Exlatinos
Se habla, desde hace rato, del muro que pretende levantar como el mayor símbolo de su lucha retráctil contra la invasión de los bárbaros
Hacía unos años que no viajaba a Estados Unidos y estuve en Washington hace poco. Llegué desde Buenos Aires y entré por Miami, donde tuve que hacer los trámites de migración. En la fila había una inmensa mayoría de latinos: brasileños, peruanos, ecuatorianos, bolivianos, mexicanos, argentinos como yo. Entré con pasaporte europeo, de modo que todo me resultó muy sencillo: solo demoré dos horas y media. Mientras pasaba por migraciones y por el control de seguridad para tomar mi conexión a Washington, vi hordas de latinos vistiendo uniforme de personal aeroportuario gritar (con acento de Cuba, de Colombia, de México) a hordas de latinos sin uniforme y con cara de pavor: “¡Muévase! ¡Hable más alto! ¡Salga por ahí! ¡Deje sus líquidos en la bandeja! ¡Quítese todo de los bolsillos! ¡Camine, brazos arriba, piernas separadas, abra la maleta, no puede ingresar alimentos, muestre ese paquete, muévase!”. Vi, digo, a latinos o descendientes de latinos tratando a otros latinos como si fueran una indeseable secreción de la humanidad. Vi, digo, a latinos que en algún momento dejaron sus países por el motivo que fuere, o a hijos de esos latinos, esparcir terror, desprecio y maltrato entre los suyos; entre personas que quizás estuvieran allí para ir a Disney World pero que quizás fueran —como ellos o sus padres o sus abuelos habían sido antes— gente que iba tras su pequeña porción de sueño americano, o gente huyendo de algo peor que la muerte. Se habla por estos días de los insultos de Trump contra ciertos países. Se habla, desde hace rato, del muro que pretende levantar como el mayor símbolo de su lucha retráctil contra la invasión de los bárbaros. Ya no hacen falta el muro ni los insultos: estar transformando a las antiguas víctimas en victimarios, a los antiguos oprimidos en orgullosos guardianes del reino, es su triunfo repulsivo, magno.
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