Historia de un relato desenfocado
Si no ha habido violencia en todos los acontecimientos que se vienen sucediendo en las últimas semanas en Cataluña, ¿por qué muchos nos sentimos violentados? Muchedumbres coreando la ruptura del orden constitucional, profiriendo insultos y vejaciones hacia España y los españoles, y representantes políticos emitiendo resoluciones y votaciones —a sabiendas ilegales— con alevosía, y siguiendo una estrategia continuada de provocación amparándose en la masa. “La calle es nuestra”, han coreado tantas veces. ¿La amenaza no es violencia? ¿Sólo hay violencia cuando es física y explícita? ¿Puede un grupo de gente atemorizar sin que medie violencia de algún tipo? ¿Por qué se han mudado empresas si no es por miedo? ¿Es normal que vecinos de siempre de repente se empiecen a insultar por la calle? ¿No hay responsabilidad en inyectar odio en la sociedad? ¿En enturbiar la convivencia? ¿No ha habido una violencia ilegítima con el objetivo de alcanzar unos fines ilícitos?— David Rojas Pecero. Madrid.
Gracias a la imprudencia política del señor Puigdemont y sus correligionarios, Europa puede vivir tranquila, ya que ninguna región separatista y/o independentista cometerá la misma locura que el Govern de Cataluña. Por ello, el Gobierno de España tiene que sentar precedente actuando con firmeza dentro del marco constitucional.— Juan Livio Chávez. Barcelona.
Cuando una idea no está al servicio de la sociedad sino de sí misma y de sus servidores, tenemos un problema. Cuando es la sociedad la que debe servir a una idea y a sus servidores, tenemos un problema mayor. Cuando no se trata de una idea, ni siquiera de una ideología, sino de sentimientos condicionados, el problema alcanza dimensiones épicas en un punto de no retorno. Salvo la improbable revisión de las ideas y de los sentimientos que pondría patas arriba la identidad frágil de sus seguidores —o el suicidio heroico, claro— no queda otra que distorsionar de forma delirante la lectura de la sociedad para que acabe legitimando nuestra fe, nuestra radicalidad. De allí el amor que se profesan populistas y nacionalistas: tienen que elaborar un relato desenfocado del mundo para justificar sus credos, tal como corresponde a los adolescentes eternos que son. Ni España es la cloaca que quisiera Podemos ni Cataluña la reserva que quisieran los nacionalistas. Afortunadamente.— Ernesto Thielen. Mataró (Barcelona).
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