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LA PUNTA DE LA LENGUA
Columna
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Más pequeña que pequeña

Disponemos de adjetivos que sugieren mejor el tamaño diminuto de la letra que aparece en los envases

Álex Grijelmo
©GettyImages

La palabra “pequeña” se queda a veces demasiado grande.

La verdad es que no puede definirse con rigor ese adjetivo, que tiene como antecedente pitinnus en el latín vulgar y que se documentó ya en torno a 1140 (Corominas y Pascual). Porque nuestra idea de lo pequeño y de lo grande varía según cada contexto; de ahí aquel viejo chiste: “Yo opino que lo mejor de la vida está en las cosas pequeñas: un pequeño yate, una pequeña mansión, un pequeño avión…”.

Una pequeña mansión mide más metros que un piso grande. Por eso el adjetivo “pequeña” puede sugerir una dimensión mayor que su antónimo “grande” si éste se proyecta sobre un objeto de escaso volumen habitual. Del mismo modo subjetivo, lo que se llamaba “la pequeña pantalla” ha crecido ya tanto en pulgadas y plasmas, y tanto ha decrecido la del cine (antes “pantalla grande”), que pronto habrá que aplicar aquel viejo sinónimo a éstas y no a aquéllas; y viceversa.

El Diccionario define “pequeño” como lo que tiene un tamaño inferior a otros de su misma clase, mientras que “grande” es lo que muestra una dimensión superior a lo común y regular. Pero la entrada “pequeño” recoge una locución interesante: “Letra pequeña”. Con la siguiente definición: “Parte de un texto o contrato en la que figuran cláusulas importantes que pueden resultar menos atendidas por aparecer en un cuerpo menor”. Por tanto, el concepto de “pequeña” se activa merced a una comparación. Y en efecto, esa letra de contratos o prospectos, de instrucciones o de etiquetas, se imprimió siempre en un cuerpo inferior al del texto principal, sí. Pero si su tamaño sigue decreciendo, ¿hasta cuándo seguiremos llamándola pequeña?

Leer la lista de ingredientes al tomar unas galletas del estante en el supermercado a fin de verificar si contienen aceite de palma o comprobar una vez más cuántas palabras pueden enmascarar el concepto “azúcar” no exige ya solamente haber cogido las gafas al salir de casa, sino llevar en el bolsillo una lupa o, para casos más acentuados, un buen microscopio. A ser posible, un microscopio nuclear.

La obligación de que los productos alimenticios incorporen información sobre las materias con que fueron fabricados ha ido ejerciendo una formidable reducción de los textos correspondientes, muchos de los cuales evitan superar el mínimo legal europeo de 1,2 milímetros (cuerpo 4), ya de entrada poco exigente.

Así, cuando nos venden una reducción del vinagre de Pedro Ximénez puede que estén refiriéndose más bien a lo que han hecho con el tamaño de las explicaciones que vienen en el envase.

Hoy en día, leer la letra pequeña se parece mucho a leer la letra ilegible.

Por eso conviene recordar que la locución “letra pequeña” no refleja el grado de mayor reducción, pues por debajo de ese adjetivo disponemos de otros que sugieren mejor lo diminuto, casi siempre con notable presencia del fonema i (siguiendo el gusto de nuestro genio del idioma cuando quiere resaltar lo pequeño). Quien se proponga luchar contra estos abusos tiene a mano locuciones como “letra chiquitísima”, “letra ínfima”, “letra mínima”, “letra milimétrica", “letra microscópica” o “letra diminuta”, sin olvidar la opción “letra ridícula”.

Con tanta profusión alimentaria de palmistes, palmitatos, palmatos o palmíticos, uno ha de elegir entre dejarse el colesterol o dejarse los ojos.

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Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

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