_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tierra de nadie

Me hallo en un lugar silencioso en el que están muchos y en el que no suenan himnos ni gritos ni proclamas, en donde el aire solo mueve banderas blancas

Más información
No man’s land

Escribo esto con la cara encendida. No de vergüenza, sino de rabia. Dos individuos con banderas esteladas atadas al cuello me han increpado gritándome en la puerta de mi casa llamándome "fascista"..."¡debería darte vergüenza!". Yo bajaba a pasear al perro y a reciclar plásticos y al principio, como era temprano y estaba medio dormida porque no he pegado ojo en toda la noche, no creí que hablaban conmigo y he seguido mi camino. Seguían gritándome y me he vuelto con una tranquilidad que aún ahora dos horas después me asombra y les he dicho: "¿Pero no os da a vosotros vergüenza decirme esto a mí sin conocerme?". Han continuado con sus gritos. El perro tiraba de mí. Me he alejado.

Otros artículos de la autora

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

He tirado los plásticos al contenedor. He continuado caminando en shock. Poco a poco, una rabia sorda, malsana se ha apoderado de mí. Desde hace meses, años quizás, si contamos el momento en que firmé el manifiesto del Foro Babel (que pedía un bilingüismo real), los insultos y las descalificaciones a los que, como yo, no seguimos el pensamiento único del independentismo y manifestamos nuestro desacuerdo han sido constantes. Y estos últimos meses el odio que hemos suscitado está alcanzando cotas inusitadas.

Hasta ahora, se circunscribían al linchamiento mediático y yo personalmente las resolvía no teniendo Facebook ni Twitter (este último me lo hackearon, igual que me han hackeado mi WhatsApp atribuyéndome un texto que yo no he escrito), aunque siempre hay alguien que te cuenta la marea negra de basura que te echan encima, pero esta es la tercera vez que me gritan fascista en lo que va de semana (la primera que contesto) y hay algo en mí que se está rompiendo. Me doy cuenta con una claridad espeluznante que, pase lo que pase, no hay sitio para mí ni para nadie que se atreva a pensar por su cuenta en este lugar que me ha visto nacer, que hoy será esto, ayer fue el insulto a gente de mi familia, anteayer, a amigos cuyos amigos critican sin ambages que sigan considerándonos amigos y mañana será algo peor.

Nunca creí que el precio a pagar por decir con respeto y con honestidad lo que uno piensa iba a ser tan alto

No importa que condenes absolutamente la brutalidad policial o que pidas (ya desde mucho antes que todo esto pasara) la dimisión inmediata de Rajoy. Como a la vez que condenas el comportamiento del Gobierno, no condonas la actuación del Govern, inmediatamente eres un enemigo, fascista, fascistoide, franquista, la hez. Y piensas en todo el miedo que se ha instalado como esporas en la piel de los que callan y en secreto vienen a decirte que están contigo, que te agradecen lo que haces, que ni en la intimidad del hogar pueden hablar para que los niños no les oigan y en el cole no se metan con ellos. No hablo de anécdotas: esta es la realidad que vivimos los de aquí. La fractura pasmosa de una sociedad que convivía en paz y sin temores, con diferencias lógicas de opiniones y valores y criterios, pero con respeto.

Mientras pienso todo esto, me voy tranquilizando y veo que, después de todo esto es una insignificancia; que ahora mismo en el mundo hay hombres y mujeres sufriendo toda clase de bajezas, calamidades y humillaciones espantosas. Que el mío, el de otros como yo, es un problema del primer mundo. Recurro, como en muchas ocasiones, a minimizar lo que me pasa para no alimentar más el monstruo del odio que no me haría diferente de los que me insultan. Nunca creí que el precio a pagar por decir con respeto y con honestidad lo que uno piensa iba a ser tan alto. Y sin embargo, no cambiaría por nada esta seca y silenciosa tierra de nadie en la que me hallo, en la que sé que muchos nos hallamos, en la que no suenan himnos ni gritos ni proclamas, en donde el aire solo mueve banderas blancas que susurran al viento "socorro" con la vana esperanza de que alguien, en algún lugar, alguna vez, antes de que sea demasiado tarde, las escuche.

Isabel Coixet es directora de cine.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_