Una modesta propuesta
Incorporar Catalunya al Reino Unido significaría matar dos pájaros de un tiro, el 'Brexit' y el 'Catexit'
“La fuerza de Angela Merkel es la economía del poder: no te sobrepases, no aniquiles a tus opositores, coóptalos.” Josef Joffe, escritor del periódico aleman Die Zeit.
Un señor llamado David Litt que escribía discursos para Barack Obama en la Casa Blanca publicó un artículo en The New York Times el otro día en el que lamentaba la falta de sentido del humor de Donald Trump. El presidente Obama era capaz de reírse de sí mismo, de recordar con humilde ironía que era tan falible como el resto de los mortales. Trump no.
Lo cual delata, por un lado, su profunda inseguridad y, por otro, ayuda a explicar la creciente polarización de la sociedad estadounidense. Como dice Litt, “el humor es una herramienta para construir puentes”.
Construir puentes es lo que se necesita hoy más que nunca para poder arreglar el lío catalán. Como se empieza a oír por fin en Madrid, ha llegado la hora de intentar el diálogo. Para que el diálogo prospere se necesita sentido del humor pero también imaginación y flexibilidad, virtudes ausentes en la vieja guardia de la política española, donde lo que predomina es la rigidez, la pomposidad y el deporte favorito de la indignación, sentimiento cuya cuota de ironía es precisamente cero.
Construir puentes es lo que se necesita hoy más que nunca para poder arreglar el lío catalán. El mediador podría ser Barack Obama
El clima necesario para el diálogo solo se podrá conseguir, evidentemente, con ayuda extranjera. La mayoría de los que mandan en el mundo político nacional disfrutan demasiado del berrinche infantil como para ser capaces de absorber el concepto adulto negociador de que ambas partes deben ceder para que ambas salgan ganando. El mediador ideal sería Barack Obama, un hombre que entiende, como su héroe Nelson Mandela, que el sentido del humor humilde y generoso lleva implícito el respeto por la inteligencia del otro, atributo imprescindible para borrar prejuicios y abrir mentes.
Obama mejoraría el ambiente, sin duda. ¿Pero cuál sería el camino a seguir? Ante la ausencia de un plan aceptable para todas las partes, les ofreceré uno que emergió en un restaurante chino aquí en Londres durante una comida que tuve la semana pasada con un inglés y dos catalanes.
Esta es nuestra modesta propuesta. Incorporar Cataluña a Reino Unido. O, según como cada quien lo quiera ver, incorporar Reino Unido a Cataluña. Significaría matar de un tiro los dos grandes problemas europeos, el Brexit y el Catexit.
A los ingleses les encantaría la idea, empezando por la delicia, desconocida desde tiempos del imperio, de saber que tienen un lugar suyo en el mundo con playas, buena comida y sol. Les convendría a efectos prácticos también. El precio de salir de la Unión Europea es la pérdida del acceso al mercado único continental; sumar Cataluña a su esfera mercantil ampliaría sus reducidas opciones de manera nada desdeñable. Y en el caso de que España se viese obligada por Bruselas a expulsar a los británicos jubilados en la Costa del Sol la solución sería simple: se mudan todos a la Costa Brava.
Para los catalanes las ventajas serían incluso mayores. Ya que el precio del Catexit también sería la salida de la Unión Europea, tendrían el considerable consuelo de poder comerciar sin tarifas o impuestos con un mercado de 66 millones de personas. En cuanto a la posibilidad de trabajar en Reino Unido, habría vía libre, sin competencia francesa, italiana o polaca. Tras el Brexit, los catalanes serían los únicos europeos que tendrían garantizado el acceso legal al empleo en las islas. Adiós al paro en Cataluña.
Ambos territorios gozarían, por supuesto, de un máximo de autonomía, por ejemplo en cuanto a la recaudación y distribución de impuestos. Pero con el enorme plus para Cataluña, como en Gibraltar, de tener sus costes militares cubiertos. Las Fuerzas Armadas británicas defenderían sus fronteras gratis, como en las Malvinas.
El hecho de que Inglaterra y Cataluña compartan el mismo santo patrón (Saint George / Sant Jordi) facilitaría la transición ya que ambos celebrarían la misma fecha patria. En cuanto a la sintonía cultural, sería inmediata. El temperamento catalán es más parecido al inglés que al español. Ambos son reprimidos, secos, e irónicos y les gusta verse a sí mismos (por más que la realidad actual les contradiga) como gente más pragmática que emocional.
Un problema que pocos han anticipado en el caso de que Cataluña se separe de España sería la crisis de identidad que sufriría el sector más nacionalista de la ciudadanía. Una vez más, el vínculo soberano con Reino Unido vendría al rescate. Tendrían en bandeja la apetecible opción de sentirse víctimas del “Estado británico”; con el tiempo un movimiento independentista podría volver a florecer. Y referéndums, todos los que quieran. En Reino Unido ya les concedieron uno a los escoceses, necesario ya que había un clamor popular para que se celebrara, y otro espectacularmente innecesario, el del Brexit, que el público no pidió y respondía solo a las tensiones internas del Partido Conservador.
La consecuencia más grave de dejar España para el grueso de la población catalana sería que el F.C. Barcelona tendría que abandonar la Liga española de fútbol. Con la incorporación a Reino Unido, problema resuelto. El Barça jugaría en la Premier League inglesa. Muchos echarían de menos el dulce odio de la rivalidad con el Real Madrid pero eso también tendría solución. El Manchester United ofrecería una excelente alternativa, especialmente si José Mourinho siguiese como entrenador del United muchos años más.
El Real Madrid sería el gran perjudicado pero España en general saldría ganando el día que los catalanes cambiaran al joven rey por la vieja reina. El orden, o desorden, actual es insostenible. Y, seamos honestos por favor, los españoles están tan hartos de los catalanes como los catalanes de los españoles. Quizá más.
Ahora, reconozco que esta modesta propuesta podría resultar polémica, incluso inaceptable para algunos. Es posible que algo más viable surja de un diálogo liderado por una persona mayor como Barack Obama. Me limito, con afán respetuosamente constructivo, a poner el plan del restaurante chino sobre la mesa. Más inútil o contraproducente que todo lo que ha salido desde Madrid hasta la fecha, imposible.
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