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Columna
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El 'diálogo' adquiere dos significados contradictorios: hablar solo de cómo irse o debatir todo

Xavier Vidal-Folch

Mariano Rajoy requirió a Carles Puigdemont que aclarara si había declarado o no la independencia. Le advirtió de que cualquier respuesta ambigua la leería como que sí la había proclamado. Y pues, que entraría en vigor el segundo requerimiento: que revocase esa declaración para “restaurar el orden constitucional y estatutario”.

Puigdemont es ambiguo, pero Rajoy le concede que “aún tiene margen para contestar de forma clara y sencilla” a la primera cuestión, casi sin blandir la segunda, que activaría la intervención de la autonomía.

¿Por qué? Aunque es obvio que si el president contesta el jueves otra vez respondiendo a lo que no se le pregunta, se activará el 155, el presidente no reitera el segundo requerimiento.

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¿Por qué? ¿Por el texto? ¿O por el contexto?

Por el contexto. Carles se sale de la DUI por peteneras y le endilga a Mariano dos folios en los que incluye seis veces la palabra “diálogo” y otras 11 parientas como “solución”, “acuerdo”, “negociación”. Mariano le devuelve tres dinacuatros con cinco menciones al “diálogo”.

Para el catalán, el “diálogo” está condicionado: debe versar “sobre el problema [de Cataluña de] emprender su camino como país independiente”. Es pues sobre el modo y calendario de la secesión, no sobre otra cosa.

Para el gallego, ese diálogo a dos presidentes no es “creíble”; debe hacerse con todas las fuerzas de la oposición catalana, y también en “el espacio parlamentario” habilitado en el Congreso, tras su acuerdo para la reforma constitucional con el PSOE: allí podrá “abordarse” todo, el encaje de Cataluña, incluso las “demandas” de secesión.

Así que el significante tótem — “diálogo”— adquiere dos significados contradictorios: hablar solo de cómo irse, entre dos personas, cuando la que desea irse no tiene el refrendo ni de su propia gente. O debatir todo —algo más propio—, incluida la posibilidad de irse. Pero ese diálogo se trabaría en y con las instituciones facultadas para realizar la reforma legal (Parlament y Congreso) en que eso pudiera suceder. Y no entre dos individuos carentes de competencia.

Tanta polémica por el diálogo esconde un pulso posicional: ¿quién aparenta que no ha roto? El Gobierno de España ganó por 27 goles esa batalla en Europa, gracias al apoyo total de sus socios al respeto a la Constitución quebrantado por el Govern.

Pero este logró un escuálido (y valioso) 1 al meter Juan Ignacio Zoido gol en propia puerta —el 1-O—, con sus cargas policiales. Y ahora busca agrandarlo en la prórroga, mostrando el mejor perfil —el dialogante—, de quien antes había roto la baraja.

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