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Columna
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‘Conectoma’

La lista completa de las partes de un sistema no basta para predecir su comportamiento

Javier Sampedro
Sin conocer las moléculas, los átomos y las partículas subatómicas no entenderíamos absolutamente nada sobre el mundo.
Sin conocer las moléculas, los átomos y las partículas subatómicas no entenderíamos absolutamente nada sobre el mundo.Getty Images

“Reduccionista” se ha convertido una especie de insulto con muchos humos, como cuando sale uno y dice: “Eso que sostiene usted es un reduccionismo, señor mío”. El diccionario de la Real Academia Española no recoge el término, pero podemos apañarnos con la “simplificación excesiva de lo que es complicado” que nos ofrece el WordReference. El diccionario filosófico filosofía.org aporta un análisis más fino y matizado —menos reduccionista, tal vez—, y reconoce algunos casos de reduccionismo bueno, o filosóficamente permisible. La teoría de la deriva continental de Wegener, por ejemplo, “parte de las disposiciones actuales de los continentes (como partes aisladas) y regresa hacia totalidades (Laurasia, Gondwana, Pangea) que comprenden a las iniciales”. Es esta segunda parte sintética, o vocación de totalidad, la que parece redimir así el reduccionismo cerril de la primera parte, la de analizar los componentes de las cosas.

En realidad, todos los científicos son reduccionistas en el buen sentido, es decir, en el sentido de que creen que comprender una cosa conlleva aprender de qué está hecha. El universo es sin duda complicado, pero díganle a un físico que la teoría atómica es una “simplificación excesiva” y verán la que se monta. Sin conocer las moléculas, los átomos y las partículas subatómicas no entenderíamos absolutamente nada sobre el mundo, incluido nuestro cerebro, que es una parte del mundo bien curiosa. Otra cuestión es si la lista de partes de un objeto basta para entender el objeto. Este es un asunto fundamental que nos remite necesariamente a la complejidad emergente, uno de los conceptos más interesantes de nuestro tiempo.

Complejidad emergente: ni el nitrógeno (N) ni el hidrógeno (H) huelen a amoniaco NH3.

Viene todo esto a que un consorcio científico internacional acaba de presentar en Nature el mapa completo del núcleo cerebral responsable del aprendizaje asociativo de los insectos. El nombre técnico de este mapa es conectoma, porque representa no solo todas las neuronas de ese órgano cerebral, sino también todas las conexiones que forman entre ellas. La capacidad de aprendizaje del insecto debe estar forzosamente encarnada en ese mapa, como el olor del amoniaco NH3 debe estar implícito en el N y los H que lo forman. Pero ¿entendemos ahora cómo funciona el aprendizaje en los insectos? La respuesta corta es no.

La lista completa de las partes de un sistema no basta para predecir su comportamiento. Necesitamos entender además sus principios de organización. Piense el lector en ello.

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