Gucci sorprende e inquieta en un monótono Milán
Alessandro Michele reflexiona en la firma sobre los límites de lo natural
Desde que presentó su segunda colección para Gucci hace dos años y medio, una pregunta se repite sin cesar en los corrillos —físicos y digitales— de la moda: ¿Hasta cuándo durará el fenómeno Alessandro Michele? Con su estética colorista, excesiva e instagrameable, el diseñador ha aumentado un 40% las ventas de la firma que dirige. Y lo ha hecho pese a haber subido entre un 5 y un 15% el precio medio de sus productos. El italiano se ha convertido, además, en uno de los creadores más influyentes del momento: lo demuestra el número infinito de firmas que reinterpretan sus prendas temporada tras temporada. Desde Zara hasta enseñas de lujo.
En un momento en el que crecer más allá del 10% resulta casi utópico, todos los grupos y marcas buscar replicar su éxito, fabricar su propio fenómeno Michele. Y aun así, o quizá por ello, cada temporada se espera que ceje su influjo. De momento, el director creativo de Gucci sigue confiando en la fórmula que tan buenos resultados le ha dado y lo demuestra al ahondar una vez más en su universo onírico-pop. Esta vez, a través de una colección que puede interpretarse como una respuesta irónica a todos aquellos que ya han puesto fecha de caducidad a su proyecto.
Para empezar, las invitaciones al desfile que se celebró el miércoles en Milán eran temporizadores que iniciaron simultáneamente una cuenta atrás horas antes del evento. Al llegar a cero y con todos los invitados sentados alrededor de la pasarela empezaron a emitir unos alarmantes pitidos que, finalmente, no precedieron a ninguna explosión sino al comienzo del show. En un espacio pintado de verde hospital, con sillas de sala de espera y varias mesas de operación repartidas por la estancia, los modelos mostraron su trabajo para el próximo otoño-invierno a ritmo de unos frágiles latidos.
Algunos llevaban reproducciones de sus propias cabezas bajo el brazo, como si hubiesen decapitado a su siamés, y otros mecían cachorros de dragón. Los primeros trajes aparecían cubiertos por bolsas de morgue semitransparente. Y poco a poco iban surgiendo los dos grandes referentes que definirían un desfile que buscaba ser una reflexión sobre los límites de la naturaleza, según explicó Michele más tarde.
Por un lado, el diseñador retoma la estética deportiva retro que Wes Anderson reflejó en sus películas Los Tenenbaums y Viaje a Darjeeling. Y, por otro, rinde homenaje a Edith Bouvier y Little Edith, las excéntricas parientes de Jackie Kennedy que protagonizaron el imprescindible documental Grey Gardens, y que, a medio camino entre el chador y la Virgen de Fátima, gustaban de cubrir su cabeza con varios pañuelos. Todo ello aderezado por tocados inspirados en la tradición afgana. Sentada en primera fila, Donatella Versace observaba la colección del que fuera uno de sus discípulos. “El secreto de Michele es que no ha tenido miedo a arriesgar y a mantenerse fiel a su personalidad, que es lo que hoy le falta a la industria. La monotonía va a acabar con la moda”.
En este última categoría, la de los anclados en el inmovilismo, se inscribe Emilio Pucci, cuyo equipo creativo —aún sin director desde que Massimo Giorgetti abandonase la marca hace un año—, volvió a revisitar sus míticos estampados en clave deportiva. Esta temporada también se une al club el siempre polémico y extravagante Jeremy Scott. Después de inspirarse en Barbie, Bob Esponja y Pequeño Pony para sus colecciones, el británico tomo el miércoles como referente a Jackie Kennedy. Su propuesta para Moschino fue una interminable declinación en colores ácidos del mítico traje de chaqueta que hizo famoso la primera dama estadounidense. Algunas de las modelos que lo lucían llevaban el cuerpo pintado de azul, naranja o verde cual marcianas. Una travesura que aseguró a Scott la deseada repercusión en redes sociales y distrajo la atención de un trabajo poco expresivo.
Max Mara y sus abrigos
Max Mara, reina de los abrigos y los trajes de corte impoluto, intentó salir de lo que los psicólogos llaman su zona de confort reinterpretando, según su nota de prensa, la estética de “las reinas del punk” Siouxsie y Sinead O'Connor. Pero llevar una teoría tan ambiciosa a la práctica no siempre es fácil: los pantalones de raya diplomática asomaban por debajo de faldas tubo, los vestidos se fruncían desestructurando su patrón, e inesperados flecos remataban los abrigos elaborados en maravillosas lanas y cachemires. Todo rezumaba el estilo inconfundible de la nueva asesora de la marca, la exdirectora de Vogue Francia, Carine Roitfeld, pero la colección, en su conjunto, no resultaba clásica ni juvenil; punk ni conservadora; nueva ni vieja.
El octogenario Karl Lagerfeld ensayó el jueves para Fendi una nueva silueta de hombros trapezoidales con la que daba forma a “un uniforme romántico en un mundo de mujeres”. Sin dejar claro si ese universo pertenece al ámbito de lo real o de lo imaginario, sus prendas resultaban pragmáticas, estrictas, casi monjiles con arquitectónicas faldas plisadas, pequeñas capelinas acolchadas que se superponían a abrigos masculinos y túnicas de estampados geométricos. Hubo también espacio para la exaltación del logo de la firma, que cubría abrigos, bolsos, vestidos, y que incluso fue reinterpretado con la tipografía y colores de la marca deportiva Fila en una chaqueta de visón.
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