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REFERÉNDUM DE CATALUÑA
Columna
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La vergüenza

Dos cosas unen para siempre a los catalanes y a los españoles: el ridículo histórico que hemos hecho entre todos

Una pegatina de bandera española y bandera catalana dañada en Barcelona.
Una pegatina de bandera española y bandera catalana dañada en Barcelona.Jon Nazca (REUTERS)
Manuel Vilas

Hemos llegado al día de hoy habiendo derrochado energía política de la manera más inútil y miserable. Si se hubiera gastado esa energía civil en crear empleo, en generar riqueza, en cultura y en ciencia, habríamos dado un paso de gigante. En este 2 de octubre en vez de tener un país que hable de progreso tenemos un país que habla de enfrentamiento y desintegración. No nos merecemos los políticos que tenemos, pero están hechos a nuestra imagen y semejanza. Quien ha salido agraviado de esta crisis política sin precedentes ha sido el prestigio de nuestra democracia. Una democracia prestigiosa genera prosperidad, y quien lucra esa prosperidad son las clases medias.

Llama la atención que, desde la supuesta izquierda que dice representar, Pablo Iglesias no advirtiera nunca de que quienes iban a perder en esta crisis eran los trabajadores. La izquierda calló la mayor, a saber: que el nacionalismo en Cataluña y su expresión identitaria y secesionista crea una inestabilidad económica cuyo principal perjudicado son las rentas más bajas de nuestra sociedad. El político más decepcionante ha sido el líder de Podemos, porque él sí tenía crédito moral para haber ayudado a mantener no la dignidad del Gobierno sino la dignidad del Estado, que es la dignidad de un sistema productivo, de una convivencia y de una cultura democrática. Dilapidar el crédito de la democracia española y sembrar dudas sobre la misma en el plano internacional ha sido la gran tarea de Podemos y de la Generalitat. Toda la crisis catalana parece una conspiración para hundir el progreso material de las clases medias.

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Rajoy, por su parte, lleva instalado en la incompetencia en lo que afecta al problema catalán desde hace años. Su incapacidad política para gestionar esta crisis será, dentro de un par de generaciones, pregunta de examen en Selectividad. Nadie con poder ha sabido defender bien el Estado y defender el Estado es defender a los ciudadanos más pobres y más necesitados. Tampoco la monarquía brilló por su utilidad. Y qué decir de la inanidad de Pedro Sánchez, con su patética búsqueda del santo grial de la equidistancia.

Los hijos de cuantos construyeron históricamente la democracia española no han sabido defenderla, por impericia y por falta de discurso. Son las clases medias y los trabajadores los que van a pagar con su salario menguante la fantasía totalitaria de Puigdemont. Los trabajadores de Extremadura, de Asturias, de Galicia, de Aragón, de Andalucía, de Cantabria, de Castilla-León, de Valencia, etc., y por supuesto de Cataluña, van a pagar a escote la factura de la gran cena mesiánica de Puigdemont y Junqueras. Hoy toda España es más pobre. Hay dos cosas que ya unen para siempre a los catalanes y a los españoles en santo matrimonio: el sentimiento de la vergüenza política y del sórdido ridículo histórico que hemos hecho entre todos.

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