El feroz ataque del pulpo gigante
Algunas especies de cefalópodos alcanzan tamaños monstruosos
A los cefalópodos, como a los niños, les encanta jugar con los colores y disfrazarse. Sepias, calamares y pulpos son capaces de transformarse por completo, adoptando la forma y colores de corales o de algas mediante los cromatóforos, células especializadas repletas de pigmentos que se contraen o expanden en respuesta a los estímulos nerviosos. En las guarderías de algunos laboratorios los bebés sepias han aprendido a escribir: son capaces de trazar una X en sus cuerpos o copiar diversas formas para pedir comida, y entre los Abdopus aculeatus, un tipo de pulpo que vive en aguas de Indonesia, los jóvenes les ponen los cuernos a los machos dominantes delante de sus tentáculos, haciéndose pasar por hembras para entrar en el harem.
Su primo, el pulpo gigante del Pacífico (Enteroctopus dofleini) crece más y vive más tiempo que cualquier otro: quizás por eso es tan listo. Su promedio de vida es de cuatro o cinco años; suele medir entre tres y cinco metros y pesa alrededor de cincuenta kilos, aunque el récord está en un ejemplar de nueve metros y 272 kilos. Con sus gigantescos tentáculos cubiertos de ventosas, pueden arrastrar en segundos un tiburón, un pez del tamaño de un atún...o a una persona. En ocasiones atacan a los submarinistas, arrancándoles las gafas de bucear con sus ventosas o intentando arrastrarlos hasta el fondo. Es uno de los invertebrados más inteligentes: en laboratorios ha demostrado que puede aprender mediante la observación cómo realizar tareas (abrir un bote, por ejemplo), o que es capaz de encontrar la salida en laberintos construidos por humanos, algo que yo todavía no he conseguido.
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