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Columna
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Nada más poderoso

El feminismo es el único movimiento que parece capaz de dinamizar las sociedades en este momento

Soledad Gallego-Díaz
Manifestacion en Madrid el 8-M.
Manifestacion en Madrid el 8-M.Jaime Villanueva (EL PAÍS)

Las formidables manifestaciones del 8-M demuestran que no hay nada más poderoso que una movilización por los derechos civiles, que el movimiento feminista es una de sus mejores y más vivas expresiones y que en España existe un profundo y enorme enfado por la desigualdad creciente en cualquiera de sus formas. Y acaso una cuarta conclusión: la derecha española tiene una trágica dificultad para moverse en ese campo.

El hecho de que el feminismo esté construido precisamente sobre el discurso de la igualdad le coloca en el corazón mismo del conflicto que atenaza a buena parte de las sociedades democráticas. Por eso, quizás, ha reaparecido con tanta fuerza, porque encabeza con más claridad que ningún otro movimiento la lucha por los derechos civiles, es decir por los derechos que garantizan la capacidad de los seres humanos para participar en la vida civil y política. Y a hacerlo en pie de igualdad, sin que ningún poder, público o privado, pueda discriminarle por razón de sexo, raza, edad, incapacidad, nacionalidad, religión u otras características.

Es el feminismo el único movimiento que parece capaz en estos momentos de dinamizar las sociedades y de obligar a esos poderes a cambiar sus agendas. Por eso es tan importante que las grandes huelgas y movilizaciones del pasado 8 de marzo se traduzcan rápidamente en exigencias concretas y en resultados palpables. No se trata de que exista una mayor conciencia social sobre la discriminación que sufren las mujeres, ni sobre la desigualdad, eso no es suficiente ni lo ha sido nunca. Se trata de ejercer un poder transformador y de exigir los instrumentos que permitan llegar a esos objetivos. Como escribía esta semana Pablo Simón, los hombres deberían reconocer que es la iniciativa de las mujeres la que está permitiendo hacer frente al avance de las fuerzas reaccionarias que llaman a la puerta.

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El movimiento feminista tiene en estos momentos la energía necesaria para exigir que las leyes impulsen y protejan la igualdad ante la ley, y que las leyes no sean instrumentos de propaganda, como sucede en tantos casos cuando se trata de los derechos de las mujeres, sino que sirvan a esos objetivos, en el trabajo, en los consejos de administración, en la vida civil, económica y política, y en la vida privada.

El éxito de la jornada de movilización feminista tiene bastante que ver con el hecho de que ya hay mujeres en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad, políticos, económicos, empresariales, mediáticos, educativos o culturales. Sin ellas, sin esa presencia, aún insuficiente, pero activa, no hubiera sido posible que el mensaje llegara hasta el último rincón de España, como ha llegado.

Ese ha sido uno de los errores de la derecha española, ignorar que las mujeres tienen ya una parcela de poder, por pequeña que sea y que son conscientes de que su situación sigue siendo muy frágil. La ola ha arrasado tanto a la dirección del PP como a la de Ciudadanos y la rectificación en el último minuto no sirvió sino para resaltar aún más su trágica ceguera. Rivera sacrificó la bien ganada imagen de modernidad de su mejor dirigente, Inés Arrimadas, a su obsesión por no separarse un milímetro del votante del PP. El feminismo no es una etiqueta, como cree Ciudadanos y la ministra de Igualdad (a propósito, si no les gustan las etiquetas, ¿qué hacen militando en partidos políticos?). Y tampoco un lazo violeta, como el que exhibió incongruentemente Mariano Rajoy: si tanto aprecia la igualdad, ¿por qué el PP presentó en su día recurso de inconstitucionalidad contra las leyes de paridad aprobadas por los parlamentos de Castilla-La Mancha y Baleares?

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