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CLAVES
Columna
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Resistencia feminista

La desigualdad se vive de una manera distinta en función de nuestro color de piel o clase social

Máriam M-Bascuñán
Convención de mujeres en el Cobo Center de Detroit.
Convención de mujeres en el Cobo Center de Detroit. Cordon Press

Una de las cosas que se desconocen del triunfo de Trump es la movilización que desde entonces han protagonizado las mujeres. Hasta ahora, sólo ellas han organizado una posición de resistencia efectiva contra la administración de este misógino magnate, antidemócrata, racista y feroz representante del absurdo tiempo político en que vivimos. Ellas se alzaron tras la elección presidencial con su marcha sobre Washington y lo han vuelto a hacer con la Convención de Mujeres celebrada en Detroit la semana pasada.

A pesar del escaso interés mediático, este movimiento está sabiendo articular la agenda política del siglo XXI. Hablan, por ejemplo, sobre violencia y cambio climático, sobre la ola reaccionaria que nos asola, pero también sobre refugiados y migrantes, sobre derechos reproductivos y la protección para las personas transgénero, sobre racismo y las reglas para los lugares de trabajo. Y añaden que estas cuestiones deberían abordarse con una respuesta “interseccional”.

¿Qué quieren decir con esto? Si sabemos que hay discriminación, también deberíamos recordar que existen muchas formas de experimentarla y enfrentarse a ella. La desigualdad se vive de una manera distinta en función de nuestro color de piel o clase social, de nuestra orientación sexual e, incluso, de nuestra edad y creencias religiosas. La brecha salarial no afecta por igual a las mujeres blancas o negras y estas tampoco sufren el racismo de la misma manera que los hombres.

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La forma en la que vivimos socialmente esas situaciones condiciona nuestra mirada, nuestra manera de estar en el mundo; crea necesidades y anhelos distintos. Lo aprendimos con Beauvoir en El segundo sexo, cuando afirmaba: no es que escriba con la vagina, es que, sencillamente, “a un hombre no se le ocurriría escribir este libro”. No se trata, en fin, de jugar a la política de la identidad, sino de asegurar que la arquitectura de la igualdad responda a las necesidades de todas las personas. El centro de su programa político es la igualdad defendida desde la diferencia, asumiendo que podemos ser iguales sin ser idénticos, y distintos sin ser opuestos. Atentos: las respuestas sobre cómo pensar y abordar los nuevos retos las están dando ellas. @MariamMartinezB

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