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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

El populismo antinmigración (también) es malo para el desarrollo

Tras el avance de la extrema derecha en 2017, diez países europeos celebran elecciones este año

Gonzalo Fanjul
Los nuevos líderes de Austria Sebastian Kurz (democristiano, a la izquierda de la foto) y Chistian Strache (FPÖ) se han convertido en las nuevas estrellas del populismo xenófobo europeo. Su lema en política migratoria: "Recuperar el control". Foto: LEONHARD FOEGER (REUTERS)
Los nuevos líderes de Austria Sebastian Kurz (democristiano, a la izquierda de la foto) y Chistian Strache (FPÖ) se han convertido en las nuevas estrellas del populismo xenófobo europeo. Su lema en política migratoria: "Recuperar el control". Foto: LEONHARD FOEGER (REUTERS)

El año que ahora termina no podría haber traído peores noticias electorales para quienes aspiramos a una reforma radical del sistema migratorio europeo. Si en Reino Unido continuaba –con matices- la amalgama ideológica que dio lugar al Brexit, en tres bastiones del europeísmo como Francia, Países Bajos y Alemania los partidos tradicionales han decidido que el modo de vencer a la ultraderecha es parecerse algo más a ella. Tanto en Noruega como en Austria, la conformación de nuevos gobiernos solo fue posible gracias al acuerdo con partidos abiertamente xenófobos. Y en el Este de Europa una revolución conservadora de un tinte similar a la estadounidense o la británica desafía a las instituciones europeas cuestionando valores fundacionales de la UE.

En este contexto, el hecho de que los Estados miembros hayan cumplido solo un 25 % de sus compromisos de reasentamiento de refugiados es casi un milagro. Porque el tono de Europa en ese ámbito ya no lo marcan sus omisiones, sino sus acciones abiertamente hostiles en contra de quienes tratan de alcanzar nuestras fronteras.

La involución ideológica de Europa tendrá consecuencias graves, entre las que se incluyen sus políticas humanitarias y de desarrollo:

A lo largo de 2017 hemos aprendido que el populismo antinmigración no necesita ganar la mayoría de los votos para hacerse con el control del debate político. La contaminación de los partidos tradicionales –dispuestos ahora a discutir cuestiones que hace solo unos años hubiesen sido intolerables– es una realidad que podría haber llegado para quedarse. En 2018 otros diez países europeos celebrarán elecciones nacionales, alguno tan relevante para este debate como Italia, Hungría o Finlandia. En cada uno de estos casos existe la posibilidad de tomar la dirección equivocada y complicar aún más la posibilidad de reformar este sistema inmoral, insensato y crecientemente ilegal. Debemos ayudar a evitarlo.

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