Sexo y género
Los partidarios de que todo en la vida es cultura y nada biología son cortos de entendederas
A David Reimer, un bebé canadiense, le intervino de fimosis a los ocho meses un médico incompetente que le destrozó el pene. Las desgracias de David no acabaron aquí. Sus preocupados padres se pusieron en manos de William Money (1921-2006), un psicólogo del hospital John Hopkins de Baltimore, famoso por disociar sexo de género y sostener que el género es más aprendido que heredado. Entonces Money se creyó que era Dios, olvidó que era psicólogo, no cirujano, ni biólogo y recomendó cirugía de reasignación de sexo, una orquiectomía, que David sufrió sin saberlo a los 22 meses. El caso sería celebrado durante años como la epifanía de la teoría de la neutralidad del género, un hallazgo semántico de Money.
Todo siguió saliendo mal: el psicólogo adoctrinó a David a comportarse como una niña obligándole, entre otras ocurrencias, a someterle a juegos de rol de niña con su hermano gemelo Brian, quien actuaba como el niño que era. Les ahorro los detalles. Los gemelos son el cielo de un investigador y Money no dejó escapar a sus cobayas. Publicó estudios, organizó seminarios y pronunció conferencias sobre el éxito del caso John/Joan. David fue tratado hormonalmente y sus padres no acertaron a atreverse a contar al ofuscado equipo que el niño no estaba nada cómodo dentro de su rol de niña. Después de la adolescencia, David desanduvo el camino quirúrgico y al fin un sexólogo sensato le animó a contar su historia, cosa que hizo en un libro. Su experiencia sirvió para hacer recular a los venados de las reasignaciones tempranas de sexo pero no para reparar su vida: David Reimer se mató de un tiro en 2004. Tenía 38 años. Brian, por su parte, había sido diagnosticado de esquizofrenia tiempo antes.
La historia desoladora de los hermanos Reimer enseña que los partidarios de que todo en la vida es cultura y nada es biología son, por decir lo menos, cortos de entendederas. Sexos, haberlos, haylos.
Pero no hay solo dos y quienes, desde la otra esquina, creen que el sexo es únicamente biológico y, sobre todo, de que, o eres hombre, o eres mujer también están equivocados. No es así y desde la antigüedad sabemos que hay personas intersexuales: Hermafrodito, hijo de Hermes y Afrodita, era un dios menor en la mitología griega. La medicina contemporánea explica que las variantes del desarrollo sexual no son patologías, no deben ser tratadas como enfermedades para curarlas y ajustar el sexo a uno de los dos tradicionales.
El pasado 10 de octubre, el Tribunal Constitucional alemán resolvió que la legislación de registro civil de aquel país no podía seguir situando a las personas intersexuales en un limbo entre hombres y mujeres. Las personas intersexuales, ha resuelto, tienen todo el derecho del mundo a figurar en el registro civil como “diversos”, ni hombres, ni mujeres, y ha dado de plazo al legislador hasta el 31 de diciembre de 2018 para adecuar las leyes alemanas a la realidad. Otra cosa, establece el sabio tribunal de Karlsruhe, sería contrario al derecho general de la personalidad y a la interdicción constitucional de la discriminación personal.
La sentencia da en qué pensar: en España tenemos una ley de registro civil bastante reciente —todavía no ha entrado en vigor—, pero nuestra legislación, obsesionada con las cuestiones de género, no da razón de la condición de las personas intersexuales. Son muy pocas, acaso una de cada mil o poco más, y este, ay, es un país de tercio excluso. También concurre una razón cultural profunda: en castellano, hay básicamente dos géneros, el masculino y el femenino. El neutro que yo estudié era muy limitado: conceptos abstractos (lo justo), artículos (lo), pronombres indefinidos (algo, nada), adverbios de cantidad (tanto, cuanto) y poco más.
Pero en alemán el género neutro es tan ubicuo como el masculino o el femenino: en alemán decimos das kind (“lo” niño) y das mädchen (“lo” muchacha), son sustantivos neutros y desde siempre los hablantes de la lengua de Goethe están hechos a la triple clasificación de los géneros. No hay problema cultural, su lengua no les aherroja a la dualidad. Históricamente, la legislación prusiana de 1794 ya reconocía a los hermafroditas —hoy decimos intersexuales— el derecho a escoger uno u otro sexo a partir de los 18 años. Ahora el Tribunal alemán ha dado un paso más: quédense donde están, son distintos y tienen todo el derecho del mundo a que así conste. Amén.
Pablo Salvador Coderch es catedrático de Derecho Civil en la Universitat Pompeu Fabra.
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