Atrapada por su pasado
La última jornada de la Semana de la Moda de Madrid mira hacia atrás (sin ira) con los expertos en bodas, bautizos y fiestas de guardar
El traje de cóctel no salvará la moda española, pero tampoco la dejará morir de inanición. La última jornada de una Mercedes Benz Fashion Week Madrid que se ha querido, si no revolucionaria, al menos sí novedosa solo podía estar consagrada a ese rutinario comodín que los diseñadores de la pasarela madrileña manejan como tabla salvavidas mejor que nadie (los que van de jóvenes también, no nos engañemos). En Ifema, el día del vestido de cóctel es como el de la marmota, los cronistas convertidos en trasuntos de Bill Murray a merced de la eterna moqueta del Pabellón 14. Y no, no hay salida, por mucho que ahora se empeñen en deslocalizar los desfiles.
El nuevo bucle comenzaba este lunes con el tándem The 2nd Skin Co., que, honestidad por delante, nunca ha pretendido otra cosa que vestir de lujo las ceremonias de guardar. En esta ocasión, además, Antonio Burillo y Juan Carlos Fernández tenían la coartada perfecta para dejarse atrapar por su pasado: la celebración del décimo aniversario de la marca. Sin solución de continuidad, su propuesta (titulada Preparada para brillar) bien podría ser la de la anterior temporada. O la de hace dos. O tres. Una suerte de grandes éxitos vertebrados por esa vena couture que funciona a la perfección cuando el patrón deja correr el aire entre prenda y cuerpo. Y que hubiera ganado la partida de abundar en los minivestidos de líneas geométricas depuradas a los que, de no ser por el lastre de los muchos lazos y ornamentos florales (elementos de la vieja costura), nadie negaría su eficacia minimalista. Ni siquiera en Nueva York, donde planean presentarla también.
Alvarno tampoco se quedó descolgado mirando atrás (sin ira). En su caso, el guiño temporal estaba en los muy reconocibles cuellos de camisa blanca almidonada con lazada negra que rematan prácticamente todos los modelos de su presentación. “Es un homenaje a nuestros 15 años de trabajo junto a Karl Lagerfeld”, explicaba entre bastidores Arnaud Maillard, la mitad francesa de la pareja. “Y es lo que aporta actitud a la colección”, apostillaba Álvaro Castejón, su cincuenta por ciento español. La intención era transmitir “ligereza, frescura y emoción”, pero los ingeniosos drapeados y las tiras de efecto bondage primaron, sobre todo, la sensualidad. Y la opulencia de los tejidos (satén de doble cara, shantung, gasa de jacquard) y los detalles bordados, el maximalismo. “Ha sido un trabajo de costura de locos, porque todas las tiras están cortadas al bies. Solo para estas prendas pedimos mil metros. ¡En el taller querían matarnos!”, continuaba Maillard. El dúo, que el pasado año abandonó la dirección creativa de la firma francesa Azzaro, vuelve a abundar así en una labor artesana enemiga del actual furor lo veo ahora, lo compro ya.
“No me interesa. Yo estoy más por la moda lenta, lo hecho despacito, la artesanía. Es lo que sé hacer bien”, terciaba por su parte Juan Duyos. Veterano de esta pasarela, el diseñador madrileño también sabe perfectamente lo que se espera de él: “En 2008, me di cuenta de que tenía que dedicarme a lo que mejor se me da y a lo que podía dar abasto con mi equipo. De ahí el traje de cóctel, porque es lo que la gente me demanda”. Él, que no se considera en absoluto un tipo ambicioso, esta vez se ha dejado llevar: el preciosismo con el que están trabajados los vestidos que componen Deseo, su colección para la primavera/verano 2018, los ponen en la órbita del haute-à-porter.
La revisión de cierto glamour cinematográfico antañón, pasado por la túrmix de la bucólica campiña francesa (sic), del gallego Jorge Vázquez; la exaltación autorreferencial de Hannibal Laguna (Hannibalissimo, para la ocasión), en pleno festejo de sus tres décadas de carrera que corona con el lanzamiento de una línea de perfumes (seis fragancias inspiradas en otras tantas de sus colecciones históricas), el premio L’Oréal a la mejor colección de la semana para Juan Vidal (el tercero ya, que nadie hace los trajes de cóctel como él) y como mejor modelo para Aya Gueye (de origen senegalés, la tercera modelo de color en recibir el galardón en la historia de la pasarela madrileña) acabaron de engrasar esta máquina del tiempo que aún es la MBFWM, que ni aireando a sus creadores se sacude el polvo de la losa institucional.
Atracción de feria
La pasarela madrileña ha concluido, en realidad, tal y como había empezado: fuera de lugar. El Parque de Atracciones fue el escenario elegido por Maria Ke Fisherman (el tercer dueto de la jornada) para dar rienda suelta a su Fishing Day, una colección escapista de confección multicapa que superpone tejidos técnicos, piezas de camisería, arneses de inspiración militar y ese croché que siempre les tejen las monjas de un convento de las Carmelitas Descalzas. Con clientes como Lady Gaga y Miley Cyrus y puntos de venta internacionales del alcance del emporio estadounidense Opening Ceremony, María Lemus y Víctor Alonso continúan experimentando con una iconografía propia que, para la ocasión, situaron en un parque recreativo. La propia colección pudo contemplarse dentro de una de las atracciones, a la que solo se podía acceder en grupos limitados. Si el medio es el mensaje, este estaba clarísimo. Por lo que respecta a su uso como metáfora de la situación, que cada cual la aplique a conveniencia.
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