Patera con petróleo al fondo
El Mediterráneo es la gran brecha que deja a un lado a las sociedades del Estado de bienestar y, al otro, a las personas que sueñan con conquistarlo
Es posible exponer las contradicciones del mundo sin necesidad de las personas. Pongamos en escena nuestros iconos: una patera varada; una plataforma petrolífera al fondo, y el Mediterráneo, ese agujero que todo lo traga, como decorado.
El petróleo fluye de un lado al otro y mueve el planeta, provoca guerras, dictaduras, alianzas espurias, invasiones, terroristas y mareas de folios de geopolítica. Alza y tumba ejércitos. Desestabiliza países, los sume en el caos, y obliga a las personas a huir. Pero no conoce fronteras. O es capaz de atravesarlas, en buque o en gasoductos, y su bombeo incesante engrasa las economías del globo.
El Mediterráneo es la gran brecha, una de las fronteras más desiguales del planeta. A un lado te juegas el cuello cada día. Al otro, la esperanza de vida alcanza cotas nunca vistas y existe un Estado de bienestar y una larga lista de derechos. A esta orilla, los que trazaron las fronteras. Allá enfrente, los que aún sienten su peso. Una vez, un refugiado expresaba así qué suponía hallarse a las puertas de Europa: “Pasar del mundo peligroso al mundo seguro”.
Y la patera. Ese medio de transporte primitivo que trata de coser ambas riberas. Y cuyo clímax, en este guion macabro, suele producirse al poco de zarpar. Un desenlace a vida o muerte. Esta barquita, en concreto, se encuentra a la deriva al norte de Libia, de donde partió con siete pasajeros; quedó vacía tras ser rescatada por el buque Aquarius de SOS Méditerranée y Médicos sin Fronteras, dos de las ONG que aún siguen en el mar, después de que Trípoli anunciara, incluso a balazos, que recuperaba el control en sus aguas; el mismo año en que regresan las embajadas europeas a Libia, y en que la UE comienza a formar a sus guardacostas, mientras su producción de crudo recupera niveles de 2014.
En la imagen no hay respuestas. Ni personas. Solo protagonistas inanimados. En una ocasión, a un general experto en Oriente Próximo se le preguntó cuál era la solución a este desaguisado de guerras y refugiados. Lo pensó un poco y dijo: “El coche eléctrico”.
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