Un cisne llamado Camille Gottlieb
El gran cambio de la hija pequeña de la princesa Estefanía de Mónaco que se enfrentó en redes a todos los que criticaron su físico hace un año
A Camille Gottlieb le había tocado ser el patito feo de una familia principesca en la que abundaba el estilo y la belleza. Nada más y nada menos que la familia real de Mónaco con los hijos de la princesa Carolina –Andrea, Pierre y Carlota Casiraghi y Alejandra de Hanóver– derramando donosura, y sus hermanos mayores Luis y Paulina Ducruet, estilizados y sonrientes. Ella siempre aparecía en las imágenes más tímida, también más señalada porque su cuerpo adolescente se resistía a perder sus redondeces.
Sin embargo ha demostrado tener el mismo carácter rebelde y férreo de su madre, Estefanía de Mónaco, para enfrentarse a las críticas. En agosto de 2016, con 18 años, marcó su camino en las redes sociales al plantar cara a los que la inundaban de comentarios negativos o jocosos cada vez que colgaba una fotografía como tantas otras jóvenes de su edad: “Me he encontrado con algunos comentarios muy crueles en foros, blogs y otros sitios. Vuestros insultos, comentarios y reflexiones son ridículos. (…) Se tiende a pensar que, cuando provienes de una familia principesca, la vida te ahorra todas las dificultades e incertidumbres. Pero al final del día si me apetece publicar cualquier foto en Instagram, ¡voy a hacerlo! (…) Me da lo mismo ser la más guapa o la más fea de mi familia y, sobre todo, me da lo mismo vuestra opinión”.
El cisne que lo era por dentro, porque no temía mostrarse como era ante un mundo preocupado en exceso por la estética, ahora es también cisne por fuera, con los mismos ojos profundos y los mismos rasgos elegantes que tuvo su madre de joven y antes su abuela, la princesa Grace de Mónaco. Ella sigue a lo suyo sabiéndose la más indisciplinad de los tres hermanos y la de carácter más enérgico. Aficionada a la fotografía y al mundo de la moda, y decidida a ser ella misma como ya hizo su madre cuando la vida le puso curvas en su camino dorado de princesa.
Porque para quien lo haya olvidado cuando Mónaco era un de cuento en el que brillaba el glamour de Grace Kelly, la actriz estadounidense que se convirtió en princesa al casarse con Rainiero de Mónaco, sus hijos eran también estrellas de la prensa rosa y su vida pública y privada formaba parte del día a día de los aficionados a la lectura de los asuntos del corazón. Y un día de 1982 llegó un accidente fatal en el que murió la princesa Grace. Y ese día Estefanía, la hija que le acompañaba en el coche en aquel momento, se salió del carril que parecía marcado para ella. Se tatuó, cantó, probó en el mundo de la moda, trabajó en el circo, aireó idilios, tuvo dos hijos con Daniel Ducruet su jefe de seguridad y obligó a su padre a consentir un matrimonio que se rompió en 1996 cuando su marido fue pillado con otra en actitud sexual explícita en una piscina y las fotos dieron la vuelta al mundo. Y después volvió a enamorarse de otro guardaespaldas con el que nunca vivió pero con quien tuvo a Camille.
Estefanía, la pequeña Grimaldi, maduró de pronto y relegada a un segundo plano institucional vivió una vida menos pública y más familiar. Más libre y más volcada en hacer lo que quería cuando quería y con quien quería. La unión que ha conseguido entre sus hijos y sus exparejas parece indicar que algo ha funcionado bien, aunque sean sus otros hermanos y sobrinos quienes hayan seguido acaparando portadas. Su hija Camille la adora y lo expresa cada vez que tiene oportunidad. Y sus ojos azules intensos, cada vez que miran, convergen más en la dirección de su madre. Aquella que le permitió pasar de su mundo de princesa a otro más mundano pero más real, sin haber sentido que había perdido grandes cosas por el camino.
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