Las mascotas de EE UU gastan tantas calorías como todos los franceses
Un investigador calcula la huella ecológica de los 77,8 millones de perros y 85,6 millones de gatos del país
En las cuentas del cambio climático, hay un factor importante que muchas veces se olvida. Un artículo reciente publicado en la revista Environmental Research Letters daba algunos consejos para reducir la cantidad de gases con efecto invernadero que cada uno produce: “Comer una dieta basada en los vegetales, evitar los vuelos en avión, vivir sin coche y tener familias más pequeñas”. Recientemente, el investigador de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) Gregory Orkin añadía un factor olvidado por aquel trabajo: las mascotas. En particular los perros y los gatos.
El investigador realizó una estimación del impacto medioambiental de los animales de compañía en EE. UU., un país en el que más del 60% de los hogares tienen uno. Según datos de 2015, allí viven 77,8 millones de perros y 85,6 millones de gatos. Calculando un peso y un consumo medio para todos ellos estima que gastan tantas calorías en su dieta como 62 millones de personas, la población de Francia o Reino Unido. Además, perros y gatos comen más carne de media que los humanos, alcanzando el 25% de las calorías de origen animal que se ingieren en el país. Orkin, que ha publicado sus resultados en la revista Plos One, comenta que si los gatos y perros estadounidenses formasen un país independiente, ocuparían el quinto puesto en consumo de carne, solo por detrás de Rusia, Brasil, EE UU y China.
Otros estudios citados por Orkin calculan que para criar los animales que después se comerán los estadounidenses se genera el equivalente en gases con efecto invernadero a 260 millones de toneladas de dióxido de carbono. La carne devorada por perros y gatos supondría producir 64 millones de toneladas de dióxido de carbono, lo mismo que 13,6 millones de automóviles. También tienen un sitio en el artículo de Orkin las heces: las mascotas producen 5,1 millones de toneladas cada año, una cantidad similar a la de 90 millones de estadounidenses.
El autor del estudio vincula el impacto medioambiental de las mascotas con el incremento global de la riqueza. El progreso material de millones de personas en el mundo en desarrollo ha hecho que cada vez se viaje más, se consuma más carne y se tengan más mascotas. Además, el incremento de la riqueza y los cambios sociales hacen que estos animales sean tratados como si fuesen humanos, proporcionándoles productos de carne de gran calidad. Aunque hay parte de la comida para mascotas que no sería aceptable para la alimentación humana, Orkin considera que hay “una tendencia a la humanización de la comida de mascotas que compite directamente con el sistema de alimentación humana”.
La carne devorada por perros y gatos supondría producir 64 millones de toneladas de dióxido de carbono, lo mismo que 13,6 millones de automóviles
Las conclusiones de Orkin tienen similitudes con las que planteaban en su libro Time to Eat the Dog Brenda y Robert Vale. Calculando la huella ecológica en hectáreas, estimaban que un perro de tamaño medio en un país rico requiere 0,84 hectáreas de terreno. Un vietnamita medio, con datos de 2004, tendría una huella de 0,76 hectáreas y un etíope 0,67.
Como dijeron en su momento los Vale, Orkin aclara que no quiere que la gente deje de tener animales. Igual que viajar en avión, tener hijos o consumir carne, vivir con una mascota es una decisión más en la vida con sus consecuencias. La información debe servir para elegir con conocimiento e incluso pensar en la manera de reducir el impacto ambiental de hacer algo que nos gusta. Los gatos, por ejemplo, no pueden tener una vida sana sin comer carne, pero es posible hacer que los perros se hagan vegetarianos. En una entrevista con Materia, el director del Centro de Bioética de la Universidad de Nueva York, Matthew Liao, planteaba que se podría dar a la gente la opción de tener un hijo alto o dos de tamaño mediano. Mucho menos estrambótico sería incentivar la posesión de animales de compañía pequeños.
Orkin no tiene mascota. Le gustan, pero es alérgico a ellas. Sin embargo, reconoce que no es vegetariano y que comer carne es costoso desde el punto de vista ecológico. “Los que estamos a favor de comer carne tenemos que ser capaces de conversar de forma informada sobre nuestras elecciones, y eso incluye las elecciones que tomamos respecto a nuestras mascotas”, comenta. Y concluye: “Las mascotas tienen muchos beneficios, pero también tienen un impacto medioambiental enorme”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.