La fotografía antes de Instagram: mucha paciencia y nada de ‘selfies’
La Fundación Loewe reivindica la obra de Minor White, un auténtico verso suelto en la historia de la fotografía necesario para comprender a todos los demás
En sus últimos años, Minor White (1908-1976) disfrutó de una reputación paradójica en el mundillo fotográfico estadounidense. Por un lado, no cabía duda de que había influido a las jóvenes generaciones de fotógrafos a las que había impartido clase a lo largo de su extensa carrera docente. Por otro, no dejaba de ser un personaje algo estrafalario que iba de aquí para allá con su melena blanca, sus prendas demasiado anchas y un círculo de adeptos que creían firmemente en su teoría a contracorriente: que, a diferencia de lo que propugnaba el sensacionalismo sociológico de la revista Life (el estándar de aquellos años), la fotografía era un camino hacia la iluminación y el autoconocimiento, y un lenguaje capaz de generar estados metafóricos.
White, que como recordaba el crítico Andy Grundberg en The New York Times, “abrazó el catolicismo romano, el I ching, la filosofía zen, las teorías de Gurdjeff y la astrología, por ese orden”, había aprendido de Alfred Stieglitz que la fotografía podía ser un arte abstracto con poder propio, y con los años fue permaneciendo como un sofisticado anacronismo.
También como un misterio. La exposición que ahora trae la obra del norteamericano a Madrid, se puede visitar hasta el 25 de agosto, ubica en un mismo espacio la parte más conocida de su obra –enigmáticos primeros planos de elementos cotidianos, paisajes y objetos que, gracias al blanco y negro, adquieren profundidad abstracta– y también la menos frecuente: las imágenes que dedicó al cuerpo masculino, y que permanecieron ocultas hasta su fallecimiento. White nunca pudo vivir libremente su homosexualidad por miedo a las represalias académicas –al fin y al cabo, vivía de la docencia– y su personalidad, mística y esotérica, era poco dada a la exhibición.
En cierto modo, esta exposición tiene algo de iniciático: instalada en la sala de exposiciones ubicada en el sótano de la tienda Loewe de Gran Vía, es del tamaño preciso para aproximarse por primera vez a la obra de White y disfrutar con calma de sus imágenes. El estadounidense, que estuvo al frente de la revista Aperture desde 1952 hasta su muerte y defendió que la fotografía no era solo una forma de documentar curiosidades, creía firmemente que la buena foto no consistía en un golpe de suerte, sino de paciencia. Era capaz de esperar horas hasta que el paisaje se iluminara de forma adecuada o hasta que una mancha en la fachada de su casa adquiriera las sombras exactas. Cuesta imaginárselo en la era Instagram, pero precisamente ahí reside su valor.
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