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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un año más en la frontera serbia

Miles de personas continúan esperando poder continuar su camino

Invierno en Serbia.
Invierno en Serbia.No Name Kitchen

Grecia ocupaba los titulares, movilizaba miles de voluntarios y se hacía con gran parte de la ayuda que europeos avergonzados por las decisiones de sus gobiernos enviaban o llevaban en persona. Y de repente, unos pocos fotógrafos mostraron al mundo cómo cerca de mil refugiados, casi todos hombres y jóvenes, se helaban de frío en pleno centro de Belgrado, la capital serbia. 15 grados bajo cero, eso decían los termómetros. Hace un año ahora de aquellos momentos en los que un viejo y abandonado almacén detrás de la estación de trenes de la ciudad, cubierto de nieve, y vivienda improvisada de las personas atrapadas tras los controles policiales y las vallas en las fronteras de la Unión Europea, recorrieron medios de comunicación y redes sociales.

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Esas horribles imágenes no fueron más que el reflejo de una realidad atroz que estaba pasando en plena Europa: personas escapando de conflictos, abandonados al frío, entre plagas de chinches y sin escapatoria por el refuerzo del control fronterizo. Eso llamó la atención de las organizaciones que centraban sus esfuerzos en Grecia y de muchos europeos que decidieron movilizarse desde sus países. Comenzó a llegarles comida caliente, luego también cenas, mantas, madera que se pudiera quemar sin tóxicos para calentar los espacios.

La antigua estación de tren constaba de tres barracas con goteras, sin luz y llenas de humo del fuego, dónde los refugiados habían puesto las tiendas, sacos y mantas que los voluntarios les procuraban. Los menos afortunados tenían que dormir en casetas o vagones abandonados. Era un sitio muy sucio y lleno de basura, pero con las ganas de trabajar de los jóvenes y la ayuda de las oenegés, fue poco a poco mejorando hasta crearse un sitio decente, a pesar de la situación. Se pusieron estufas, había desayuno, comida y cena; había duchas, repartos de ropa y zapatos; se podía aprender inglés, francés y alemán, jugar a cartas o simplemente tener una conversación. Así, lo recuerdan los creadores de la No Name Kitchen, una de las primeras asociaciones en formarse, por voluntarios llegados desde España. En cuestión de semanas, la organización ciudadana había creado una red de ayuda en torno a las necesidades de una crisis humanitaria sin precedentes en la reciente historia de Europa.

Muchas cosas han pasado en este año, con un agotador verano de altas temperaturas por medio, porque si de algo entienden los Balcanes es de extremos. Aunque las necesidades de los refugiados siguen siendo las mismas– su autoestima está más mermada y tienen más traumas a sus espaldas– las imágenes de este año son menos fuertes. Casi todos los refugiados que continúan atrapados en Serbia están metidos en campos. En abril se demolieron esos almacenes y ahora se construye un complejo de lujo que albergará el mayor centro comercial de Europa.

Sin embargo, unos 400 jóvenes continúan viviendo al frío de este invierno. Les urge irse y ese es el sacrificio que pagan por ello. Viven en edificios abandonados o tiendas al aire libre y dependen de lo que las oenegés independientes les puedan ofrecer de comida, ropa y duchas para poder así estar cerca de la frontera con Croacia para intentar probar cruzar. También los que están en campos siguen probando suerte, aunque eso suponga el gasto extra del tren o del autobús cada vez que tienen que trasladarse al comienzo de la aventura a la que llaman ‘The Game’.

En todo este año, han pasado cosas. Hungría ha comenzado a retener en unos centros que funcionan como cárceles de máxima seguridad, a aquellos pocos refugiados a los que acepta tramitar su asilo. Serbia ha aumentado el espacio destinado a los refugiados –ahora tiene 18 centros con una capacidad para 6000 personas– , pero los trámites para aceptar refugiados como ciudadanos de pleno derecho no avanzan.

Europa ha concluido su plazo de acogida a personas llegadas de países en conflicto sin que ninguno de los países haya cumplido el acuerdo. Y aunque no se ofrecen vías claras para que los solicitantes de asilo se labren un futuro en Occidente, los gobiernos de los Balcanes todavía siguen tratándolos como residentes provisionales. Es decir, que no tienen los mismos derechos que el resto de personas: no pueden trabajar, ni escoger a qué colegio llevar a sus hijos (a veces ni tienen acceso a ellos), ni pueden alquilarse una casa o transportarse en el coche privado de un amigo ya que si alguien lo hace, pueden acusarle de tráfico de personas.

Así están las cosas. Un año más tarde. Igual, pero con imágenes menos impactantes.

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