El San Valentín europeo contamina Kenia
El cultivo de flores en los alrededores del lago Naivasha, destinadas sobre todo a los mercados del Viejo Continente, pone en riesgo al ecosistema del enclave turístico africano
Con la mano izquierda sujeta el pesado estómago apoyado en una carretilla, mientras con la derecha Simon Karanji hunde un cuchillo afilado una y otra vez en los tejidos blancuzcos de la vaca. No lleva guantes, ni una mascarilla para protegerse del hedor y de los numerosos insectos que vuelan alrededor de la montaña de residuos orgánicos que yacen en el suelo bajo el sol inclemente de Naivasha (Kenia). Un líquido marrón sale de las tripas que el supervisor del matadero local exprime hasta la última gota. Examina los restos y llega su veredicto: "Nada de plástico". Hasta hace poco, para los trabajadores del sitio era común encontrar hasta un kilo de este material en las entrañas de las vacas. Karanji achaca el cambio a la normativa entrada en vigor a finales del pasado mes de agosto en su país, que impone hasta cuatro años de cárcel a los que usan envoltorios no biodegradables. El plástico ya no representa la mayor amenaza para el ecosistema de este enclave turístico. El principal peligro llega ahora de mano de la actividad agrícola, del cultivo de flores, además de los residuos y la sobrexplotación de recursos vinculados con el turismo y el crecimiento de la población.
Karanji lleva 10 años trabajando en el matadero. "Sobre todo al principio, me encontraba muy a menudo frente a casos de vacas que pastaban en los alrededores de la ciudad y que no podían digerir el plástico. Estaban sanas, pero no engordaban. Tras la aprobación de la nueva normativa, el cambio ha sido muy rápido", explica. Las vacas no son las únicas víctimas del abuso de este material, que tarda entre 500 a 1.000 años en descomponerse. También lo son los peces y otros animales destinados al consumo humano.
Con la prohibición de uso de bolsas de plástico, el Gobierno keniano se suma a países como China, Francia y Ruanda que también han gravado la utilización de los envoltorios de un solo uso. La ley del país africano es considerada la más dura del mundo en la materia y los que produzcan, vendan o incluso utilicen bolsas de plástico corren el riesgo de ser condenados a una pena de prisión o multas de 40.000 dólares.
"Ya se ven menos bolsas de plástico en circulación, aunque aún es temprano para tener datos concretos sobre el éxito de la norma", asegura Betterman Simidi Musasia, fundador y director de Clean Up Kenya, una organización que se dedica a crear conciencia sobre los problemas del medioambiente y el vertido incontrolado de basura. "Nuestra preocupación es que la prohibición no está integrada en un marco más amplio y, sin eso, no podremos librarnos de la contaminación".
Musasia alaba la existencia de distintas organizaciones que luchan por el mismo fin, pero lamenta que no exista suficiente colaboración entre ellas. "Disponemos de tecnologías y soluciones, pero lo que falta es la voluntad política. Necesitamos el apoyo de Naciones Unidas. Si países como Ruanda lo han logrado, ¿por qué no puede también Kenia?".
La cruzada declarada contra la plaga de las bolsas de plástico solo es un paso en la complicada tarea de reducir la contaminación del lago, una de las principales fuentes de agua del país. El cultivo de flores es actualmente el mayor responsable de la contaminación de la zona. El uso de fertilizantes y pesticidas de las granjas aledañas fomenta el crecimiento de algas que pueden ahogar a los peces y merma la biodiversidad de la fauna.
La industria de las flores domina soberana en esta región, ofreciendo empleo, de manera directa o indirecta, a decenas de miles de habitantes, aunque en distintas ocasiones se han cuestionado los bajos salarios de los trabajadores. Pese a estar en diciembre, las numerosas granjas de la zona ya están en plena actividad para abastecer los mercados europeos de rosas para la celebración de San Valentín.
La ley keniana que prohíbe el uso de bolsas de plástico se considera como una de las más duras del mundo
En 2016, las flores representaron el 1,1% del producto interior bruto de Kenia, según el Kenyan Flower Council. Una inversión golosa para la región del lago Naivasha, uno de los principales centros de producción del país. El año pasado, el país cosechó más de 133.000 toneladas de flores frente a las casi 11.000 de 1998, confirmando a Kenia como el principal exportador para la Unión Europea (con un segmento de mercado del 38%).
Mbogo Kamao, director ejecutivo de Imarisha Lake Naivasha Catchment Management Programme, recuerda cuando era estudiante de biología en los años setenta. Por aquel entonces el agua del lago era muy limpia y se podía divisar hasta 1,5 metros de profundidad. "Se veían los peces nadar", lamenta con nostalgia, "pero hoy es imposible ver más allá de medio metro". Sus recuerdos son interrumpidos de vez en cuando por los sonidos de los hipopótamos que descansan perezosos sin apenas asomarse fuera del lago. "El declive empezó en los años noventa y desde entonces se ha reducido también la biodiversidad. Es algo tan importante incluso desde el punto de vista económico que no podemos permitirnos que eso pase".
La organización que dirige fomenta la colaboración público-privada para la sostenibilidad ambiental de la zona y para aumentar la resiliencia frente al cambio climático. Esta actividad se complica por la extensa superficie del lago (alrededor de 139 kilómetros cuadrados a más de 1.800 metros de altitud) y el crecimiento muy rápido de población. "Las infraestructuras para el tratamiento de las aguas fueron construidas para una ciudad pequeña, pero hoy residen aquí un millón de personas", lamenta. "Serían necesarios al menos 40 años para alcanzar un nuevo estadio para el entorno", señala Joakim Harlin, experto de agua dulce de ONU Medioambiente (UNEP, por sus siglas en inglés). Su organización está debatiendo una resolución para encontrar la manera justa de apoyar en la conservación del ecosistema.
Algunas empresas agrícolas intentan aportar su grano de arena a la conservación del entorno, adoptando técnicas de producción sostenible. La Granja Longonot, parte del Grupo VP, que en Kenia produce alrededor de un millón de rosas y que da trabajo a 12.000 empleados, es una de ellas.
"Cuando empezaron a instalarse aquí las primeras empresas de flores, en los ochenta, no se daba importancia a la sostenibilidad. No había que rendir cuentas a nadie por la cantidad de recursos usados, pero afortunadamente ahora tenemos que pagar por lo que consumimos", revela Ed Harson, responsable de sostenibilidad del grupo.
El turismo y la multiplicación de asentamientos ponen a prueba el equilibrio del lago
Su finca se parece a las centenares de instalaciones similares de los alrededores, con sus invernaderos blancos uno tras otro. En un enorme edificio, en compañía de la incesante banda sonora de los ventiladores colgados del techo, los trabajadores —en su mayoría mujeres— quitan espinas, cortan tallos y preparan ramos sin descanso. Cada grupo se ocupa de un color distinto de rosas. El incesante movimiento se interrumpe solo por unos segundos, cuando de repente un temporal veraniego causa un corte de electricidad. Desde aquí, las flores tardan apenas tres días en llegar a Europa.
Pese a parecerse a muchos otros, este centro puede alardear de un sistema único para filtrar los componentes químicos del agua que extrae el lago a través de métodos naturales. Básicamente, son las plantas las que se ocupan de llevar a cabo el grueso del trabajo. Tras este proceso, el líquido se reutiliza para irrigar las flores en lugar de ser devuelto al lago. Al mismo tiempo, este sistema les permite ahorrar en costes de bombeo.
Chris Cox, experto en química de UNEP, admite que es difícil que las pequeñas granjas de la zona tengan los medios para emplear sistemas parecidos. "El Gobierno es consciente de este problema, pero aún no se han tomado medidas firmes tal como se ha llevado a cabo con las bolsas de plástico para obligar a los agricultores a usar métodos sostenibles", recalca.
El grupo también ha implementado un sistema de producción de energía basado en el uso de biomasa producida con flores y hortalizas que no responden a los estándares del mercado. La energía producida sirve para alimentar a la granja entera. Lo restos del proceso sirven como compuesto orgánico para los cultivos. El único problema, explica Harson, es que a veces no disponen de suficientes desechos, ya que la empresa intenta generar los menos residuos posibles.
El lago Naivasha, situado en el valle del Rift, a muy poca distancia del Parque Nacional Puerta del Infierno, tiene que enfrentarse también a los peligros que derivan del turismo, otra actividad económica muy arraigada en la zona. La llegada de visitantes, atraídos por la presencia de aves, hipopótamos y otros animales salvajes, impone enormes retos para el medioambiente.
Los negocios que prosperan alrededor del lago y la multiplicación de asentamientos ponen a prueba el equilibrio de este rincón a unas dos horas de carretera de Nairobi, la capital del país. La gestión de residuos no conectada con ningún sistema de saneamiento y el aumento de la demanda de recursos naturales, especialmente agua, representan las principales amenazas para el equilibrio del ecosistema.
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