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Sir William Henry Perkin, el joven químico millonario por descubrir el primer tinte sintético

El investigador británico es considerado el padre de la industria química al desarrollar los colorantes artificiales y las fragancias sintéticas

Fotografía de William Henry Perkin sentado en su estudio en Sudbury, Derbyshire.
Fotografía de William Henry Perkin sentado en su estudio en Sudbury, Derbyshire.SSPL/Getty Images

Como tantas otras veces en la Ciencia, Sir William Henry Perkin representa otro gran ejemplo de encontrar por casualidad lo que no se busca y, con ello, realizar un descubrimiento que, en el fondo, supuso una nueva industria. Si a este hecho le unimos una gran capacidad emprendedora y una visión para los negocios, nos encontramos con un joven investigador que a los 21 años ya era millonario por un único descubrimiento y que a los 36 se retiró para dedicarse a la investigación y devolverle a la química todo lo que le había dado.

Sir William Henry Perkin nació en Londres, tal día como hoy de hace 180 años, un 12 de marzo de 1838. Fue el séptimo hijo de un carpintero y siempre recibió buena educación, ya que acudió a una escuela privada. Desde muy pequeño tuvo una gran atracción por los experimentos, y un amigo, tal y como contó él más tarde, le enseñó una reacción química que fue la mecha de su vocación posterior: “Me mostró algunos experimentos químicos y el poder maravilloso de sustancias para cristalizar en formas definidas. El último me produjo una impresión muy fuerte y vi en la química algo más allá que con otras actividades en las que yo había estado ocupado hasta entonces”.

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A pesar de la oposición paterna, William Henry Perkin logró ingresar a los 15 años en el Real Colegio de Química de Londres, y a los 17 ya estaba contratado por el químico alemán August Wilhelm von Hofmann. Era el asistente de laboratorio del eminente científico, que era tan brillante en la teoría como torpe en la experimentación, que en realidad era lo que le fascinaba al joven Henry Perkin.

Cuando William tenía 18 años, Hoffman le asignó la síntesis de la quinina, que es una sustancia química natural que se aísla de la corteza del árbol de la quina y que sirve para tratar la malaria, una enfermedad que a mediados del siglo XIX era frecuente en Europa. Tanta era la preocupación por este problema que hasta se estableció un premio para el químico que lograse sintetizar quinina en el laboratorio, ya que en esa época no se conocía la compleja estructura de la quinina, sino solo su fórmula molecular.

Hoffman y Perkin pensaron, con bastante ingenuidad, que se podría sintetizar por oxidación de anilina, y como el joven y atrevido Perkin era un entusiasta investigador que no solo trabajaba en el laboratorio de Hoffman, sino que también realizaba experimentos en un laboratorio casero que montó en su casa, se lanzó a la aventura.

Así, durante las vacaciones de la Semana Santa de 1856, Sir William Henry Perkin realizó diversos experimentos que no dieron lugar a la quinina, sino a una especie de alquitrán oscuro que cualquier químico siempre desecha por considerarlo un residuo. Sin embargo, Perkin se dio cuenta de que el color era persistente y que los matraces no se limpiaban del todo, así que pensó que podía ser un colorante. Repitió y perfeccionó de forma cuidadosa los experimentos y comprobó que el resultado era el primer colorante sintético: la anilina morada, también conocida como malveína o, en su honor, malva de Perkin. Con solo 18 años patentó la idea.

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Desde ese momento, el joven William Henry Perkin promovió una investigación intensa sobre colorantes, tintas, pinturas, etcétera, que aún hoy en día es una de las industrias químicas más potentes. Junto con su padre y un hermano fundó una fábrica para producir estos tintes, ya que el color obtenido, el violeta, había sido el más difícil de lograr de forma natural, y desde tiempos fenicios fue siempre un gran negocio.

Perkin se convirtió en empresario de éxito y en visionario de los negocios, ya que no solo realizó el descubrimiento y lo patentó, sino que también organizó la fábrica, obtuvo el capital necesario, realizó labores comerciales y de venta, así como diversas mejoras técnicas en el proceso industrial. El color púrpura, que desde antiguo simbolizaba la realeza, tuvo una gran acogida al pasar a ser accesible para todo el mundo, de tal forma que a los 21 años William ya era millonario. Incluso hasta la reina Victoria usó un vestido teñido de color malva para la Exposición Real de 1862.

La posibilidad de fabricar colorantes sintéticos fue una gran ventaja para la sociedad de la que aún disfrutamos, porque ya no había que depender de fuentes naturales para su obtención y, por tanto, no se agotan, son más consistentes en calidad, más variadas en colores y también más baratas.

En los años siguientes William Henry Perkin desarrolló una gran variedad de tintes sintéticos y también diversificó su producción con perfumes, a la vez que se convirtió en una persona popular en el mundo de la moda por su aportación a los colores en los tejidos.

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La experimentación continua de Perkin condujo al descubrimiento de un método para cambiar la estructura de los compuestos orgánicos en su nivel molecular. Gracias a este proceso, conocido como Síntesis Perkin, produjo una cumarina, un perfume sintético con un agradable olor a vainilla.

En plena Revolución Industrial, el químico y empresario de éxito había creado una nueva industria, la química. Tanto fue su éxito que en la época contaban que el color del río variaba según los vertidos de la fábrica, y de esta forma se podía saber qué estaba produciendo Perkin ese día con solo mirar las aguas, si tinte o perfume...

En 1869 Sir William Henry Perkin encontró un método para producir comercialmente la alizarina, un tinte rojo brillante, pero la empresa alemana BASF patentó el proceso justo un día antes. A partir de ese momento, la competencia con la nueva industria química alemana con compañías como Bayer, BASF y Hoechst fue tan feroz que empezó a perder terreno y decidió, en 1874, vender todo su negocio y retirarse. Tenía 36 años y tan solo cedió la primacía en el sector de los tintes sintéticos a Alemania, porque él no abandonó su gran pasión, la investigación en química orgánica, que lo acompañó hasta su muerte.

Su trabajo continuó dando grandes resultados y ofreciendo importantes descubrimientos a la Química. En 1878, por ejemplo, halló la que sería conocida como Reacción de Perkin, un método para obtener ácidos grasos no saturados. Tal fue la relevancia científica de William Henry Perkin que, en 1906, se estableció la Medalla de Perkin para conmemorar el 50 aniversario de su primer descubrimiento y, desde entonces, se entrega cada año a la mejor aportación de la química industrial.

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Entre los reconocimientos que tuvo en vida, a Sir William Henry Perkin le concedieron la Medalla Real y la Medalla Davy de la Royal Society en 1879, en 1906 fue nombrado Caballero de la Orden Británica y recibió el título de sir, en 1884 lo nombraron Miembro Extranjero Honorario de la Sociedad Química alemana y en 1906 obtuvo la medalla Hofman de la misma. Ese mismo año también recibió la Medalla de Lavoisier de la Sociedad Química francesa y fue nombrado doctor honoris causa por las universidades de Wurzburg, St. Andrews, Manchester, Heildelberg, Oxford, Leeds, Colombia y por de la Hopkins.

William Henry Perkin falleció en Sudbury, Inglaterra, el 14 de julio de 1907 por una pulmonía y una apendicitis, una mezcla paradójica de enfermedades como lo fueron sus experimentos a lo largo de su vida.

Perkin no sintetizó quinina como era su propósito cuando era joven y hubo que esperar al año 1944 para que Woodward y Von Doering lo lograran, pero tuvo la mente lúcida para aprovechar resultados negativos de una investigación y convertir la casualidad en descubrimiento. Con la industria de los colorantes, Perkin se hizo rico muy joven y luego dedicó todos sus esfuerzos a ser uno de los químicos orgánicos más brillantes de la segunda mitad del siglo XIX.

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