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Tribuna
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Posmachismo cómplice

El objetivo del posmachismo es generar confusión sobre las consecuencias de la desigualdad y negar su relación con la construcción cultural histórica

Dos mujeres observan un cartel en Zamora que busca concienciar sobre la violencia machista.
Dos mujeres observan un cartel en Zamora que busca concienciar sobre la violencia machista.Mariam A. Montesinos (EFE)

¿Qué clase de seguridad y confianza en la mentalidad reinante debe tener una defensa en un juicio por violación para presentar como prueba situaciones relacionadas con la conducta de la víctima ocurridas después de los hechos? ¿Qué clase de sociedad tenemos para que cada año surjan 60 hombres que asesinen a sus parejas o exparejas, y lo hagan desde la “normalidad”? Ninguno de ellos formaba parte de redes criminales o se dedicaba a actividades delictivas, eran hombres “normales”. ¿Y qué clase de referencias usamos al interpretar toda esa realidad objetiva para que sólo un 1% considere que toda esta violencia es un problema grave (CIS, septiembre 2017)?

Eso es el machismo, porque el machismo es cultura, no conducta. El machismo no comienza cuando el comportamiento supera un determinado umbral, el machismo es la construcción social que toma las referencias masculinas como universales, y permite determinar la realidad y darle significado sobre sus elementos. Por eso existe la violencia de género, y por ello no existe una reacción social crítica frente a ella, del mismo modo que hay discriminación, acoso, abuso… contra las mujeres con la complicidad y el silencio como elementos necesarios para su continuidad.

Y en todo este entramado, donde coincide un avance hacia la Igualdad con un machismo dispuesto a todo, surge el posmachismo como una nueva estrategia de quienes perciben que ya no pueden defender sus ideas y valores machistas con la imposición, la amenaza y la violencia. El objetivo del posmachismo es generar confusión sobre las consecuencias de la desigualdad, y negar su relación con la construcción cultural histórica para situar los problemas en circunstancias particulares alejadas de lo común. De ese modo la violencia de género es un problema debido a hombres alcohólicos, drogadictos o con trastornos mentales, la violencia sexual es una provocación de las mujeres, y la discriminación en el trabajo, la brecha salarial, la precariedad laboral… se debe a que las mujeres son “más débiles y menos fuertes”, como afirmó el europarlamentario polaco, Janusz Korwin-Mikke.

El machismo es la construcción social que toma las referencias masculinas como universales, y permite darle significado sobre sus elementos

La confusión que introduce el posmachismo genera dudas, las dudas distancia al problema en cuestión, esa distancia lleva a la pasividad, y la pasividad hace que todo siga igual. Por eso ante la violencia de género hablan de denuncias falsas y en las agresiones sexuales cuestionan la conducta de las mujeres, porque son argumentos basados en los mitos que la cultura ha situado históricamente como forma de resolver sus contradicciones. Mitos como la perversidad de las mujeres, que hace que se acepte con facilidad que las mujeres denuncian la violencia de género para quedarse con la casa, con los niños y con la paga, o que son ellas las responsables de las violaciones por flirtear (33% lo piensa), por vestir ropa sexy (26%), o por consumir bebidas alcohólicas (30%), tal y como recoge el estudio de Amnistía Internacional (2005).

El problema no es que la gente piense de ese modo, sino que ese marco de significado es el mismo que influye en quienes tienen que responder ante la violencia de género, impregnando su respuesta profesional con el mismo significado que existe en la sociedad. De hecho, en 2016, el porcentaje de mujeres asesinadas que había denunciado con anterioridad fue del 36%, el más alto de todo los años de seguimiento estadístico, y en un momento en el que la violencia está aumentando, los partes de lesiones emitidos desde la atención médica representaron un 10’5%, lo cual supone casi un 1% menos que el año anterior (CGPJ).

Las expresiones machistas ya son fácilmente rechazadas, pero no podrían contar con el espacio que aún tienen si el posmachismo no generara esa confusión en la conciencia y distorsión en la mirada

El machismo hoy no podría subsistir sin la estrategia del posmachismo. Las expresiones machistas tradicionales ya son fácilmente identificadas y rechazadas, es cierto que todavía existen, pero no podrían contar con el espacio que aún tienen si el posmachismo no generara esa confusión en la conciencia y distorsión en la mirada, para conseguir de manera simultánea que no se vean necesarias las medidas a favor de la Igualdad, y que quienes generan la violencia sean presentados como víctimas.

En ninguna otra violencia se permitiría incitar al odio y manipular tanto una realidad caracterizada por 60 homicidios cada año, más de 600.000 mujeres maltratadas y más de 1000 que sufren violencia sexual. Sin embargo, las redes sociales y algunos medios están llenos de este tipo de mensajes que culpabilizan a las mujeres y victimizan a los hombres.

En esta era de posverdad el posmachismo se quiere hacer el dueño y señor de la realidad. No debemos permitirlo, la paz, la convivencia y la propia democracia están en juego, tal y como lleva siglos diciendo el feminismo.

Miguel Lorente fue delegado del Gobierno para la violencia de género y es autor de Mi marido me pega lo normal (Crítica).

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