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Razones para querer a Chimamanda

Chimamanda Ngozi Adichie durante un acto en la universidad Williams College de Massachusetts.
Chimamanda Ngozi Adichie durante un acto en la universidad Williams College de Massachusetts.Gillian Jones / AP
Elvira Lindo

DE LA MISMA FORMA que la novelista Adichie no puede disimular su abrumador talento, tampoco podría vivir ajena a las consecuencias de una popularidad que desde hace ya unos años ha traspasado las fronteras de su país natal, Nigeria. La escritura de esta narradora ha sabido penetrar en las imaginaciones lectoras de culturas muy diversas, y aunque lo que cuenta está relacionado con unas circunstancias particulares —la africanidad, la inmigración y el hecho de experimentar todo eso siendo mujer—, sus historias han sido lo suficientemente atractivas como para que el lector haga propios los anhelos y ansiedades de unos personajes que importan desde la primera página.

Chimamanda se ha pasado la vida aclarando malentendidos. De hecho, su literatura en buena parte consiste en desmontar los tópicos cansinos de los que nos servimos los occidentales al mirar el continente africano. Para empezar, Adichie nos recuerda que África no se puede explicar como un todo, que en realidad no hay África, hay países, hay culturas cruzadas, paisajes y costumbres que entre sí no se parecen en nada. Ella creció en la ciudad de Nsukka, donde se ubica la Universidad de Nigeria, de la que su madre era secretaria y su padre profesor de estadística. Otro malentendido: no todos los africanos son pobres, su realidad no es única, su historia tampoco. La joven Chimamanda, hija de un matrimonio de clase media, viajó a EE UU a los 19 años becada por una universidad de Filadelfia para estudiar Comunicación y Políticas. Había escrito ya cuentos desde adolescente aunque la única receptora de esas historias fuera su madre, pero es la confrontación con la cultura americana la que sirve de materia inspiradora a esta joven que nos cuenta con una perspicacia poco común qué es ser negra allí donde la negritud es minoría; en qué consiste ser consciente del color de la piel las veinticuatro horas del día; cómo de pronto cobra sentido una corrección política de la que ella jamás había tenido que hacer uso. Al hecho de ser mujer, que era una condición sobre la que ya había reflexionado en su país, se une el color, y a esa doble circunstancia hay que sumarle la de ser inmigrante. Mujer, negra, inmigrante.

La manera en la que simplificamos el devenir de millones de personas en un territorio inmenso acaba siendo ofensiva por más que nuestra intención sea buena.

Con gran sentido del humor y una tozuda conciencia de la pedagogía social, Adichie explicaba a sus compañeras de estudios que si se expresaba en un inglés impecable era porque en Nigeria es el idioma oficial, que tampoco era ajena a las referencias culturales anglosajonas de cualquier muchacha porque había crecido con la misma música, televisión y literatura que cualquiera de ellas. Esta sensación de extrañeza despierta en la novelista, ya en sus años universitarios, la conciencia de que los países no pueden contarse a través de una sola historia, y que eso es lo que a menudo sucede con todo lo que relacionamos con el continente africano. La manera en la que simplificamos el devenir de millones de personas en un territorio inmenso acaba siendo ofensiva por más que nuestra intención sea buena y nos describamos como personas de espíritu abierto.

A partir de La flor púrpura, que fue distinguida como la primera mejor novela en el premio de escritores de la Commonwealth, su popularidad no ha dejado de aumentar. Descrita por los críticos como una novela de formación, a ese mismo impulso responden Americanah o algunos de los cuentos que le ha ido publicando la revista The New Yorker. La originalidad de la literatura de Adichie, que se enmarca dentro de esa larga tradición de la narrativa de los recién llegados que en Estados Unidos ha dado sus mejores frutos, nace de que no solo no renuncia a sus orígenes sino que, a través de la experiencia de la extranjería, el pasado y el lugar de origen cobran un interés renovado. No se convierte Chimamanda en una afroamericana, ella es y quiere ser con todo derecho nigeriana y estadounidense. ¿Cuál es ahora el porcentaje de cada una de esas nacionalidades? Imagino que el destino y la riqueza del inmigrante es vivir con el corazón dividido. De momento, vive en un pequeño suburbio cercano a Baltimore y hace compatible la vida americana con los meses que pasa en Lagos impartiendo talleres literarios.

Cree nuestra novelista en el poder de las historias, de las mil versiones que nos facilita el relato literario y tienen sus novelas un afán, no sé si consciente, de relatar los contextos culturales que modifican, azotan y despiertan a sus personajes. Su literatura ha estado siempre impregnada de las ideas emancipadoras de la mujer, pero fue a raíz de una charla en TED Talk, editada como un pequeño panfleto, cuando la escritora se convirtió en una de las voces más interesantes y populares, hay que decirlo, del feminismo. Huyendo de la jerga académica, que le resulta asfixiante, Chimamanda explicó en primera persona, a través de experiencias vividas por ella y sus amigas, por qué la igualdad se consigue solo despertando la conciencia de los varones que nos acompañan; por qué, en definitiva, todos deberíamos ser feministas.

Adichie es consciente de que su discurso político le ha generado tanto aplauso como antipatías. Tiene seguidores que la animan a abandonar el término “feminismo” por el de “igualitarismo”, pero ella no está dispuesta a renunciar a un sustantivo que define una lucha que lejos está de haber llegado a su fin. Tan inspirador como leerla es escucharla porque cuando habla en público despliega una oratoria rica en ironía e ingenio, consiguiendo que el espectador perciba como fácil lo que es tan difícil de explicar y requiere un elevado sentido de la observación.

Solo cabe celebrar que las novelas y los ensayos de la nigeriana se estén reeditando en España, que ya tenga un nutrido grupo de seguidores. No sé si más mujeres que hombres, si así es, ellos se lo pierden, porque además de escribir libros que emanan sensualidad también encontramos agudos análisis sociales y políticos. Sensualidad e inteligencia. Esas dos cualidades sirven también, si se me permite, para definir a esta mujer que irradia atractivo, cuando el atractivo es una cualidad que de manera fluida viaja del espíritu al rostro.

Lee la entrevista a Chimamanda Ngozi Adichie: “Nuestra época obliga a tomar partido”

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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