Nueva York, la ciudad de los artistas solitarios
LA TARDE DEL 30 de octubre de 1985 Andy Warhol firmaba ejemplares de su libro de fotografías America en la librería Rizzoli de la calle 57 cuando una chica muy guapa se acercó y le arrancó la peluca. La expectante cola de admiradores vio entonces la calva que Warhol escondía desde que muy joven empezó a perder el pelo. No se inmutó. Se puso la capucha de su abrigo Calvin Klein y continuó firmando. “Miércoles, el día en que mi peor pesadilla se hizo realidad. Vale, hay que superarlo”, anotó en su diario.
La anécdota la recoge el libro La ciudad solitaria. Aventuras en el arte de estar solo (Capitán Swing), una crónica de la propia soledad de Olivia Laing, periodista de The Observer, cuando el desamor la llevó a acercarse a todo lo que pudiera intuir como desvalido en la ciudad donde la dejaron plantada: Nueva York. Del aislamiento retratado por Edward Hopper al camuflado de vida social de Warhol, pasando por la marginación de David Wojnarowicz, la autora indaga en la intimidad de artistas que sobrevivieron en Manhattan a una sociedad que, básicamente, hubiera preferido que no existieran.
La autora indaga en la intimidad de artistas que sobrevivieron en Manhattan a una sociedad.
“Una obra maestra es aquella cuya visión del mundo es más vasta que la del mejor de sus lectores”, escribió el crítico literario Northrop Frye. Laing demuestra cómo el arte revela lo que uno se siente obligado a ocultar. No habla solo de complejos, describe el paso de la destrucción a la creación. Así, el silencio agresivo de la pintura de Hopper —y la violencia física que su esposa, la también pintora Jo Hopper, revela en sus diarios— lo remató la arrogancia del Museo Whitney cuando, tras aceptar los lienzos del matrimonio que donó su viuda, se deshizo de los de ella cuando esta falleció.
A Laing no le gustó Warhol hasta que empezó a sentirse sola. En ese tipo callado y cotilla que se ocultaba tras una grabadora, la periodista ve un pionero de las relaciones escudadas tras las redes sociales. Internet como enfermedad social —donde el público busca ser el espectáculo, lo efímero se convierte en permanente y lo gratis resulta muy caro— es una de las reflexiones de la autora, que describe el deseo de atención como el motor de la edad contemporánea.
En la revista Interview, David Wojnarowicz definió su trabajo como “expresarse sin tapujos para que los demás se sientan menos alienados”. Estaba convencido de que hay un vínculo íntimo entre las personas que no encajan. Tal vez por eso Laing encuentra coraje para afrontar su vida al conocer la valentía de estos creadores. Por las páginas de su libro circula una Greta Garbo con un pañuelo en la boca para arruinar las fotografías de paparazis como Ted Leyson, que merodeó los alrededores de su casa durante 11 años y describió esa persecución como un acto de amor — aunque también declaró ser “el otro hombre que disparó a Garbo”—.
En uno de los pasajes más estremecedores, el pintor Jean-Michel Basquiat se obsesiona con que Billie Holiday tenga una lápida digna. Como él, la cantante había sufrido el racismo, teniendo que abandonar sus propios recitales por la puerta de servicio. La conclusión final de Laing es que para que la intimidad funcione y sea satisfactoria hace falta tener una idea sólida de quién es uno. Ella se encuentra finalmente en Nueva York. Más que buceando en la vida de los otros, como permite Internet, lo hace poniéndose en su piel, con la empatía que diferencia al ser humano de las máquinas.
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