Angustia
Dice que es el resultado del miedo, que le da miedo todo, desde encender la tele a poner la radio, incluso enchufar la cafetera u hojear el periódico


En la mesa de al lado alguien acaba de decir “tengo miedo”. Finjo que continúo concentrado en el periódico, pero vuelvo unos milímetros la cabeza para colocar el oído derecho en línea con la conversación. La que tiene miedo es una mujer de treinta y pocos años que acaba de dejar a sus hijos en un colegio público de los alrededores. He coincidido en otras ocasiones con ella y con su amiga, cuyos hijos van al mismo centro. Las dos están en el paro y hablan con frecuencia de las dificultades de reintegrarse al mundo laboral tras la interrupción que supuso la llegada de los críos. He intentado averiguar sin éxito qué formación tienen, aunque sospecho, por el modo en que se expresan, que las dos son universitarias.
Miedo de qué, le pregunta la amiga. De todo y de nada, dice ella. Luego, tras unos instantes de silencio, añade que muchos días se levanta con una opresión en el pecho que no le desaparece hasta que vuelve a la cama. Dice que el malestar se manifiesta también en el vientre, como si recorriera las oquedades de su cuerpo. Dice que es el resultado del miedo, que le da miedo todo, desde encender la tele a poner la radio, incluso enchufar la cafetera u hojear el periódico. Han comenzado a darle pánico las noticias, las malas noticias (valga la redundancia, puntualiza), que antes leía como si sucedieran lejos y que ahora siente que están prácticamente a la vuelta de la esquina. Dice que cada vez que suena el teléfono piensa en una catástrofe y que cuando llaman a la puerta se esconde debajo de la cama. En esto, dos camiones de bomberos protegidos por varios coches de la policía se detienen unos metros más allá de la cafetería y todo el mundo sale corriendo a ver qué ocurre. El mundo es un lugar muy peligroso.
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