Luísa Sobral, la hermana en la sombra del ganador de Eurovisión
DESDE LOS SEIS, Zé (José, su hijo pequeño) asiste a clases de música. En cierto modo, su madre, Luísa Sobral, repite la educación paterna. Luísa y, dos años después, su hermanito Salvador crecieron escuchando música a todas horas. Y cuando viajaban en el coche, tampoco descansaba el radiocasete. Luísa siempre ha sostenido que era la táctica de los padres para que los hermanitos dejaran de pegarse (ejem, para que ella dejara de pegarle a él). Aquello sucedía 25 años antes de que Luísa le escribiera a Salvador Amar pelos dois (Amar por los dos), la canción portuguesa ganadora del festival de Eurovisión, y todo se desbocara.
Los ladridos de unos perros anuncian la llegada de su dueña; tiene las manos cargadas de bolsas y la cabeza zumbando de ideas. “Habéis llegado antes de tiempo, ¿no? Estos son Paco, porque es español, y Muca, italiana. Estoy produciendo un disco y llego derrotada. Sentaos, que voy a cambiarme”.
Tras eurovisión, la vida de luísa ha seguido igual. La de salvador se convirtió en una feliz locura, excesiva para un corazón que no aguantaba tanto.
Melena trigueña, ojos azules cristalinos, piel blanca, su imagen angelical no casa con tal torbellino de actividad.
—Ya. Vamos, pregunta lo que quieras.
—Antes que nada, ¿cómo está tu hermano?
—De mi hermano no hablo, ni en on ni en off. De mi boca no va a salir nada, tampoco leo lo que dicen sobre él los periódicos.
Nada, cero. Mi padre es al contrario, lo lee todo, lo ve todo. Es increíble, pero me imagino que son diferentes formas de encarar la situación.
Luísa acaba de mudarse a una casa en las afueras de Lisboa y su hermano Salvador a un hospital, donde aguarda la llegada de un corazón compatible.
A Luísa Sobral (Lisboa, 1987) la reconocen en los supermercados desde que saltó al escenario de Eurovisión para cantar con su hermano el bis triunfador, pero en el mundo musical ya tenía una carrera consolidada; quien más, quien menos ha interpretado una canción suya. “La gente conocía mi música pero no le ponía cara; es lo que ocurre cuando compones para otros, por tanto esa popularidad a raíz de Eurovisión ha tenido más efectos profesionales en mi hermano que en mí”.
Cantante, compositora, productora, autora de jingles publicitarios, Luísa se conoce España, de Elorrio a Murcia, de Galicia a Andalucía, actuando en festivales de jazz, y ahora prepara el quinto disco de su carrera. En el caso de su hermano, antes de Eurovisión ni vendía su único disco ni le contrataban en auditorio alguno.
Absolutamente alejado de la “música descartable”, Salvador se encontró apuntado a un concurso televisivo que elegía al representante de Portugal en Eurovisión. Su hermana le empujó y Salvador aceptó el reto con la condición de que Luísa le compusiera la canción.
Porque hermanos sí, pero extraños compañeros de escenario también. Luísa y Salvador Sobral son el dúo más circunstancial y efímero de la historia de la música. “En ninguno de mis cuatro discos canta mi hermano, ni yo en su disco. Eso sí, escribo muchas canciones para Salvador”.
Después del triunfo en Eurovisión, la vida de Luísa ha seguido más o menos igual, con sus discos y sus giras, pero la de Salvador se convirtió en una locura, en una feliz locura, excesiva para un corazón que no aguantaba tanto sobresalto.
“Adoro al público español. Es increíble, te grita cosas, es espontáneo. Me hace gracia. En Alemania esperan diez segundos antes de aplaudir; la primera vez pensé que no les había gustado”.
“La popularidad es una cosa muy extraña”, cuenta Luísa. “Después de un año llevando a mi hijo a las clases de música, a raíz de Eurovisión por primera vez un abuelo me dirigió la palabra. Solo somos media docena de padres o abuelos y nunca había reparado en mí”.
Más ingenuo que Luísa, y también menos preparado para el alud que se le vino encima, Salvador se ha llevado más de un disgusto por no saber medir sus palabras, por no calibrar la diferencia entre una jam session en un bar y la muchedumbre en un campo de fútbol. “Tengo la sensación de que cualquier cosa que haga, ustedes me la van a aplaudir”, soltó en el homenaje a las víctimas del incendio de Pedrógão. “Si me tiro un pedo, quiero ver qué hacen”.
Su humor también puede ser negro: “Espero que alguno de esos corazones me sirva”, dijo al público que le despedía con globos en forma del órgano que espera.
Mientras produce a Elisa Rodrigues, Luísa prepara con su banda de jazz una gira de conciertos por Europa. El 3 de noviembre inaugura el Festival de Jazz de Cartagena. “Adoro al público español. Es increíble, te grita cosas, es espontáneo. Me hace gracia. En Alemania esperan diez segundos antes de aplaudir; la primera vez pensé que no les había gustado”.
Con el ajetreo suyo y el de su hermano, por primera vez le falta material para su disco. “Normalmente el trabajo era seleccionar entre un montón, ahora no tengo nada, pero también me gusta esta situación, la sensación de trabajar bajo presión”.
Luísa siempre se programó una trayectoria musical, con licenciatura en la Academia Berklee y primer contrato en Brooklyn con 22 años.
Luísa ha compuesto para Mayra Andrade, António Zambujo, por supuesto para su hermano Salvador, para Fábia Rebordão o Marco Rodrigues… “Me encanta componer para otros porque te convierte en actriz; me pongo en la piel del destinatario de la canción, en su sonoridad, canto con la voz de ellos dentro de mi cabeza. Y tengo la libertad de contar historias. A Marco le compuse un fado sobre dos travestis que se enamoraban; aunque la letra estaba un poco camuflada, no coló”.
Siendo adolescentes, los dos hermanos pasaron por el programa televisivo Ídolos. Luísa, que quedó tercera, fue con 16 años; Salvador, con 19 años, se encontró en medio de aquella experiencia por culpa de su novia de entonces, y salió traumatizado. Salvador, más veleta, iba para psicólogo deportivo de la Universidad de Mallorca antes de decidirse por la música en 2011. Luísa siempre se programó una trayectoria musical, con licenciatura en la Academia Berklee y primer contrato en Brooklyn con 22 años.
“El último disco lo he grabado en Los Ángeles con músicos de Tom Waits y Bob Dylan, que han dejado un poso folk. Vas cambiando con el tiempo; chupando de lo que oyes, inspirándote, robando. Durante la producción del disco de Elisa Rodrigues he descubierto a Johnny Cash, ¡es buenísimo! No creo en encerrarme en mí misma. Mis artistas favoritos están en mis discos”.
Con los precios de los pisos por las nubes en Lisboa, Luísa se ha instalado en Tires, cerca de las playas de Cascais. “Aquí puedo andar en bici, nadar, ir a hacer surf, y por primera vez tengo mi propio estudio. No es que lo necesite para componer, que prefiero la carretera, pero sí tengo un espacio dedicado exclusivamente para la música y ensayar si quiero”.
En el sótano, Luísa va forrando de moquetas las paredes y las columnas de la futura caja de música, plagada de cables, partituras y los instrumentos de sus músicos. Mientras posa para el fotógrafo con una guitarra, Luísa se transfigura en Sílvia Pérez Cruz y se arranca con Duérmete como si estuviera arrullando a su pequeño Zé. “Adoraría producirle un disco a Sílvia Pérez Cruz”.
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