España: epicentro feminista
De la buena salud del movimiento feminista puede depender cerrar el paso a las fuerzas reaccionarias que ya están llamando a la puerta
La huelga feminista del 8 de marzo ha sido un éxito. Sus promotoras han sido capaces de marcar la agenda durante días, poner a las mujeres en primer plano y resaltar lo lejos que estamos de la igualdad real para la mitad de la población. Máriam Martínez-Bascuñán ya habla de que este hito puede inaugurar una Cuarta Ola en el feminismo. Sin embargo, todo apunta a que España se ha convertido por derecho propio en un epicentro de este tsunami, con un feminismo mucho más activo y movilizado que otros países ¿Por qué puede haber sido esto así? Cualquier respuesta solo puede ser especulativa.
Es verdad que a nivel internacional movimientos como el #MeToo y las protestas de las mujeres contra Trump pueden cruzar el Atlántico. La existencia de unas clases medias digitalizadas y angloparlantes, entre las que las mujeres son, por su mayor nivel educativo, un segmento importante, ayuda. Adicionalmente, la movilización de mujeres organizada a través de Twitter, que permite prescindir de los intermediarios (o gatekeepers) tradicionales –casi siempre masculinizados–, parece una condición necesaria. Incluso se podría hablar del cambio en la representación simbólica de las mujeres (véase en el cine), generando nuevos referentes.
Ahora bien, todos estos factores son una constante aquí, en Portugal, Reino Unido o Alemania. Tiene que haber algo más para explicar el auge feminista en España.
Se puede especular sobre la base material que espolea la movilización feminista. Si los recortes han incidido más sobre sectores con empleo más feminizado –sanidad y educación–, si además esto les aboca a una doble jornada más severa y si encima las mujeres son, junto con jóvenes, parados de más de 50 años e inmigrantes, un colectivo especialmente desprotegido por el mercado laboral español, puede haber una base material que explique que salgan a la calle.
Sin embargo, la clave probablemente esté en los actores políticos. El primero el propio movimiento feminista español, el cual ha sabido combinar trazos intergeneracionales con nuevas formas de participación de manera sugerente. El segundo son los partidos políticos, los cuales desde la Ley de Igualdad de 2005 y por efecto de las cuotas han tendido a feminizarse. Esto es clave porque la presencia de mujeres se suele relacionar con más políticas paritarias e, incluso, un cambio en la propia concepción simbólica del papel de la mujer. Por último, la cada vez mayor presencia de mujeres en posiciones importantes en la esfera pública y mediática española ha permitido espolear este debate capital gracias a su compromiso.
Por supuesto, ninguno de estos factores agota los porqués de la fuerza que ha cobrado el feminismo en España. Sin embargo, debemos seguir hablando de ello porque de la buena salud del movimiento feminista puede depender cerrar el paso a las fuerzas reaccionarias que ya están llamando a la puerta.
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