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Columna
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Los villanos de la lealtad

Javier Cercas

EL 27 de octubre, día en que el Parlamento de Cataluña proclamó la república catalana y el Gobierno español intervino la Generalitat, una periodista de la Ser me llamó para pedirme que relacionara lo que estaba ocurriendo con un oxímoron que había acuñado en un libro de hace años: los héroes de la traición. Acepté. Lo que dije fue más o menos lo siguiente:

Estamos acostumbrados a pensar que la lealtad es una virtud, y lo es, pero hay momentos en que es más noble, más valiente y más virtuosa la traición que la lealtad. Es lo que ocurrió en España durante la Transición, y lo que quizá ocurre ahora mismo en Cataluña. En julio de 1976, cuando el Rey nombró presidente del Gobierno a Adolfo Suárez, éste era un franquista que había hecho toda su carrera en Falange, lo que explica que los franquistas acogieran su nombramiento con alegría, convencidos de que aquel joven apuesto y enérgico, que tan complaciente había sido siempre con ellos, iba a depararles 20 años de franquismo sin Franco. Se equivocaron: en menos de un año Suárez desmontó el régimen, convocó las primeras elecciones libres en 40 años y puso los fundamentos de la democracia. Los suyos, por supuesto, nunca se lo perdonaron, y lo convirtieron en el gran traidor, pero esa traición fue indispensable para construir la democracia en España.

"Me pregunto si en las próximas elecciones catalanas habrá algún líder independentista que tenga el coraje y la lucidez de imitar a Suárez".

En Cataluña necesitamos algo parecido; necesitamos a un líder independentista que les diga con los hechos a los independentistas que todo esto ha sido un error amasado con mentiras, y sobre todo que les diga que la democracia es forma y que en ella puede defenderse todo, incluida la independencia de Cataluña, siempre y cuando se respeten las formas, porque en democracia no es el fin el que justifica los medios sino los medios los que justifican el fin. El líder independentista que diga esto con los hechos se convertirá en un traidor para los suyos, pero sin él será difícil resolver esta crisis. Suárez aguantó a pie firme que le llamaran traidor, y lo era: traicionó un error para construir un acierto, traicionó el pasado para ser fiel al presente, traicionó a unos pocos para ser fiel a todos. Carles Puigdemont, en cambio, se arrugó en cuanto el primer independentista le llamó traidor por Twitter el día en que pudo convocar elecciones, salvar el autogobierno catalán y darle una salida a la situación imposible en que él mismo nos había metido; es decir: optó por traicionarnos a todos para ser fiel a los suyos. Esa es la diferencia entre un político de verdad y otro de mentira, y eso es más o menos lo que dije en la Ser. Ahora, transcurridos unos días, salta a la vista que el contraste entre Suárez y los líderes independentistas es todavía más acusado, y quizá más elocuente. En 1976 Suárez recibió un país partido en dos mitades por 3 años de guerra y 40 de franquismo, y en un lustro lo unió y lo dejó listo para la fase de mayor libertad y prosperidad de su historia moderna; y al final, a la hora de la verdad, cuando vinieron mal dadas y un puñado de guardias civiles irrumpió a tiro limpio en el Parlamento el 23 de febrero de 1981, este hombre se quedó en su escaño de presidente mientras las balas de los golpistas zumbaban a su alrededor y casi todos los demás diputados buscaban refugio bajo sus asientos, y en ese instante dio para siempre su medida como político, y sobre todo como hombre. En cambio, Artur Mas recibió en 2010 un país en crisis pero unido y próspero, y en unos años lo dividió y se lo entregó a Puigdemont, que lo partió por la mitad y lo puso al borde del enfrentamiento civil y la ruina económica; y al final, a la hora de la verdad también, cuando también vinieron mal dadas y la justicia democrática iba a pedirle cuentas por sus actos, este hombre se escapó a escondidas con un puñado de los suyos, dejando atrás un país incendiado y dando así, también, su medida verdadera: como político y sobre todo como hombre.

Hace 40 años Suárez tuvo el coraje y la lucidez de no incurrir en la villanía de la lealtad. Me pregunto si en las próximas elecciones catalanas habrá algún líder independentista que tenga el coraje y la lucidez de imitarlo.

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