La fiesta de la democracia
Las elecciones marcarán el futuro de un mundo que va perdiendo los referentes económicos e ideológicos
Estados Unidos y América Latina se van de fiesta democrática en este 2018. En el Norte, Donald Trump tendrá que vivir las primeras elecciones intermedias y veremos si, como consecuencia del trumpismo, los demócratas ganan la mayoría del Congreso el próximo 6 de noviembre.
En política, tener la capacidad de equivocarse hasta el final también es una virtud. Y en ese sentido, una cosa es que lo que hace Trump realmente sea política, y otra, que ese fenómeno tenga una lógica en la que no veo —pese a la trampa de emular a Franklin D. Roosevelt y convocar a los demócratas para un gran programa bipartidista de desarrollo de las infraestructuras— más que un país que hace mucho tiempo abandonó la creación activa, excepto en los juguetes tecnológicos que le permiten dominar el mundo o en la especulación financiera.
Por increíble que parezca, el aeropuerto de la provincia más humilde de China está hoy en día mejor construido y es más moderno que los aeropuertos Kennedy, LaGuardia y Newark Liberty de la ciudad de Nueva York. Y respecto a los puentes ni se diga, ya que parece que corresponden más al siglo XIX que al XXI. Estados Unidos posee una cultura que ha ido envejeciendo, mientras que día a día crea más islas de dominio tecnológico controladas por los nuevos zares económicos como los Zuckerberg, los Gates o sus epígonos.
En América del Sur, Brasil podrá bailar la samba definitiva de su democracia si toma una decisión clara entre elegir a un mártir, Lula da Silva, o a un presidente. Cualquiera que sea el caso, el gigante brasileño cambiará su historia a partir de estas elecciones porque o el proceso conducirá a que impere el gobierno de los fiscales, y no estoy abogando por la impunidad en los casos Java Lato y Odebrecht que al fin y al cabo han servido para desplazar a los líderes del Partido de los Trabajadores (PT) estigmatizándolos como los creadores de la corrupción, o bien se llega a algún punto en el que se limpie la mesa y para hacerlo no se utilice como herramienta al mártir Lula.
En México la suerte está echada. Los datos no pueden dar un panorama electoral más complicado. Será muy difícil pronosticar quién va a ganar, pero lo que sí se puede determinar es que esta elección se produce en medio de la mayor crisis que el Estado mexicano ha vivido posiblemente desde los años veinte.
En este momento, la democracia es un valor que, de acuerdo al Latinobarómetro, tiene cada vez menos credibilidad y además enfrenta desafíos como el espectáculo Kuczynski-Fujimori en Perú. El actual presidente peruano estuvo al filo de la destitución tras ser involucrado en el megaescándalo de corrupción Odebrecht, situación que pudo negociar con la oposición fujimorista que lo acusaba, ya que ésta repentinamente se fracturó y no sumó los votos necesarios en el Congreso para deponer al mandatario, quien días después otorgo un indulto “humanitario” al expresidente Alberto Fujimori.
La democracia como sistema político está siendo permanentemente agredida por el divorcio que existe entre los pueblos y sus representantes. Los ciudadanos se van alejando de las formas de expresión democrática por la estafa mantenida por aquellos que en este momento la controlan, es decir, las estructuras partidistas. En ellas está gran parte de la explicación del dominio del Tea Party en el Partido Republicano y la crisis que ha traído como consecuencia la llegada de Trump y todo lo que viene aparejado. Es una crisis que no hace distingos de primer o tercer mundo, que no hace distingos entre el mundo con Internet o el mundo sin él.
Hemos llegado al punto de que nos resignamos al hecho de que, así como existen determinadas condicionantes fisiológicas en los seres humanos, la corrupción, el abuso del poder y la estafa de la democracia son inherentes al sistema. Por tanto, la fiesta de la democracia que este año llegará a las Américas va a marcar de manera definitiva el futuro inmediato de un mundo en el que cada vez más se van perdiendo los referentes y los modelos económicos e ideológicos. Un mundo que ofrece una inmensa oportunidad de estar conectados, pero que al tiempo hace parecer que los únicos actores serios en la película de este siglo XXI sean países como China o gobernantes como Putin.
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