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¿Se parecerá la vivienda del futuro a la del pasado?

S.Triulzi / Cortesía de Cassina
Anatxu Zabalbeascoa

La mejor manera de anticipar el futuro es fijar la mirada en aquello que no se hace notar. Que lo discreto permanece lo saben los clásicos: lo que no se nota se queda porque no molesta, porque está cómodo en un segundo plano alejado de la sobreexposición del primer plano que agota cualquier mueble, cualquier canción, cualquier moda y casi siempre a cualquier persona. También en la vivienda se dan esos hartazgos. Lo que habla en voz alta nos advierte del paso del tiempo. O nos recuerda malos cálculos, decisiones precipitadas y a otros que ya no queremos ser. Por eso el aspecto futurista aplicado al hogar solo nos gusta en las películas o en las exposiciones: cuando imaginamos el futuro, no cuando lo tenemos delante. A lo que esa mañana llama a la puerta, lo domesticamos.

Si lo comparamos con el coche, la ciudad o incluso los matrimonios, el interior doméstico gana con diferencia la carrera del conservadurismo. ¿Por qué? Porque los cambios en el hogar suelen llegar para quedarse. Las modas o pasan de largo o terminan por molestarnos. Piensen en el televisor sustituyendo a la chimenea como corazón de la casa, en los baños multiplicándose o en la cocina abriendo sus puertas. Ha habido pocas transformaciones más hasta que llegó el smartphone. Con conexión individual en unos pocos gramos de peso, la casa se ha redefinido. Han desaparecido algunos electrodomésticos. Hemos ganado espacio —que en realidad pierden todos los pisos urbanos— y hoy se diría que lo que uno es queda encerrado en su móvil, aun sabiendo que esa información no es solo nuestra. ¿Cómo afecta a la vida doméstica la convivencia con ese nuevo inquilino?

La cama, según Beatriz Colomina, es el nuevo centro de la vida doméstica. Allí leemos, respondemos correos, vemos la tele….

La legendaria productora de los muebles de Le Corbusier, la italiana Cassina, ha querido celebrar sus 90 años de historia indagando en esa casa con móvil. En los nueve últimos decenios, esta empresa ha demostrado ser clásica incluso cuando parecía visionaria —decidió producir los muebles de Le Corbusier, en realidad ya convertido en una marca de estatus—. Sin embargo, la osadía que la llevó a amueblar transatlánticos con butacas de Gio Ponti está viva en la indagación que propone su libro This Will Be the Place (Rizzoli), en el que arquitectos y diseñadores aventuran ideas sobre la casa del futuro. El resultado abre tantas puertas que amenaza con hacer desaparecer la mera idea de casa.

Es la arquitecta Beatriz Colomina la que se arriesga a decir que la cama es el nuevo centro de la vida doméstica: allí vemos la televisión, respondemos correos, “comemos”, leemos y hacemos además todo lo que ya hacíamos antes en posición horizontal. Que la calle se cuele en la estancia más privada (a través de Internet y por medio del trabajo que nos llevamos a casa) le parece a esta profesora de la Universidad de Princeton algo más serio que cuando la radio llevó las noticias a las viviendas y dejamos de ir a buscarlas al quiosco. La razón de su preocupación es doble: de un lado, ha dejado de existir una separación entre trabajo y descanso (la frontera entre ocio y negocio se borró hace tiempo). De otro, con el mero hecho de buscar en Google un hotelito para descansar estamos produciendo datos y abriendo una ventana al corazón de nuestra intimidad. Como Jonathan Crary —en su libro 24/7: El capitalismo al asalto del sueño (Ariel)—, Colomina cree que en la cama cada vez dormimos menos. Sucede que los pisos son pequeños y acabamos tumbándonos para trabajar o chatear. Lo que antaño parecía cosa de excéntricos o millonarios se ha convertido en moneda común. Onetti escribía y recibía en la cama, lo mismo hacía Matisse con su vara de pintar, y el recientemente fallecido fundador de Playboy, Hugh Hefner, tenía una cama redonda —rodeada de una pantalla de cine, un ordenador, neveras y tocadiscos— en la que se atrincheraba. Así, ¿será la cama la vivienda del futuro?

El cajón de Le Corbusier para su cabanon sirve de mesa de apoyo, taburete, contenedor…

El alemán Konstantin Grcic no cree en el diseño visionario. “El futuro no empieza nunca con una página en blanco. Empieza afrontando lo que tienes delante”. Él está convencido de que, en la gran escala, la vivienda llegará a todas partes. Muchos edificios de oficina en el corazón de Manhattan están ya cambiando su uso a espacios domésticos por el teletrabajo. Pero en la pequeña escala, considera que el diseño, su oficio, no debe imponer sino ofrecer. Y piensa que es hora de afrontar que un espacio doméstico donde todo está en su sitio no puede ser un espacio real. “La perfección resulta incómoda. El mejor diseño no es el que cambia por cambiar; es el que propone y hace posible el cambio”. Siempre es interesante atender a la biografía de quien opina. En la propia vivienda de Grcic, el cambio llegó con —¡oh, sorpresa!— la llegada de un bebé. Este diseñador, que se formó como ebanista en Reino Unido, asegura que nunca concibió un sofá porque nunca antes lo había usado. Ahora tiene uno de dos plazas, compacto, que Dieter Rams —el autor de los inolvidables electrodomésticos de Braun— ideó en los sesenta. Y está fascinado. Apostemos a que cuando su hijo crezca añadirán otra plaza al sofá. O tal vez para entonces se hagan con otro modelo para tumbarse, como los ciudadanos analizados por Colomina, que trabajan desde la cama.

Konstantin Grcic: “El mejor diseño no es el que cambia por cambiar; es el que propone y hace posible el cambio”.

Otro alemán, el arquitecto Arno Brandlhuber, cree que “igual que los límites entre las estancias se están disolviendo, las categorías de muebles se están fundiendo”. Habla del mueble único que hace cinco años Muller y Van Severen idearon como asiento, mesa, lámpara y estantería. Pero la historia parece superar cualquier ocurrencia. En los setenta, uno de los diseñadores de Cassina, Mario Bellini, dibujó para el laboratorio de ideas de esta empresa (atención, un laboratorio de ideas ya en los setenta) el Kar-a-Sutra, una especie de camioneta con almohadas de plástico en las que uno podía dormir, jugar, leer y… viajar. Aunque ahora nos tumbemos en casa, ese mueble polivalente asociado a la vida nómada se quedó en experimento.

Un siglo de productos —de Frank Lloyd Wright a Patricia Urquiola— conviven en la propuesta de arriba, que combina diseños industriales y trabajos artesanos.
Müller y Van Severen diseñan muebles-estancia sumando varias piezas de mobiliario.

Tal vez por eso, porque la mera idea de casa huye del futuro y más bien busca parar el tiempo, el arquitecto chino Zhao Yang decidió dejar Pekín y su idea del progreso y mudarse a la ciudad condado de Dali, en el sur del país, para desarrollar su propia versión del futuro con materiales sostenibles, artesanía local y la historia de la vivienda china como guía. “Quería que la arquitectura no fuera un objeto, sino un fondo”, dice Yang. “Cuando las grandes ciudades se convierten en máquinas económicas y políticas, hay muy poco que la arquitectura pueda hacer para alterar la vida de las personas”. Lo que Yang busca es recuperar el equilibrio, la clave del hombre y el estilo renacentistas. No centrarse en nada y disfrutar un poco de todo: hogares sin estancias encorsetadas, donde uno haga cómodamente lo que la población reclama: comer en la cocina, el comedor o en el salón, y trabajar en el comedor, en el sofá o en la terraza. Esos espacios flexibles son los que están preparados para el cambio. Lo viven a diario y lo tienen asimilado. Así, de nuevo, la novedad es que la tecnología futurista cabe en un teléfono móvil. Y que el futuro doméstico no quiere parecer ciencia-ficción.

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