La transición energética
No nos podemos permitir que suceda el cambio climático y para ello debemos cambiar nosotros
Hay muchas conductas nocivas desde el punto de vista medioambiental, pero el cambio climático, sin duda la más clara amenaza global en el horizonte, está exclusivamente ligado al aumento de la proporción de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera. De estos, el más importante hoy es el dióxido de carbono (CO2) y su emisión es el resultado de la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) como fuentes de energía. La transición energética consiste, por tanto, en pasar a un sistema energético que no dependa, como ocurre ahora, de forma preponderante de fuentes fósiles.
En la cumbre de París de 2015 se llegó a un acuerdo para disminuir las emisiones globales de forma que la temperatura media del planeta no superase a finales de este siglo los 2 ºC de aumento sobre la época preindustrial, intentando quedarse en los 1,5 ºC (a día de hoy ya se ha producido un incremento del orden de 1 ºC). Pero lo importante es definir los medios (reducción de emisiones) que hagan posible esos objetivos y las acciones para dicha reducción: instalación de potencia renovable, cierre de plantas de combustibles fósiles, eficiencia energética, movilidad menos contaminante, etcétera. Ya, en un primer análisis realizado por el secretariado de la cumbre, se llegó a la conclusión de que, aun cuando todos los países cumplieran de forma diligente lo que han comprometido, el volumen anual de emisiones de CO2 seguiría aumentando hasta el año 2030 del orden del 20% respecto de 2005 y la temperatura aumentaría a finales de siglo en unos 3 ºC.
Las políticas energéticas seguidas desde entonces no parecen capaces de cambiar la tendencia. En Europa, la modesta reducción de emisiones acordada en el protocolo de Kioto estaba ya más que cumplida en el momento de firmarlo, debido al cierre de las industrias pesadas más contaminantes situadas principalmente en el este del continente y, desde entonces, se ha avanzado poco. En Alemania, país de referencia en esta materia, el despliegue de energías renovables ha servido sobre todo para sustituir a la potencia nuclear desconectada a raíz del accidente de Fukushima, en lugar de sustituir combustibles fósiles, que sería lo coherente en la lucha contra el cambio climático. Todavía hoy más del 40% de la electricidad producida en dicho país procede del carbón (un 14% en España), una cifra que apenas ha variado en los últimos 20 años. En contraste, el porcentaje de electricidad de origen renovable es del orden del 29% (entre el 38% y el 42% en España en los últimos años, siendo la energía hidroeléctrica el factor más fluctuante) y el volumen de emisiones de CO2 ha permanecido aproximadamente constante durante los últimos ocho años. Para el conjunto de la UE, los compromisos firmados para 2030 de una reducción de emisiones del 40% respecto de 1990 quizá se puedan alcanzar (en 2015 ya se había producido una reducción del 24%), pero el objetivo hasta 2050 de un 80%-95% de reducción parece improbable.
Japón, de forma similar a Alemania, ha cambiado sus planes de reducción de emisiones debido al cierre de plantas nucleares tras el accidente de Fukushima. En cuanto a China, que se ha convertido en el primer emisor, por delante de los Estados Unidos, seguirá aumentando sus emisiones hasta 2030 a pesar de una ligera reducción en el muy dominante uso del carbón como fuente de electricidad. En Estados Unidos, tras una reducción importante debida a la sustitución parcial del carbón por gas natural no convencional, la nueva orientación del presidente Trump hará que ni siquiera se cumplan los objetivos de París, suponiendo el obstáculo más importante hoy en los planes de lucha contra el cambio climático por su incidencia global, tanto material como moral. Los cuatro países citados representan aproximadamente un 53% del total de emisiones (y con India y Rusia se llega hasta el 65%), por lo que sus políticas determinarán la tendencia general en la reducción de GEI.
El otro gran sector de emisiones es el transporte, basado totalmente en el petróleo, y requiere una urgente electrificación. El engaño perpetrado por Volkswagen con sus motores diésel ha tenido una respuesta llamativamente modesta en relación con la importancia del sector. En resumen, el ritmo de la transición energética es muy lento y necesitaría una drástica aceleración en la próxima década. Ojalá esta se produzca, no porque los episodios relacionados con el cambio climático aparezcan en todo su crudeza a corto plazo, sino porque nos hemos convencido, ciudadanos y gobiernos, de que no podemos permitirnos que tal cosa suceda.
Cayetano López es profesor de Física y exdirector del CIEMAT.
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