Notas estratégicas
La primera condición para que se materialice una guerra es que forme parte del imaginario ciudadano
El año 2018 no llega con demasiadas buenas noticias. Los dos grandes temas del año pasado siguen empeorando. La Organización Meteorológica Internacional acaba de confirmar que 2015, 2016 y 2017 han sido los años más calurosos desde hace siglo y medio, y que la tendencia sigue al alza. Y el mundo del trabajo y el capital continúan completamente desequilibrados, alimentando una desigualdad que tiene, o tendrá, consecuencias políticas inevitables.
Es verdad que, según los expertos, se anuncia un mayor crecimiento económico, lo que debería ser positivo, pero nadie es capaz de garantizar al mismo tiempo 12 meses de estabilidad. Entre otras cosas porque los datos de Naciones Unidas indican que el gasto militar se incrementa en determinadas zonas del mundo de una manera extraña (en Asia y en Europa del Este, por ejemplo). Hasta el Gobierno español se ha sumado a la tendencia con un incremento del gasto militar de un 80% de aquí a 2024. En Alemania el debate forma parte del posible acuerdo de coalición: la actual ministra quiere doblar el presupuesto militar para 2024, algo que los socialdemócratas estiman excesivo. Mientras, Arabia Saudí se arma hasta los dientes y, peor aún, peligra el acuerdo nuclear con Irán.
No ha habido forma de recuperar ni el lenguaje, ni las normas, los patrones de democracia de antes de la crisis. Más bien al contrario, se instalan en la conversación elementos que parecían desterrados. Un documento de la Comisión Europea de 2015 llamado Nota estratégica reintroducía, por ejemplo, palabras que desaparecieron con la caída del muro de Berlín: “Si la amenaza de una guerra era impensable en Europa hasta hace poco, no hace falta mucha imaginación para pensar ahora en una (...). Una confrontación militar no es ya una reliquia del pasado, sino un grave riesgo para el futuro (…)”.
El análisis de posibles conflictos armados forma parte de cada vez un mayor número de artículos, y la sensación de emergencia se va extendiendo poco a poco, no solo en Ucrania u Oriente Próximo, sino en zonas insospechadas: en Hawái alguien toca un botón y pone en alerta a la población entera sobre un ataque nuclear de Corea del Norte (¿qué sistema de alarma es ese que se activa con un único botón y una sola equivocación?). Suecia, país neutral, ha realizado las mayores maniobras navales en 30 años y ha repartido a su población un pequeño folleto titulado Si llega la guerra, que no reeditaba desde hace décadas. El presidente de Estados Unidos discute sobre misiles a voz en grito, e Israel va rompiendo las pocas costuras que contienen la desesperación palestina.
El lenguaje nunca es inocente. Es verdad que las guerras son siempre posibles (y siempre evitables), pero la primera condición para que se materialicen es que antes formen parte del imaginario ciudadano. Por eso es siempre tan necesario negarse a entrar en esos teatros. Si no se hubiera discutido tanto en los think tanks de Estados Unidos sobre el Clean Break Report, en el que jóvenes académicos defendían ya en los años noventa invadir Irak, desestabilizar Siria y provocar el hundimiento económico de Irán, quizás no se hubiera llegado tan fácil a Bagdad.
Una vez más, en economía y en política se trata siempre de decisiones, de elecciones humanas, no de catástrofes naturales, ni procesos irreversibles. Todo depende siempre de cómo reaccionemos nosotros y de cómo reaccionen los demás. Y todavía hay cientos, miles de millones de personas que creen que el pensamiento político debe regirse por la razón y que el económico no puede esquivar, en ningún caso, sus derivaciones en la vida real de los ciudadanos. Ninguna decisión económica es irreversible, dice el economista Dani Rodrik. Habría que tenerlo presente.
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