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MIRADOR
Columna
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Con Puerto Rico

La hermosa isla tiene la sensación de ser el patio trasero y descuidado de un gran país atolondrado

Carretera destrozada por el huracán María en Toa Alta, al oeste de San Juan.
Carretera destrozada por el huracán María en Toa Alta, al oeste de San Juan. Ricardo ARDUENGO (AFP PHOTO)

A Puerto Rico y a su gente les arrasó el huracán María y se han quedado solos. Y eso es durísimo porque tienen la ciudadanía estadounidense desde hace cien años. Sus casi tres millones y medio de habitantes llevan un siglo creyéndose parte de un todo americano de Estados que se comprenden y apoyan. Sin embargo, desde hace más de tres semanas se sienten ciudadanos de segunda, están a la deriva en su querida isla derrotada por el sufrimiento de cada día. Sobrevivir a los huracanes es reponerse de su rastro implacable, y esto, puede durar años. Hay todavía muchísimas zonas sin luz y agua corriente, lo que significa miseria y desesperación. La gente vive su cotidianeidad con profunda angustia, con inseguridad y miedo. Han perdido sus casas y sus infraestructuras, los colegios están cerrados porque son refugios improvisados que dan cobijo a miles de familias que ya no tienen nada. Les han dejado solos cuando más necesitan la solidaridad de los otros Estados. ¿Qué tienen que hacer para que se den cuenta de lo importante que es esta isla en la esencia de la identidad norteamericana? Por lo visto, ya no son noticia, y su hermosa isla tiene la sensación de ser el patio trasero y descuidado de un gran país atolondrado que se dedica a hacer política a golpe de impulsivos tuits. Que Puerto Rico sea un Estado libre asociado con autogobierno no justifica semejante falta de empatía por parte de sus hermanos estadounidenses con los que comparte ciudadanía desde 1917.

Para los españoles Puerto Rico es fuerza y energía, es el motor de una alegría vital que habla nuestro idioma en Estados Unidos. Ellos acogieron al poeta Juan Ramón Jiménez y a su mujer Zenobia en los tiempos difíciles de nuestro siglo XX. Ellos creyeron en el poder de la poesía y desde su Universidad le ofrecieron el respaldo que propició que le dieran el Nobel en 1956. Nuestro poeta universal se sintió en casa en Puerto Rico y desde allí se proyectó al mundo y enseñó un poco de español a la academia sueca que tanto le gusta hablar en inglés.

A Puerto Rico le toca un largo y penoso camino para rehacerse. Hay ya una nueva diáspora de puertorriqueños que están emigrando a Florida y a otros Estados porque han perdido la esperanza. Gente que ama su tierra y se tienen que ir de su isla porque no les están ayudando. La isla luminosa que nos enseñó una nueva poética apasionada del ser femenino a través de los versos de la inolvidable Julia de Burgos está agonizando. Sufre con la misma desesperación y el mismo dolor que su gran poeta muriendo sola en Nueva York.

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