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¿Turismo en uno de los países más pobres del mundo?

Haití recibió medio millón de visitantes en 2015. La inestabilidad, la pobreza y las catástrofes naturales ocultan un espectacular patrimonio histórico, cultural y natural

Un pescador, en Saint Louis du Sud, una localidad con gran potencial turístico al sudeste de Haití.
Un pescador, en Saint Louis du Sud, una localidad con gran potencial turístico al sudeste de Haití.PABLO LINDE
Pablo Linde

En Haití no abunda el agua potable. La mayoría de las casas no tiene retrete. No existe la recogida de basuras, ni su tratamiento. En la capital, de más de tres millones de habitantes, no hay ni un solo cine. Es raro ver semáforos, y más todavía alguno que funcione; pero tampoco se sanciona a los infractores en la carretera. Es un país sin autovías, taxis por las calles o cadenas de comida rápida. Por no tener, no cuenta ni con palacio presidencial, que quedó derruido en el terremoto de hace ocho años y todavía no ha vuelto a ponerse en pie. Lo que sí hay en Haití es música, cultura a raudales, una gastronomía interesante, sol, las turquesas y cálidas aguas del Caribe, playas paradisíacas, parajes naturales, asombrosas cuevas y un gran patrimonio histórico.

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Como consecuencia de estas carencias —y algunas otras—, en Haití la industria turística es muy limitada. Y, por su enorme potencial, muchos ven a este sector como uno de los que pueden ayudar al país a salir adelante. Pero, ¿de verdad puede desarrollarse el turismo en el país más pobre de América? Algo ya hay. Según los últimos datos de la Organización de Turismo del Caribe, en 2015 recibió medio millón de visitantes, la mayoría procedentes de cruceros estadounidenses que hacen paradas en el norte de la isla. Esto es 10 veces menos que sus vecinos de la República Dominicana.

Curiosamente, el tipo de turismo que ahora se asocia al Caribe, el de resort y playa que tan consolidado está al Este de la isla La Española, nació en Haití, que en un tiempo fue considerada la Perla de las Antillas. La inestabilidad del país cortó el desarrollo de una industria que comenzó a brotar en los años setenta del siglo pasado.

“Es un país que esconde su atractivo donde invertir”, asegura Bruno Jacquet, especialista del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que tiene en marcha varios proyectos para potenciar el turismo. “Es una percepción injusta, hay muchas oportunidades. Está asociado a inestabilidad y desastres naturales... no es que no existan, pero no de forma tan exagerada como se cree. Esto oculta que es una nación que crece, que tiene creatividad, dinamismo y capacidad en los idiomas… Y mezcla una enorme riqueza cultural con la histórica. Haití tiene uno de los mayores patrimonios en el Caribe”, subraya.

En 2015 Haití recibió medio millón de visitantes, la mayoría procedentes de cruceros estadounidenses que hacen paradas en el norte de la isla

En el norte de la isla, donde paran los cruceros, fue también donde Cristóbal Colón hizo escala en su primer viaje al continente. La Santa María encalló en esta misma zona y en ese lugar se construyó el primer asentamiento español en el nuevo mundo, el Fuerte Navidad. Más tarde, la isla de La Tortuga se convertiría en un refugio de bucaneros que asaltaban a los barcos que volvían cargados con riquezas a Europa. Cerca está Cabo Haitiano, la segunda ciudad del país, y una de las considerabas más bonitas y dinámicas. A unos 30 kilómetros se encuentra La Citadelle, una enorme fortaleza patrimonio de la humanidad que construyó por órdenes del rey Henri Christophe, que gobernó el país cuando este se emancipó de Francia a principios del siglo XIX. Fue la primera independencia resultado de una revuelta de esclavos, lo que convirtió a Haití en segundo país de América en conseguirla, después de Estados Unidos. Todo el territorio está salpicado por antiguos fuertes franceses o que se construyeron para combatirlos.

“Este legado puede servir para fomentar un turismo cultural que complemente al tradicional de resort”, asegura Jacquet. En el sudeste del país, en Saint Louis du Sud, permanecen las ruinas de un par de estos fuertes que el BID, que facilitó la logística para este reportaje, proyecta rehabilitar y acondicionar. Las aguas turquesas del mar, las palmeras y los manglares y contrastan con la miseria en la que viven los habitantes a pie playa, con casas precarias, rodeadas de basura que ensucia este paisaje idílico.

Gaby Mesidor, de 27 años, es el guía del Fuerte de los Olivos. Aunque chapurrea algunas palabras de español, porque estuvo trabajando en Cuba, tiene que explicar la visita en francés con marcados toques de criollo, el idioma que habla normalmente la mayoría de la población haitiana, una mezcla de la lengua colonial con otras africanas. Recibió una formación del Ministerio de Turismo y asegura que recibe a unos 40 turistas mensuales, que recompensan su trabajo con propinas, su única remuneración. Por eso, también se dedica a la pesca, la principal actividad de la zona. Enseña lo que queda de la fortaleza, explica para qué era cada estancia y muestra la isla de enfrente, donde se encuentra otra mayor.

Pero, de momento, todo se queda en potencial. Lo que hay en el islote es difícilmente transitable. Las cabras pastan entre maleza y piedras; el guía ofrece a los visitantes ver el lugar donde se almacenaba el agua, un sótano oscuro de difícil acceso atestado de arañas del tamaño de una mano. Y algo parecido pasa con la infraestructura. Apenas existen lugares donde quedarse cerca de estos parajes que se antojan una mezcla entre el paraíso y el infierno, según se mire al mar o a las condiciones de vida de quienes moran a su alrededor.

Airbnb suscribió a finales del pasado enero un acuerdo con el Gobierno para promocionar Haití como destino

Según explica el especialista en turismo del BID, hay varias grandes empresas interesadas en abrir proyectos en la zona y algunos terratenientes en negociaciones con ellas, pero de momento no va más allá de eso. Además del temor de hacer inversiones en un lugar inestable, muchas piden infraestructuras que no existen, como accesos adecuados o suministros de agua y luz que habría que instalar ex profeso para ellos.

Otras iniciativas más pequeñas sí van surgiendo para aprovechar todo este potencial que ofrece Haití. Olivier Testa, un espeleólogo francés que ha recorrido medio mundo en busca de cuevas se embarcó en una expedición en el país caribeño para descubrir grutas escondidas. Descubrió una “preciosa” en Pestel, cerca del extremo occidental de la isla. Y a partir de ahí comenzó a explorar y a hallar nuevas, alrededor de una veintena que, en sus palabras, “no solo eran simplemente hermosas, también tienen un gran interés científico por sus rocas, su biología, su geología, su historia”. En febrero organizó, en colaboración con el Ministerio de Turismo, la primera visita. Ya tiene lista de espera para la siguiente.

A otro nivel, una de las empresas que también parece ver las posibilidades del país es Airbnb. La plataforma de alquiler de viviendas vacacionales suscribió a finales del pasado enero un acuerdo con el Gobierno para promocionar Haití como destino en su página web y suministrarle información con las estadísticas que genere.

El ministerio no ha respondido a las preguntas de este periódico sobre sus planes para la industria. Ha lanzado algunas campañas para atraer turistas en los últimos años. En 2016, bajo el lema Vive la experiencia, trató de potenciar la llegada de extranjeros. Pero si puede servir como comparación, en la pasada Feria Internacional del Turismo de Madrid (Fitur), países como Siria, Níger o Palestina estaban haciendo un esfuerzo por atraer visitantes, mientras que Haití no contaba con presencia. “El país debe desarrollar una política pública de desarrollo turístico sostenible. Hubo algunos esquemas en diversas ocasiones, pero todavía hay mucho espacio para construir un plan público de inversión y servicios que facilite y promueva inversiones privadas en el sector, que son necesarias”, sugiere Jacquet.

Es otra de las muchas oportunidades de un país que tiene tanto potencial como dificultades para aprovecharlo.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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