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Columna
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El optimismo irritante

Manuel Rivas

DECENAS DE miles de huidos de los países ya desertificados solicitaban el estatus de refugiados climáticos, pero las naciones ricas se ponían a la defensiva y se negaban a darles acogida y a aceptar la nueva definición jurídica”. Lo que cuenta Bruno Arpaia en Algo, ahí fuera es una ficción que deberías leer a escondidas. Levantas la cabeza, husmeas, aguzas el oído como un animal en peligro. Bah, es una novela. No estamos más en peligro que ayer o anteayer. ¿O sí lo estamos?

La historia que cuenta Arpaia es la de una de las columnas de decenas de millares de personas que intentan llegar a los países escandinavos. Como ellos, nuestros ojos avanzan irritados por los lechos secos de los ríos y lo que ven en el antaño idílico lago Como es un fondo espectral de fango rodeado de carroña. La llamada Unión del Norte ha cerrado las fronteras hasta el Skagerrak y el mar Báltico, a la manera de la Gran Barrera levantada entre México y Estados Unidos.

Es un buen relato, de la entraña del autor de La última frontera (L’angelo della storia), en la que narraba las últimas horas de Walter Benjamin en Portbou, antes de suicidarse. Pero también, como el 1984 de Orwell o la serie televisiva El cuento de la criada, la distopía de Arpaia golpea por lo que tiene de peligrosa realidad acechante.

El cambio climático está en los grandes incendios, en las temperaturas extremas, en el envenenamiento del aire, en el crecimiento de los mares y en las inundaciones, en el deshielo de los polos y desecación de los ríos.

Dice un personaje de Ian McEwan, al que cita Arpaia, que tomarse el asunto del cambio climático con la debida seriedad supondría no pensar ya en otra cosa durante las 24 horas al día. ¿Por qué? Porque “todo lo demás resultaba irrelevante”. Así que decide desactivar la alerta permanente. Lo entiendo. No puedes estar pensando todo el tiempo en lo que le ocurre al aparato respiratorio mientras respiras. No vas a pararte a saludar a alguien querido, a quien no has visto hace tiempo, para hacerle notar que hay mucho más metano, benceno en el ambiente.

—¡Pues a ti qué bien te sienta el óxido de nitrógeno!

Con el cambio climático ocurre ya como con la negra sombra a la que dedicó Rosalía de Castro un gran poema sostenible que describe la inclemencia global fundida a la existencial: “En todo estás e ti es todo”. Está aquí y ahora, dentro y fuera. No es una profecía. En la estrella que brilla, en el viento que zumba, en el murmullo del río, y en la noche y en la aurora. Si el ser humano, según Píndaro, era “el sueño de una sombra”, en Rosalía es “la sombra que siempre asombra”. Y ahora estamos, con esta superproducción del infierno, el cambio climático, ante “la pesadilla de la sombra”. Un mago enloquecido pilotando la maquinaria pesada de una sombra que arde.

El cambio climático está en todo, también en quienes lo niegan. Un tipo como Donald Trump y todo el equipo alt-right que está interpretando para el mundo y a gran escala un remake de La leyenda de la ciudad sin nombre, de Joshua Logan, son un producto del cambio climático. La nueva ciudad sin nombre, que se alza sobre la codicia y un supremacismo ignorante hasta en la embestida, también tiene el suelo en que se asienta horadado por la depredación. Cada vez que veo a alguien negar el cambio climático, eructando con los gases del optimismo irritante, lo que veo es el auténtico rostro del señor Cambio Climático. Yo soy optimista. Hasta cuando leo el Apocalipsis me sale del alma: “¡Pues menos mal!”. Pero si hay algo que me repugna es ese “optimismo irritante”, profesional, de los que jalean la economía deshonesta, las cifras del poder contaminante, el negocio armamentista, lo que sea.

El cambio climático está en los grandes incendios, en las temperaturas extremas, en el envenenamiento del aire, en el crecimiento de los mares y en las inundaciones, en el deshielo de los polos y desecación de los ríos. En la suplantación de bosques y cultivos ­autóctonos por masas forestales y monocultivos. En la extinción de flora y fauna salvajes por la saturación de herbicidas y plaguicidas químicos.

Pero no solo eso.

El cambio climático está en el lenguaje. Lo intoxica, lo desalma. Está en la cultura. Con la uniformidad transgénica y clónica. En el periodismo. Lo deshidrata y lo incendia. Está en la política. La corrompe y desdemocratiza. El test de Cataluña prueba que puede empeorar el medio ambiente democrático en España. No hay ideas, sino medias ideas. Es el calentamiento. Podríamos empezar por beber algo más de agua.

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