La leyenda de los leales samuráis de Ako
En Tokio, el templo zen de Sengakuji recuerda con estelas de piedra la historia de los 47 ‘ronin’
En el distrito Minato de Tokio, cerca de la estación de Shinagawa, está el pequeño templo zen de Sengakuji, donde un cementerio con 47 estelas de piedra gris recuerda la historia de los 47 ronin, suceso del siglo XVIII que versa sobre un grupo de leales samuráis que se vieron obligados a convertirse en ronin (guerreros sin amo) debido al suicidio obligado de su daimio (señor feudal) y su posterior venganza.
La historia, un mito nacional en Japón, aparece en relatos como El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké (Historia universal de la infamia; 1935), de Jorge Luis Borges; Tales of the old Japan (Cuentos del viejo Japón; 1871), de A. B. Mitford, o 47 ronin . La historia de los leales samuráis de Ako, del autor japonés Tamenaga Shunsui, publicada en castellano, en edición crítica y comentada de Jesús Palacios, con grabados de Utagawa Kuniyoshi, por la editorial especializada en cultura nipona Satori.
Más de un centenar de películas han llevado la historia de los 47 ronin al cine, filmes como Genroku Chûshingura (Los 47 samuráis; 1941), de Kenji Mizoguchi, o el remake en 3D La leyenda del samurái (47 Ronin ), dirigido en 2013 por Carl Erik Rinsch y con Keanu Reeves como protagonista.
La ofensa
En la primavera de 1701, el ilustre señor del castillo de Ako, Asano Naganori Takumi no Kami, recibió del sogún (gobernador militar de Japón) Tokugawa Tsunayoshi (1680-1709) la orden de trasladarse a Edo (actual Tokio) para agasajar a un enviado del emperador. Para evitar errores fatales de protocolo, se encargó a un alto funcionario, el maestro de ceremonias Kira Kotsuké no Suké (la leyenda le describe como un personaje corrupto, insolente y fatuo) la instrucción de Naganori en los complejos rituales de la corte. Naganori era un samurái poco acostumbrado a impertinencias, y las continuas provocaciones y burlas de Kira le hicieron desenvainar su espada en la mansión del sogún, una ofensa terrible castigada con la muerte, y herir levemente a Kira en la cara.
Ese mismo día fue condenado a morir infligiéndose seppuku o harakiri, último honor reservado a todo samurái sentenciado a muerte. El 21 de abril de 1701, Naganori bebe sake, escribe un poema de despedida, se desnuda hasta la cintura y tras envolver cuidadosamente la empuñadura del tanto (daga de unos 30 centímetros) con papel de arroz para no manchar mucho la tarima, se abre el vientre con las dos heridas rituales y muere como un samurái. Un hombre le ayuda en el doloroso trance decapitándolo con la katana: su fiel consejero Oishi Kuranosuke.
“Un viento frío
se lleva las flores de cerezo.
No veré la primavera”.
La conspiración
Su castillo y sus bienes fueron confiscados; su familia, expulsada de sus tierras; sus sirvientes, desbandados; el nombre de la Casa de Ako, condenado al olvido y la ignominia. Su esposa se recluyó en el templo de Sengakuji, donde fue enterrado el suicida. La leyenda quiere que la misma noche que se mató, el consejero Kuranosuke y otros 46 samuráis se conjuraran en un bosque para planear lo que se produjo un año y medio más tarde.
A fin de despejar cualquier sospecha de las autoridades en cuanto a sus planes de venganza, los samuráis sin amo se dispersan. Oishi Kuranosuke, el líder de los vengadores, abandona a su familia y se muda a Kioto, donde frecuenta lupanares y casas de juego. Una vez es expulsado borracho de una taberna y amanece dormido en la calle, tumbado sobre su propio vómito. Alguien lo reconoce y le escupe en la cara, abochornándole su comportamiento, impropio de un samurái. Los espías del sogún son testigos de la degradación en la que han caído los ronin, lo que tranquiliza al taimado Kira Kotsuké, que temía sus represalias.
La venganza
Un terrible noche de ventisca del invierno de 1703, cuando ya nadie lo esperaba y sus nombres eran objeto de burla y escarnio, los 47 samuráis de Ako se dieron cita en un jardín de las afueras de Yedo, cerca del puente de Ryogoku. Iban con las banderas de su señor. Repartidos en dos grupos atacaron el palacio de Kira Kotsuke no Suke. La batalla, contra más de 200 defensores, fue feroz. Borges la describe así: “El descenso arriesgado y pendular por las escaleras de cuerda, el tambor del ataque, la precipitación de los defensores, los arqueros apostados en la azotea, el directo destino de las flechas hacia los órganos vitales del hombre, las porcelanas infamadas de sangre, la muerte ardiente que después es glacial; los impudores y desórdenes de la muerte. Nueve capitanes murieron; los defensores no eran menos valientes y no se quisieron rendir. Poco después de media noche toda resistencia cesó”.
Los atacantes capturan a Kira, que está escondido en un patio. Le ofrecen morir como un samurái, pero no se atreve y es decapitado sin honor. Los supervivientes llevan la cabeza del maestro de ceremonias hasta el templo de Sengakuji; tras lavarla en un pozo, la ponen en un altar frente a la tumba de su señor. Después se entregan a las autoridades.Todos son condenados a muerte, a excepción del más joven, perdonado por el propio sogún Tsunayoshi. Se les otorga el privilegio de suicidarse.
La leyenda
El 20 de marzo de 1703 los ronin se hicieron el seppuku, siendo enterrados, junto a los caídos en el asalto, al lado de la tumba de su señor en el Templo de Sengakuji. El joven ronin indultado fue enterrado tras su muerte, ya octogenario, junto a sus hermanos de armas. La historia de los 47 ronin pronto se hizo muy popular, y Sengakuji se convirtió en un lugar de peregrinaje. Años después, el nombre de Asano y de la Casa de Ako sería restaurado y su honor restablecido.
En su versión de la historia, Borges introduce un elemento sorpresa al final del relato: “Hombres y niños vienen a rezar al sepulcro de esos hombres tan fieles. Entre los peregrinos que acuden, hay un muchacho polvoriento y cansado que debe haber venido de lejos. Se prosterna ante el monumento de Oishi Kuranosuké, el consejero, y dice en voz alta: ‘Yo te vi tirado en la puerta de un lupanar de Kioto y no pensé que estabas meditando la venganza de tu señor, y te creí un soldado sin fe y te escupí en la cara. He venido a ofrecerte satisfacción’. Dijo esto y cometió harakiri. El prior se condolió de su valentía y le dio sepultura en el lugar donde los capitanes reposan”.
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