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Columna
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Desafíos para el día después

Debe imponerse el principio de realidad y que regrese el tiempo de la política

Josep Ramoneda
Banderas españolas, senyeras y esteladas en los balcones de Barcelona.
Banderas españolas, senyeras y esteladas en los balcones de Barcelona.Alberto Estévez (EFE)

¿Qué se puede esperar de la jornada electoral? Que se imponga el principio de realidad, que decaiga el tiempo del pensamiento ilusorio y que regrese la política: es decir, la búsqueda pactada de soluciones realmente posibles. Es mucho pedir después de una campaña anormal que arrancó con la fabulación de la derrota del independentismo por parte del bloque constitucional pero se ha desarrollado en términos de confrontación entre dos bloques cerrados que sólo coincidían en un punto: el rechazo de los equidistantes. En estos términos, desgraciadamente, sólo cabe el lenguaje de la victoria y la derrota. Y hay que salir de ahí.

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Si no se quiere que, metidos en la lógica de los buenos y los malos, todo vaya a peor, el día después plantea desafíos ineludibles. El primero, hacer todo lo posible para configurar una mayoría parlamentaria que permita formar Gobierno. Tener que repetir elecciones tendría consecuencias catastróficas para todos. Evitarlas debería ser un imperativo vinculante.

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Para ello, segundo desafío, aunque ahora mismo parezca imposible, habrá que empezar a abrir las fronteras entre bloques y dar juego a quienes pueden ofrecer algún margen mayor de polivalencia, empezando por los comunes. Habrá que revisar algunas líneas rojas de campaña, por mucho que con algunos líderes en la cárcel y otros en el exterior no será fácil. Ahora se paga no haber privilegiado la vía política en este conflicto.

Naturalmente, tercer desafío, el soberanismo tendrá que abandonar el sueño de la unilateralidad y el constitucionalismo la fantasía de erradicar al independentismo o reducirlo a la marginalidad. No cabe la ilusión de forzar la ruptura con un Estado fuerte, ni la pretensión de negar un proyecto político que recibe el apoyo de dos millones de ciudadanos.

Por eso, cuarto desafío, es imprescindible que a uno y otro lado, la política, los medios de comunicación y el mundo académico e intelectual abandonen el recurso fácil a los eternos tópicos ajenos a la realidad actual de Cataluña y España, que solo enconan los debates y aumentan la distancia, el resentimiento y el revanchismo.

De ahí que, quinto desafío, los partidos españoles tradicionales deben dejar de mirar a Cataluña como un territorio extraño. No tener un proyecto político que ofrecer a los catalanes es un desdén que se paga (como comprobará el PP).

En fin, sexto desafío: hay que revisar una peligrosa tendencia que se propaga por Europa: la judicialización de la vida social y política. La justicia en una sociedad abierta y democrática tiene que ser la última instancia. Los conflictos hay que intentar resolverlos con la política, con las normas y hábitos de convivencia, con la negociación, con la capacidad de las personas de hablar y entenderse. Cuando la justicia ocupa reiteradamente el centro de la escena es que algo falla. Por ahí empieza el autoritarismo posdemocrático.

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