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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

¿Por qué manifestarse a las puertas de la UE?

Un grupo de cerca de 150 refugiados acampa en la frontera entre Serbia y Croacia para pedir el paso

Manifestación en la frontera entre Serbia y Croacia el pasado 25 de diciembre.
Manifestación en la frontera entre Serbia y Croacia el pasado 25 de diciembre.No Name Kitchen

–¿Qué día es Navidad? – me preguntó J. en mayo. Estábamos en un autobús de Belgrado.

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– El 25 de diciembre. ¿Por qué?

Sonrió de lado. Pocas veces sonríe.

– Porque creemos que ese día nos abrirán la frontera, podremos ir de forma segura a Europa, a pedir el asilo y así llegar a ser ciudadanos libres algún día.

Y esa esperanza se clavó en las personas, que necesitan, como todos, agarrarse a sueños. Y los días previos al 25 de diciembre, comenzó la propuesta de reunirse frente a la frontera con Croacia. Este mensaje circuló a través de WhatsApp entre los refugiados que hay atrapados en Serbia, cifra que el pasado febrero la organización ACNUR situaba en 8.000 personas y que actualmente podría situarse alrededor de los 6.000, según estima la portavoz de la misma organización en Belgrado. Esperarían a que la compasión de la que se habla estos días, unida a la presión de los refugiados, pudiera llevar por fin a la apertura de las fronteras.

Así, el mismo día de Navidad, los voluntarios de No Name Kitchen, la asociación que desde la localidad de Šid provee asistencia a refugiados, conocieron que había aproximadamente 150 personas en el puesto fronterizo de Tovarnik, también familias con bebés, dispuestas a dormir al frío de la intemperie para luchar por esa esperanza que tenían. Para protestar por sus derechos.

Cabe recordar que en Serbia las demandas de asilo no son respondidas desde Europa, tampoco por las autoridades. En este país en agosto de 2017 se habían tramitado solo dos peticiones de acogida. La gente vive en campos de refugiados o en la calle sin ningún tipo de libertad ya que al no tener documentos no pueden trabajar ni, por ejemplo, alquilar viviendas.

Se esperaba la llegada de cientos de personas más. Pero las autoridades serbias actuaron. Cerraron campos, según contaron los propios refugiados. Y cortaron trenes y autobuses para que aquellos que habitan más allá de Sid, es decir, la mayoría, no pudieran acercarse a Tovarnik.

"Por la noche llegó una familia, y la madre estaba embarazada", comenta Pablo, uno de los voluntarios que trabajan en la zona. "Llegaron en taxi". El gasto de un taxi desde Belgrado a Tovarnik es muy alto. Son cerca de dos horas de trayecto. Además, hay que tener en cuenta que quien asumió ese coste fue una familia que lleva alrededor de un año encerrada en Serbia, más de dos fuera de su casa, que gastó una inversión millonaria para llegar a Europa con traficantes, que con sus pasaportes no pueden cruzar casi ninguna frontera del mundo y que no pueden trabajar. Un gasto que algunos de los afganos que han llegado hasta allí aseguran que llega a los 5.000 euros por persona.

Sin embargo, la desesperación les llevó a hacerlo, aún sabiendo que ese gasto era para pasar la noche a la intemperie del duro invierno serbio, aferrados a la esperanza de que la caridad afloraría durante el mágico día de Navidad. Esperarían "los días que hagan falta" hasta que eso pasara. Las mantas, las tiendas de campaña, las comidas calientes y la leche que los voluntarios repartieron durante los dos días que duró la protesta fue la única ayuda que encontraron.

Desde que se supo de la concentración, los antidisturbios serbios se desplegaron en la frontera. A los dos días disolvieron la protesta. No tan pacíficamente, según afirman algunos de los testigos que no se atreven a dar muchos datos porque miedo de acusar de temas tan delicados en tiempos donde la libertad está en entredicho.

El portavoz del Comisariado que se encarga de los refugiados en Serbia me dijo una vez que no le gustan los voluntarios porque "empoderan a las personas llegadas de países en guerra". Esa afirmación muestra que se ve a las víctimas como seres inútiles incapaces de tomar decisiones por ellas mismas. Si los ven desde ese prisma me pregunto si realmente están aceptando que tienen los mismos derechos que los europeos.

De hecho, No Name Kitchen está en el ojo de mira del Comisariado y la policía desde las protestas. Las autoridades han dicho a los medios de comunicación serbios que fueron las personas voluntarias las que animaron a los refugiados a reunirse, los que les dijeron que en Navidad se abrirían las puertas. Los tacharon de anarquistas y, mientras No Name Kitchen sigue repartiendo sus comidas diarias como han hecho siempre, tienen a los policías encima con el propósito de intimidar.

Y yo, que los he conocido, puedo decir que la única responsabilidad que esta asociación creada por iniciativa ciudadana tiene es la de que esta crisis humanitaria en Serbia no haya a llegado a ser una catástrofe.

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