“Se habla del racismo como si fuera un problema de derechas. No es así”
Mujer, artista, escritora, migrante, activista. Elisa Fuenzalida advierte de que todos debemos desprendernos de los automatismos que nos hacen actuar de manera clasista y xenófoba
El todopoderoso Internet dice de Elisa Fuenzalida que nació en Tánger, que es hija de madre desconocida y de un cura que a posteriori se suicidó, que pasó por una cárcel marroquí a los 13 años... Nada es cierto. Semejante biografía es una provocación más de una mujer que ha hecho de la palabra su herramienta de lucha. Cuando difundió ese relato irreal, Fuenzalida (Lima, 1978) quería reírse de los egos que pululan en el mundo de las artes. Ella empezaba a publicar libros y no tenía méritos académicos o premios que lucir. "Mis profesores han sido la experiencia de ser inmigrante y la militancia de los asuntos que me atraviesan", explica. Especializada en cuidados invisibles (limpieza, atención a niños) sin contrato ni beneficios sociales, y trabajadora en diversos proyectos de desarrollo social, ella responde a mujer, migrante, escritora, periodista, editora, artista, feminista y activista. En este orden o en otro. Con los argumentos que le otorga su condición de migrante, impartió la charla ¿Integración o Euroesplaining? en el marco de Transeuropa 2017, un festival celebrado a finales de octubre en Madrid que contó con talleres, exposiciones, conferencias y actuaciones artísticas sobre tres ejes: migraciones y fronteras, ciudades como agentes de cambio y feminismo.
El término euroesplaining ha sido acuñado por ella misma y viene del neologismo mansplaining (de "varón" y "explicación" en inglés). Significa explicar algo a alguien, generalmente un hombre a una mujer, de una forma condescendiente o paternalista. Así lo ve ella trasladado a las personas inmigrantes: que se les ha arrebatado lo que define como "agencia", es decir, su poder y capacidad de autorrepresentarse. "Cuando tienes algo que decir sobre tu condición de inmigrante, siempre va a haber un europeo que lo quiera explicar mejor que tú. Y eso pasa de muchas formas y con infinidad de estrategias que se activan cuando estás en piloto automático, cuando dejas de tomar en cuenta esas relaciones de poder".
Ella se da cuenta y se disgusta cuando escucha hablar sin conocimiento de causa sobre inmigración, de feminismos latinoamericanos o de las opresiones que puede vivir una persona diaspórica como ella. "Parece que las feministas europeas comprenden el tema de los feminismos latinoamericanos mejor que nosotras mismas. Y puede ser que hayan viajado más o hayan leído más libros, o hayan estudiado un máster, mientras que nosotras estábamos trabajando y cuidando ancianos y niños, o fregando suelos en alguna casa. Pero lo cierto es que esa es nuestra lucha. Ellas ahí tienen que escuchar", advierte Fuenzalida, que reconoce, no obstante, que es algo que cuesta explicar sin que la otra parte lo entienda como una confrontación.
Su ciudad natal, Lima, está considerada una de las más peligrosas del mundo para las mujeres —la quinta, según la última encuesta de la Fundación Reuters—. Esta fue, de hecho, su primera razón para emigrar, en 2004. "Sentí que ahí mi vida corría peligro, pero no solo a nivel físico, también mi salud mental", describe de una situación que, en su opinión, sigue siendo "terrible", pero que al menos hoy está más visibilizada gracias a las redes sociales y a que las mujeres han alcanzado más autonomía para comunicarse entre ellas y autoorganizarse. "Pero en los noventa sentías una soledad absoluta", asevera. "No había dónde buscar solidaridad, nos habían logrado atomizar".
Parece que las feministas europeas comprenden el tema de los feminismos latinoamericanos mejor que nosotras mismas
Se marchó a España para dejar la violencia atrás y, al llegar, encontró que Europa tampoco estaba libre de ella, y mucho menos para los forasteros. "Hay sangre en las costas de España y en todas partes. Hay cárceles para gente sin papeles, ¡hay cárcel por una falta administrativa!", reprocha. "Así como una mujer no puede andar tranquilamente por las calles de Lima, aquí un inmigrante tampoco, te puede caer una redada encima, te puede pasar de todo. Si encima eres una persona racializada, peor".
Habla durante toda la entrevista una Elisa mordaz y honesta que no duda en hacer autocrítica en todo momento. Porque ella no llegó, como tantos otros extranjeros, zozobrando en una patera o escondida en los bajos de un camión. Ella sabe lo que es ser una ciudadana con privilegios. "Yo tenía un buen trabajo en Perú que, evidentemente, conseguí porque soy blanca pese a que seguramente estaba menos cualificada que otras personas. Con 19 años ya estaba en un periódico grande, y con el tiempo ahorré un poco de dinero. Pedí un préstamo que nunca pagué, me vine a estudiar un máster que nunca estudié, y empecé a vivir según lo que yo pensaba que era la libertad".
Fuenzalida es consciente de que poseer la ciudadanía europea es un privilegio igual que lo era ser blanca en Perú para obtener ventaja sobre los demás. "Pero, en verdad, ¿hay algo de lo que sentirse orgulloso? ¿España realmente se ha preguntado si es racista?", se pregunta. "No basta con no haber dicho nunca: 'africano asqueroso, sudaca de mierda, vete a tu país'. No haber dicho esas palabras no te hace una persona no racista. El racismo es una cosa que se activa cuando estás en piloto automático, cuando te dejas de preguntar si estás siendo racista o no. Todavía se habla del racismo, la xenofobia y el clasismo en España, y el machismo en España como si fuera un problema de derechas, pero no es así", asevera. Para ella, la única manera de corregir esos comportamientos empieza por admitir que cae en ellos. "Necesito a mis compañeras para que me señalen cuando esté incurriendo en una práctica de privilegio. Yo sola no puedo".
Nunca pensó que España fuera a ser el paraíso y menos para una persona inmigrante. Lo primero que le dijeron cuando contó que levaba anclas fue un reproche: que iba a dejar un buen trabajo por limpiar baños y ser una ciudadana de tercera. "Y dije: 'Sí, seguramente va a ser así una temporada o mucho tiempo. Para mí limpiar baños no tiene nada de malo, y realmente quería experimentar otra manera de poder conducir mi subjetividad y mi cuerpo en otra ciudad". Algo que, en parte, ha encontrado. "Desde mi condición de mujer cis blanca (ambas condiciones de privilegio) me puedo mover mucho más despreocupadamente por el espacio público que por allá, sin el sobresalto de que cualquier cosa me pueda pasar".
Así como una mujer no puede andar tranquilamente por las calles de Lima, aquí un inmigrante tampoco
No le tiembla el pulso ni la lengua para denunciar aquello que considera denunciable. Tampoco para hablar de asuntos más delicados que afectan a hombres y mujeres migrantes. Como el de las invisibilizadas consecuencias de los matrimonios por papeles. O, como a ella le gusta decir, la "ciudadanía secuestrada":
"Les ha pasado a muchas mujeres inmigrantes aquí: se han casado con sus parejas por una cuestión administrativa y, al final, terminan siendo chantajeadas. Muchas de esas parejas son personas violentas y no existen espacios suficientemente visibles en esta ciudad para que una pueda acudir y denunciar esto", asevera. Habla la voz de la experiencia, pues ella misma pasó por un proceso así. Cuando llegó a España se casó con su novio de entonces, también activista. Cuando quiso terminar con la relación, este aprovechó su desconocimiento de las leyes y la amenazó con una denuncia por abandono del hogar para que no le dieran los papeles o le negaran la residencia. "Aquí también ocurre: no es que las inmigrantes vengamos aquí con nuestra mentalidad patriarcal producto de todas las telenovelas que hemos visto en la adolescencia, como he escuchado alguna vez. Aquí también el machismo es un problema serio", sostiene.
Fuenzalida sabe que esta práctica no está permitida y que si en la Administración tienen conocimiento de que si un matrimonio es por conveniencia, no lo autorizan. Ella, sin embargo, lo atribuye a la ausencia de vías rápidas y eficaces para regularizar la situación de los migrantes, y critica lo que considera una hipocresía, similar a la prohibición de abortar, y que en ambos casos deja a las mujeres desprotegidas. "Porque a alguien le parezca mal no se va a dejar de hacer. Las mujeres hemos abortado desde que existimos y vamos a seguir abortando, sea legal o no. La pregunta es si va a poder hacerse en las mejores condiciones posibles o no. El matrimonio por papeles es exactamente lo mismo: se prohíba o no, se va a seguir haciendo".
Habla deprisa, a veces se queda largo rato pensando, mirando al techo con el ceño fruncido, y parece sumergirse en profundas reflexiones, como si eligiera muy bien las palabras de su relato, el que describe la guerra que viven las mujeres, especialmente las migrantes y las que no tienen rasgos caucásicos y pieles blancas para sobrevivir en la jungla europea, española. Una guerra para la que no hay apenas asideros y, al final, el más sólido es el hombro de otra mujer, de todas las feministas, de amigas y compañeras.
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