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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

“¿Y tú qué crees que va a pasar?”

La solidaridad constitucional, la preocupación y los rumores delimitan una recepción multitudinaria y contenida en el Palacio de Oriente

Los Reyes conversan con Mariano Rajoy a su llegada a la recepción de este jueves en el Palacio Real de Madrid.
Los Reyes conversan con Mariano Rajoy a su llegada a la recepción de este jueves en el Palacio Real de Madrid.Mariscal (EFE)

El trance del besamanos resultaba embarazoso en palacio a mediodía del 12 de octubre porque no estaba claro si felicitar a los Reyes o acompañarlos en el sentimiento, extremos de una recepción multitudinaria tan sensible al fervor constitucionalista como a la honda preocupación de la crisis catalana.

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La propia celebración parecía resentirse de un guion temporal perverso. La casualidad ha reunido en 48 horas la declaración de independencia de Cataluña y la Fiesta Nacional española, de tal manera que la coyuntura no hace otra cosa que agitar la batalla de los símbolos. Ninguno tan propicio a la manipulación propagandística “indepe” como un rey de uniforme saludando a los tanques. Era un desfile lúdico y una demostración de entusiasmo popular y patriótico que había impresionado a la propia reina Letizia –"No recuerdo nada parecido en estos últimos 14 años", condescendía su majestad–, pero también idóneo al planteamiento aprensivo del soberanismo y a la inquietante escalada del procés.

De hecho, la reacción más recurrente, más arrojadiza y más encontradiza consistía en preguntar al prójimo "¿qué crees que va a pasar?", fuera el prójimo un obispo, un militar de graduación o uno de los muchos exministros socialistas que se “alistaron” a los deberes simbólicos de la Fiesta Nacional.

“No hay margen para un nuevo error”, nos concedía uno de ellos sottovoce. “La gestión del 1-O les dio a los independentistas un oxígeno que no tenían. Aplicarse, puede aplicarse el 155, pero tiene que hacerse quirúrgicamente, con mesura e inteligencia. La sociedad catalana es un bidón de nitroglicerina y sería muy peligroso agitarlo de manera irresponsable”.

Las precauciones no contradicen que hubiera trascendido en los corrillos de la recepción el corpulentísimo rumor según el cual van a ingresar en prisión “los Jordis”, expresión coloquial que alude a los dirigentes clonados de Òmium, Jordi Cuixart, y de la ANC, Jordi González, implicados ambos en un delito de sedición que podría privarlos de libertad el lunes.

Sobrevendría entonces la sublevación de sus huestes en las calles de Barcelona con toda la capacidad movilizadora de las respectivas plataformas. Y se explicaría por idénticas razones la consternación que este mediodía solemnizaba y estremecía la propia recepción de los reyes. Tan numerosa, tan entusiasta y tan relevante en términos cualitativos –empresarios como Juan Luis Cebrián (Prisa) y José Creuheras (Planeta), ex jefe de Gobierno como Felipe González y Rodríguez Zapatero, líderes contemporáneos como Mariano Rajoy y Albert Rivera– que parecía estar consumándose un gran ejercicio de autoconvicción y terapia grupal sobre el destino a la patria. Por eso no quisieron adherirse a la Fiesta Nacional los presidentes de Navarra, País Vasco y Cataluña, como no lo hizo Pablo Iglesias.

Era el contexto supersticioso en que Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, creyó oportuno lucir un bolso con la bandera de España, aunque la indumentaria más llamativa, exceptuando las túnicas oscuras de los popes ortodoxos, consistió en el desahogo de Pedro Sánchez. Desahogo porque era el único civil sin corbata. Y desahogo porque el líder socialista era quien más presumía de haber convencido a Mariano Rajoy de una aplicación discreta, moderada, del artículo 155.

Fue el número mágico de la recepción, la expresión cabalística de una “fiesta” contenida en el escrúpulo a la crisis más grave de la democracia española. Razón suficiente para atemperar todas las rivalidades de la política doméstica. Se sonreían incluso Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón, también ellos expuestos a las interrogaciones de la gran quimera: “¿y tú qué crees que va a pasar?”.

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