede que arrase es en los más abiertos de mente Independent Spirit Awards, donde parte como favorita con seis nominaciones, entre ellas mejor película, mejor dirección, mejor actor (Timothée Chalamet) y mejor actor secundario (Armie Hammer).
Y es que la fama y el prestigio de la película se ha ido fraguando poco a poco, a fuego lento y paso seguro. Se presentó en Sundance, en la sección Panorama de la Berlinale a principios de año, y más tarde en Toronto y en el Festival de San Sebastián. Las críticas en todos esos certámenes han sido unánimes. Para entendernos, un 98% en Rottentomatoes. ¿Qué tiene Call Me by Your Name para despertar semejante beneplácito? (excepto para James Woods, claro). Luca Guadagnino siempre ha sido un director especial. Muchos lo descubrimos gracias a Yo soy el amor (2009), una película que estaba recorrida por la semilla de la extravagancia, por el aroma de la imprevisibilidad. En ella demostró su capacidad para romper las reglas de la ortodoxia y deslumbrar a través de una suntuosidad de aroma vintage al borde del delirio que certificaba su naturaleza hedonista, una característica que recorre toda su obra, incluida Call Me By Your Name.
Y es que sus películas son puro goce estético y también sensitivo. En ellas se exalta la sensualidad del cuerpo, del placer, del deseo carnal contenido. Y tras esas pulsiones primitivas descubrimos a un puñado de personajes presos de sus debilidades y sus más profundas miserias. No es de extrañar que ese universo tan particular que había creado en sus anteriores películas encajara a la perfección con la historia de amor entre Elio y Oliver, descrita con tanta intensidad como desazón por André Aciman en su novela Llámame por tu nombre (fue editada en 2008 por Alfaguara y actualmente se encuentra descatalogada).
Sabemos que ya ha habido algún que otro indignado que se ha dedicado a lanzar furibundos ataques contra ella en nombre de la moral norteamericana. En concreto, el actor James Woods
Los derechos de la obra literaria habían sido adquiridos por James Ivory, que con 89 años escribió el guion de la película y trabajó en su adaptación mano a mano con Luca Guadagnino, que también aportó su toque personal, situando la acción en 1983, al parecer para que los personajes mantuvieran la inocencia previa a ola de conservadurismo desatada con Reagan en Estados Unidos y Thatcher en Reino Unido y de que estallara definitivamente el sida como una enfermedad que terminaría convirtiéndose en un arma de miedo política para estigmatizar las relaciones homosexuales.
El resultado es una delicadísima adaptación de la prosa de Aciman. Guadagnino, como demostró en Cegados por el sol (2015), es un portentoso creador de atmósferas sugestivas. En Call Me By Your Name es capaz de suspender el tiempo, de sumergir al espectador en una atmósfera cálida y húmeda, aletargada e hipnótica, donde hasta el sonido de las chicharras o el jugo de un albaricoque se convierten en una fuente de magnetismo erótico. En medio de ese paisaje de voluptuosidad campestre, nos encontramos con la desesperación y confusión hormonal de Elio ante la llegada de un nuevo huésped que pasará el verano con sus padres, profesores universitarios de historia que acogen cada año a estudiantes que están realizando una tesis académica. Su nombre es Oliver y su cuerpo parece sacado de una de esas esculturas grecolatinas de proporciones apolíneas que estudia su progenitor.
Desde el primer instante, todo lo que veamos en la película pasará a través de los ojos de Elio. Así, nos sumergiremos en su desazón, en sus contradicciones perpetuas, en el proceso de asimilación de su identidad sexual, en la negación, en la toma de iniciativas, en ese torbellino, al fin y al cabo, que supone el primer amor. Ese amor que parece prohibido, que te reta y avasalla por dentro, que desmoraliza y al minuto siguiente tras una nimia señal, envalentona.
Todo ese sinfín de sensaciones contradictorias, arrebatadas y ansiosas es capaz de trasmitir el portentoso actor Thimothée Chamalet delante de la cámara de Guadagnino. Su interpretación es de esas que te cogen por sorpresa, que quizás no valoras en su justa medida hasta el plano final, que se encarga de concentrar a través de su mirada y su rostro, todo el recorrido vital, todo el aprendizaje emocional que ha sentido a lo largo de ese verano que cambiará su vida para siempre.
La historia de amor entre Elio y Oliver se irá desplegando poco a poco. A ritmo de largas siestas, de lecturas al borde de la piscina, de paseos en bicicleta y de lecciones de arte que nos conectan con el pasado, con la historia de Italia, con el tiempo que avanza sobre nosotros. Y como suele ocurrir, la pasión tan largamente deseada será tan intensa como breve. Marcará a fuego y se quedará para siempre incrustada, provocando primero dolor, después una nostalgia difusa.
Guadagnino se muestra mucho menos proclive a la ostentación estilística que en sus anteriores films. En esta ocasión reposa la cámara a la altura de la fragilidad de sus personajes, parece estar más pendiente de ellos, de sus miedos e inseguridades que de componer planos de una elaboración sofisticada. Por el contrario, cada imagen se impregna de una enorme elegancia y sutileza. Nada se explica, todo se intuye, y eso deja al espectador el suficiente espacio como para comulgar de forma íntima y experiencial con aquello que está viendo. Quizás por esa razón la película provoca un impacto emocional tan fuerte. Nadie queda inmune. Y termina de alguna extraña manera, convirtiéndose en trascendente.
"Es una película de aprendizaje, pero su lección, afortunadamente, nunca termina de aprenderse del todo"
Al principio te atrapa con el ronroneo de ese verano plácido, nos mece con composiciones bellísimas al piano de André Laplante y Ruychi Sakamoto, después se dedica a juguetear, a insertar el elemento del deseo insatisfecho (la escena de masturbación con un albaricoque, tan teenager), introduce un par de secuencias de baile en una verbena a ritmo del Love My Way de The Psycodelic Furs que se convierten en icónicas de manera inmediata (más tarde ese mismo tema se repetirá durante su última noche juntos), se pone melancólica al son de Sufjan Stevens, para terminar rematando con una de las conversaciones padre-hijo más emocionantes del cine reciente, de esas que por la sabiduría, templanza y sinceridad que contienen, te rompen el corazón. Ah, y ese plano contenido final del que ya hemos hablado, que se funde con los títulos de crédito y que consigue que la película se quede en suspensión en la cabeza durante mucho tiempo.
Quizás por todas estas razones, la historia de amor entre Elio y Oliver no es una más entre tantas otras. Da lo mismo la diferencia de edad, esos ocho años que a James Woods le parecen una perversión de la naturaleza y que muchos académicos considerarán como una ofensa. La película no juega con el morbo, sino con los sentimientos en estado puro. Tiene algo de milagro. El que supone mostrar de una manera tan nítida como al mismo tiempo dolorosa y reconfortante, lo que significa primero desear, después amar y por último perder. Es una película de aprendizaje, pero su lección, afortunadamente, nunca termina de aprenderse del todo.
Por eso, puede que nos lleguen muchas películas mejores este año, pero ninguna será tan especial y tan emocionante, tan sensible y significativa como Call Me By Your Name.
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