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MIRADOR
Columna
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Daño nuevo

La infección corroe el carácter de la sociedad y predispone a la ciudadanía al desapego, la indiferencia y la justificación de lo intolerable

Álvaro Pérez "El Bigotes" responde a las preguntas de la fiscalía por la trama Gürtel Valenciana.Vídeo: Víctor Sainz. ATLAS
David Trueba

A lo largo del tiempo se ha comprobado la influencia directa de los modos de gobierno con el carácter de la ciudadanía. Las sociedades expuestas a dictaduras mostraban comportamientos directamente relacionados con los modos de mando que llegaban a justificar la violencia, la tortura, la corrupción endémica, el nepotismo y la xenofobia tras una larga temporada viviendo bajo esa cotidianidad. No es raro que pese a la llegada de la democracia se distingan derivas totalitarias en las primeras décadas de los Gobiernos elegidos y así los populismos de Rusia, Polonia o Hungría poco pueden sorprender a quien conozca el legado que arrastran. España tardó mucho tiempo en sacudirse los vicios adquiridos del franquismo porque la democracia no es una medicina de efecto inmediato como algunos creen, sino un lento tratamiento expuesto a debilidades orgánicas. Los norteamericanos pagarán por muchos años la ruptura de la convivencia que significa el mandato de Trump, porque los efectos contagiosos del poder sobre la sociedad son sutiles pero duraderos.

Por eso es tan grave la actitud que viene mostrando el PP frente a los casos de corrupción que han jalonado su hegemonía electoral. Las revelaciones de testigos en los casos que afectan a su organización nacional y a las sedes más emblemáticas de Madrid y Valencia señalan a la dirigencia, como ha pasado con Convergència en Cataluña. Los acusados ahora tratan de ganar tiempo y simpatía nombrando a jefes políticos porque los saben amortizados e inmunes. Suena como el señalar a muertos en los juicios de asuntos mafiosos. Pero lo trágico es la ausencia en la organización del partido en el Gobierno de las tres actitudes que se esperan en estos casos. No ha habido ni colaboración con la justicia ni deseo de esclarecimiento ni propósito de reforma. Los ciudadanos tan sólo han percibido un acorazado anhelo de exprimir la repugnante estrategia aquella de que quien resiste gana.

El mayor daño al país viene de la infección a las generaciones futuras, que crecen en una atmósfera de cinismo insoportable. Sabedores de que las grandes empresas han engrasado las finanzas del partido, asisten asombrados a la prescripción del delito, el atasco judicial, la salvación técnica y la remolonería para asumir culpas. Pareciera que la pena mayor es la del telediario, razón por la que tapan las vergüenzas con la manipulación descarada de los contenidos informativos, pero la verdad es mucho peor. La infección corroe el carácter de la sociedad y predispone a la ciudadanía al desapego, la indiferencia y la justificación de lo intolerable, lo que conduce al reinado del desprecio por el otro. Un daño que durará décadas.

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