Cómo las folclóricas se convirtieron en musas de la cultura gay sin pretenderlo
Desde la teatralidad de las copleras añejas a cuando Rocío Jurado dijo aquel célebre: "Yo soy progay"
En 2003, durante una entrevista en Canal+, a Rocío Jurado le preguntaron cómo llevaba que los gays fueran grandes fans de su persona. “Estoy orgullosísima de que eso ocurra —respondió con ese aire solemne y ausente que le caracterizaba—, son personas de muchísima sensibilidad, con muchos valores. Para mí es muy importante”. Y rubricó: “Yo-soy-pro-gay”. Dejando aparte que la frase ha sido estampada hasta en camisetas, resulta innegable que la Jurado tuvo un gran predicamento entre el público homosexual, lo mismo que Sara Montiel, Marujita Díaz, Carmen Sevilla, Lola Flores, Isabel Pantoja y otras reinas de la bata de cola. Divas, pero en versión cañí.
Para encontrar explicación a ese idilio hay que remontarse a los tiempos del franquismo. En la anodina cultura oficial de la dictadura, las copleras eran personajes excesivos, barrocos y frívolos. Como recuerda el periodista Carlos Primo, “en la España de los setenta la subcultura homosexual estaba siempre ligada a las folclóricas. Los travestis imitaban a Juanita Reina. Les fascinaba ese escapismo, muy teatral, muy femenino y muy exagerado”.
Resulta cuando menos curioso: aparentemente, las folclóricas eran unas señoras conservadoras que le bailaban el agua al régimen. (Por cierto, los entendidos prefieren llamarlas “copleras”, pues no interpretaban folclore, sino canciones de autores registrados y bien conocidos.) Pero los homosexuales supieron ver más allá. “Aunque de la copla se desprende una especie de conformismo con la realidad franquista, en el fondo subyace una rebelión constante de la mujer contra las circunstancias en las que se encuentra”, dice Pive Amador, músico y productor sevillano, autor de El libro de la copla (2013) y jurado del programa de televisión Se llama copla, de Canal Sur.
“Tratan una cantidad de temas en sus letras (infidelidad, amantes juveniles, masturbación) con una libertad que en literatura habría sido un escándalo”
Las estrellas de la música de esos años son casi los únicos ejemplos de personalidad femenina fuerte, ajena a los estereotipos machistas. “Eran mujeres empresarias que dirigían habitualmente su propia carrera, que tenían un estilo de vida que no encajaba con la idea de madre abnegada, a pesar de que luego hicieran muchas portadas para intentar lavar esa imagen. Eran figuras provocadoras en un contexto muy rígido”, sostiene Carlos Primo. Las primeras copleras, dicho sea de paso, venían del cuplé, un género de canciones picantes que se representaba en tugurios de mala muerte "ante público exclusivamente masculino", como precisa Pive Amador.
Era lo mismo que había ocurrido en los albores de Hollywood, uno de los primeros ámbitos donde las mujeres eran más importantes que los hombres. “Los estudios se medían por tener en nómina a Greta Garbo o Ava Gardner más que por tener a Gary Cooper o a Clark Gable, que eran galanes a la medida de esas actrices”, añade Primo.
En los setenta, uno de los escasos reductos de irreverencia estaba en las canciones de la copla. No todos sabían leer entre líneas, lo que hizo de aquellos discos éxitos masivos: entre los 20 más vendidos de la historia en España hay dos de Rocío Jurado. Aunque pertenecen a su faceta más pop, sus letras no son aptas para mentes mojigatas. “Tratan una cantidad de temas (infidelidad, amantes juveniles, masturbación) con una libertad que en literatura habría sido un escándalo”, plantea Carlos Primo. Otro dato: cuando a Rocío Jurado le dieron el premio Shangay en 2004 se lo dedicó a "esas niñas del pelo corto", en clara alusión a su público gay.
Incluso antes, sus letras eran tan escandalosas que en ocasiones no pasaban la criba de la censura. “A Juanita Reina se le censuró Yo soy esa, de la película Aeropuerto (1953), porque hacía referencia a una ‘mujer de la vida’. A Concha Piquer la multaban cada vez que cantaba Ojos verdes, una copla de la República, porque decía ‘mancebía’ [prostíbulo], cosa que estaba prohibida, y ella no quería cambiar la letra”, explica Pive Amador. El público homosexual a menudo se identificaba con la sensibilidad que derrochaban las canciones, “las más memorables escritas por un homosexual, como era Rafael de León”, prosigue.
Y, por supuesto, está la imagen. En los setenta, transformistas como Paco España recorrían las salas de fiestas a golpe de abanico imitando a las tonadilleras. Sobre estas, Joaquín Hurtado, locutor de Radiolé y especialista en música española, dice que “llevan su estética al límite: el maquillaje, el mal gusto en el vestuario y los pelos supercardados son la precuela de las drag queens. Ese exceso no es tan frecuente, y todo lo que sea colorín y púrpura siempre llama la atención”, explica.
Para José Aguilar, autor del libro Divinas y humanas (2016), “son mujeres con personalidades muy marcadas, exacerbadas, con una gran belleza, personajes muy histriónicos, hasta en la manera de utilizar los maquillajes. Representan el cliché de lo que de alguna manera se puede imitar”. Un conjunto de razones que hacen que incluso hoy estas grandes damas de la canción española sigan levantando suspiros en España.
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