¿Por qué olvidamos el poder de las plantas?
UNOS VERSOS de Fernando Pessoa sirvieron de inspiración a la fotógrafa Ouka Leele para componer su obra Nuestras hermanas las plantas, esas santas a las que nadie reza. La obra, cargada de una nostalgia evocadora, representa una vieja escoba apoyada en un árbol rodeada de bruma y de piedras llenas de musgo. Aunque uno no sea muy religioso y nunca se le haya ocurrido rezar a una planta, es cierto que estas son las grandes olvidadas cuando se habla de ciencia. En su libro Elogio de la planta, el botánico Francis Hallé recuerda que un académico francés, analizando la obra Robinson Crusoe, describía cómo el marino camina por la isla rodeado por una catedral de verdor, se fabrica un gorro de helechos y varias horas después encuentra al primer ser viviente, un animal. Realmente todo el tiempo había estado rodeado de seres vivientes: las plantas que forman la selva. No obstante, este olvido es muy común. La divulgación científica peca de zoocentrismo. Cojan cualquier título que tenga que ver con la biología y normalmente hablará de animales. Da igual que el libro trate de virus, de la percepción de la luz o de la evolución. Esto no deja de ser una clamorosa injusticia, ya que la mayoría de los avances en biología se han hecho estudiando plantas. La primera célula la descubrió Hooke sobre tejidos vegetales, de la misma forma que el primer virus fue descubierto por Ivanovski y Beijerinck tratando de encontrar el agente causante de una enfermedad que afectaba a las plantas de tabaco. La cromatografía, una técnica básica en la química que sirve, entre otras cosas, para hacer muchos de los análisis que le manda el médico, la desarrolló el botánico ruso Tsvet tratando de separar una mezcla de pigmentos de plantas. La primera evidencia de que los cromosomas se entrecruzan durante la división celular y de que existen elementos móviles dentro del genoma la obtuvo McClintock estudiando el maíz. Y, por supuesto, un monje agustino trabajando en el patio de su monasterio en Brno y haciendo cruces con guisantes o judías logró descifrar las leyes de la herencia, mundialmente conocidas como leyes de Mendel.
El zoocentrismo en la divulgación científica es injusto: la mayoría de los avances se han hecho estudiando a las plantas.
De hecho, si hemos descubierto más procesos básicos en plantas que en animales es debido a que su biología es mucho más interesante que la de un animal. Cuando a una vaca le pica un bicho mueve el rabo, cuando tiene sed busca agua y cuando tiene calor se va a la sombra. Es decir, ante cualquier circunstancia adversa, la respuesta se basa en el sistema nervioso para captar la señal, procesarla y enviar las órdenes al sistema músculo-esquelético para que se mueva y encuentre una solución. Las plantas, en cambio, son organismos inmóviles. Sin embargo, llevan millones de años sobreviviendo a circunstancias ambientales adversas y a bichos que se las quieren comer, lo que indica que tener músculos o cerebro (desarrollarlos suele ser excluyente) está sobrevalorado. Las plantas, ante cualquier circunstancia adversa, lo que hacen es poner en marcha una respuesta basada en la activación y represión de genes para sintetizar moléculas tóxicas que las protejan frente a depredadores, antioxidantes que las amparen del exceso de luz solar, moléculas solubles que retengan agua… Desde hace tiempo hemos sabido sacar provecho a esta impresionante riqueza química que poseen las plantas, y así, además de alimentarnos de ellas, hemos obtenido medicamentos, especias, colorantes, fibras y un largo etcétera.
A nivel molecular eso se traduce en que, en general, cualquier planta tiene un genoma bastante más grande que el de un animal y un mayor número de genes. El que se considera el organismo con mayor genoma conocido es, cómo no, una planta: Paris japonica, una especie ornamental. Por eso, estudiar cómo se regulan y cómo interaccionan estos genes para producir estas moléculas es complicadísimo y a la vez fascinante, además de tener muchísimas aplicaciones; entre otras, producir alimentos de forma más eficiente. No deja de ser curioso que en la actualidad gastemos muchos más recursos en investigar procesos relacionados con la biología animal que con la vegetal, cuando en el mundo sigue habiendo más gente que se muere de hambre que de cáncer.
La vida en verde
Los animales somos organismos heterótrofos. Esto quiere decir que no somos capaces de sintetizar nuestra propia materia orgánica, por lo que tenemos que alimentarnos de plantas o de animales que hayan comido plantas. La energía que mueve la vida es la energía solar que captan las plantas en la fotosíntesis, que se utiliza para convertir el dióxido de carbono en azúcar. A efectos prácticos, esto implica que los animales desaparecerían si no existieran las plantas. Sin embargo, las plantas podrían vivir muy bien sin animales. Una catástrofe que matara a todos los animales podría implicar la extinción de alguna planta muy dependiente de los insectos para la polinización, pero pronto otra especie sin zoodependencia ocuparía su lugar. Larga vida a las plantas.
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