La fiebre de los cruceros en la época del ‘Titanic’
Opulenta y evocadora, la época dorada de los grandes trasatlánticos sigue fascinando. Una muestra en Londres analiza ahora desde una perspectiva cultural y sociológica el papel que el arte, la moda y el diseño desempeñaban en aquellas ciudades flotantes.
En 1915, lady Marguerite Allan, la esposa de un rico naviero, embarcó en el Lusitania en Nueva York junto a sus dos hijas adolescentes y dos doncellas. Sería el viaje final de aquel trasatlántico, que se hundió frente a la costa de Irlanda —en tan solo 18 minutos— tras ser torpedeado por un submarino alemán. Las dos niñas estuvieron entre los 1.198 civiles fallecidos, pero lady Allan y las doncellas lograron salvarse con una pieza de equipaje que incluía una tiara de diamantes y perlas de Cartier. En 2015 la maison adquirió la joya en Sotheby’s por medio millón de libras.
Esta es una de las numerosas historias relacionadas con la edad de oro del viaje transoceánico con las que la comisaria Ghislaine Wood se topó mientras investigaba para la primera gran exposición del año en el Victoria & Albert Museum de Londres: Ocean Liners. Speed and Style (del 3 de febrero al 17 de junio de 2018). Y aquella tiara, el valiosísimo resto de un naufragio que soliviantó a la opinión pública y contribuyó a que Estados Unidos entrara en la I Guerra Mundial. Pero el objeto que probablemente despertará mayor fascinación entre los visitantes es un fragmento del revestimiento de un salón de primera clase del Titanic. Es la pieza más grande que se conserva del malogrado barco y estaba ubicada precisamente en el lugar donde el buque se partió por la mitad. “Lo más destacable de ese panel de madera tallada es que evidencia lo bellos que eran los interiores a bordo”, afirma Wood. “Puede que no fueran Picasso o Matisse, pero las navieras reclutaron a artistas muy populares de su tiempo para decorar sus barcos”. De estilo Luis XV y con motivos rococó, la tabla se parece tanto a la que mantiene a flote a Rose en la película Titanic que es imposible no inferir que fue su inspiración directa.
El ritual más esnob era el ‘grande descente’: cuando los pasajeros bajaban con sus mejores galas las escaleras del comedor
No obstante, la muestra —realizada en colaboración con el Peabody Essex Museum de Salem (Massachusetts) y patrocinada por Viking Cruises— no busca recrearse en infortunios, sino explorar desde una perspectiva cultural y sociológica la historia de los grandes trasatlánticos. Desde el viaje inaugural del barco de vapor de Brunel, el Great Eastern, en 1859, hasta el del Queen Elizabeth 2, en 1969. Y lo hace a través de unos 250 objetos: pinturas, esculturas, maquetas, muebles, prendas de ropa, fotografías, carteles publicitarios, proyecciones de vídeo y hasta una suerte de piscina sin agua. Elementos que ilustran el impacto que esos colosales navíos —a los que Julio Verne describió como “ciudades flotantes”— ejercieron en la sociedad moderna. “Entre otras cosas, moldearon la percepción cultural de las actividades de ocio aspiracionales”, señala la británica. Solo unas décadas antes, desplazarse en barco se consideraba una eventualidad desagradable y peligrosa asociada a la migración y que se ejercía solo por necesidad.
Con el comienzo de siglo, la moda se convirtió en parte central de la experiencia. La colección crucero instaurada hoy en el calendario de desfiles es un vestigio de aquella época. En cada área o actividad del barco imperaba un estricto código de vestuario y un mal paso estilístico no pasaba inadvertido: “Se podía llevar algo muy caro y estiloso y que aun así no fuera acertado”, cuenta Wood. Es el caso de un traje estampado con una corbata de encaje morado que se exhibe en la muestra. “Un pasajero del Queen Elisabeth 2 se lo había encargado a un sastre muy moderno de Savile Row llamado Tom Gilbey. Pero en cuanto bajó a cenar, el caballero se dio cuenta de que su atuendo era totalmente inapropiado”. El ritual más esnob —y voyerístico— de la travesía era la grande descente: a la hora de la cena, los pasajeros escogían de entre lo mejor de su guardarropa y bajaban lentamente por la escalera del barco ante la atenta mirada del resto de viajeros. El equipaje era la primera señal de su poder adquisitivo; marcas como Louis Vuitton —que en 1896 había introducido su reconocible monograma— eran símbolo de opulencia y estatus. El museo exhibe también las lujosas maletas de Goyard con las que el duque de Windsor y Wallis Simpson viajaban en el SS United States, el barco del que fueron pasajeros habituales.
La popularización de la aviación comercial en la década de los setenta dejó a los buques de línea fuera de circulación. Sin embargo, su influjo en la cultura popular —especialmente el cine y la literatura— sigue siendo poderoso, y Ghislaine Wood no descarta que su encanto se reavive. Alimentan su esperanza datos como que la industria de los cruceros cerró 2017 con la cifra récord de 25 millones de pasajeros. “Quién sabe, podría haber incluso otra edad de oro del viaje marítimo”.
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