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Después de Boko Haram

Paolo Pellegrin

COMO SI llevaran una máscara, los rostros que pueblan estas páginas han quedado congelados en gesto adusto. Lo que no se ve es la desolación que hay detrás de ellos. El trauma de sobrevivir a Boko Haram. Como el de Fatima, de 14 años, que nunca llora desde que fue liberada. Sus secuestradores la obligaron a mirar cómo mataban a su hermano; a ella la amenazaban cada vez que esbozaba una lágrima. El llanto se le ha quedado atenazado. A menudo pasa días en silencio. Pero suele despertarse en medio de la noche gritando. E incluso su madre, con quien se ha reencontrado tras el cautiverio, la teme, sobre todo cuando tararea cánticos de sus secuestradores. El de Fatima es uno de los testimonios recogidos por Aryn Baker, corresponsal en África de la revista Time. Junto a él viajó el fotógrafo italiano Paolo Pellegrin, de la agencia Magnum, por campos de desplazados del noreste de Nigeria. Una galería de retratos oscuros que hablan de la huella que ha dejado la violencia en miles de personas, muchas de ellas niñas, golpeadas, violadas, forzadas a la inanición, a participar en lapidaciones, a ser testigos de decapitaciones. Muy pocos de los supervivientes reciben ayuda. “Son bombas de relojería”, según una psicóloga que trabaja con las víctimas. Porque los críos expuestos a la violencia son más proclives a usarla.

El campo para desplazados de Banki.pulsa en la fotoEl campo para desplazados de Banki.

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