En defensa del autorretrato

NO ES LO mismo un selfie que un autorretrato. Quizás se utilicen como sinónimos pero no tienen la misma implicación.  Un selfie es algo rápido, mecánico, efímero, una fotocopia de nosotros mismos. Tan pronto como lo subimos a las redes sociales lo olvidamos. El autorretrato sin embargo requiere una intención, refleja a su autor por fuera y por dentro en un momento determinado de su vida. Es una expresión íntima, meditada, irremplazable.

El autorretrato siempre ha sido un género recurrente en el arte. Van Gogh decía que pintarse a sí mismo era la forma que tenía de ver eso que tanto le atormentaba. Frida Kahlo tenía un espejo sobre su cama que le permitía seguir pintando su rostro una y otra vez durante los largos periodos que pasaba enferma. Más de un tercio de las obras que dejó la artista son autorretratos. Ella decía que se pintaba a sí misma porque era el tema que mejor conocía. Picasso por su parte se dibujó en 90 ocasiones, de los 13 a los 91 años. Cada uno de estos cuadros refleja la evolución de su estilo, cómo le cambiaron los años.

También la fotografía está plagada de autofotos icónicas. Andy Warhol era un habitual del autorretrato. El pasado mes de junio, una impresión de una foto que el artista se había sacado en un fotomatón por 10 centavos se vendió en una subasta por 6.278.000 euros. También el español Alberto García-Alix ha explorado su cuerpo y su alma a lo largo de toda su obra. En alguna ocasión ha explicado que no hay una mirada inocente y espontánea, que siempre existe una intencionalidad. Eso es lo que diferencia sus imágenes y las del resto de artistas de un selfie y es lo que ha querido defender Adolfo Domínguez con su campaña #estonoesunselfie. La marca ha querido organizar un concurso de fotografía online y va a sortear entre los autorretratos de sus clientes cuatro vales de 500 euros.

Juan Carlos de Marcos