El frío arrecia
PARECE UNA escombrera. Una escombrera de personas o, lo que es lo mismo, de cabezas, de piernas, de tobillos, de gargantas, de manos con cinco dedos… En el enclave de la foto viven unas trescientas personas difíciles de distinguir de la basura porque también son basura. Observen al niño basura que lleva de un lado a otro un cepillo irónico de barrer el suelo. Fíjense luego en el suelo y comprenderán la ironía del cepillo. Podríamos decir que se trata de un grumo de prehistoria situado al lado mismo de la historia de no ser porque en aquella época remota los materiales para protegerse de la lluvia y del frío eran más nobles. Cuando la prehistoria alcanza a la historia, el resultado es este: un lugar en el que las ratas acceden a la comida y a la cultura con más facilidad que los seres humanos. La historia tiene sus cosas, sus manías, sus filias y sus fobias. Tiene muros como el de la derecha de la imagen que separa la miseria de la riqueza. La historia es una apasionada de los muros y de las alambradas. Funciona al modo de un archivador donde el bienestar aparece separado del desasosiego por la delgada pared de una carpeta. Todas las carpetas están juntas, pero no mezcladas, de ahí que este poblado chabolista, conocido como el campamento de bidones de Ney, se encuentre a las puertas mismas de París, sobre una antigua vía de tren cuyas traviesas asoman por debajo de las infraviviendas como los restos de un costillar podrido. La mayoría de sus habitantes son rumanos porque hay también carpetas de rumanos como hay carpetas de españoles o suecos. El frío arrecia.
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