Belén Coca, coleccionista de saltos al vacío
SEVILLA , 1982. Belén Coca era una niña tímida. Su madre le convenció —aunque no del todo— de que se disfrazara de punki para la fiesta del colegio de monjas. Llegó el día y ella estaba aterrorizada. No quería destacar. Quería ir como las demás. No le quedó más remedio que seguir el consejo materno. “Miré al frente, metí las manos en los bolsillos y le eché actitud”. Fue su primer salto al vacío. Pero la existencia de Coca (Sevilla, 1975) está trufada de esos momentos de pánico que, dice, siempre le han ayudado a dar un paso adelante. Aterrorizada, una vez más, al borde de los cuarenta resolvió que quería cambiar de vida. “Tras 15 años de carrera en publicidad, estaba agotada mentalmente. En esa época yo era directora creativa ejecutiva y me llegaron varias ofertas para agencias importantes. Las rechacé, pero me ayudaron a aclararme y entender que no quería seguir haciendo lo mismo, ni siquiera a un mayor nivel y ganando más dinero”. Al headhunter le confesó que dejarlo todo sin un plan para el día después era la decisión más ambiciosa que había tomado nunca.
El miedo sucedió a la euforia que experimentó al cerrar esa etapa de su vida. El 1 de enero de 2015 comenzó a buscar una respuesta a la pregunta: ¿y ahora qué? “Mi cargo era como un abrigo de pieles, que me envolvía y reconfortaba y en el que la gente se fijaba. Al quitármelo, me quedé desnuda y no sabía si a los demás les iba a parecer atractivo lo que veían. Pero resulta que todos somos grandes admiradores del riesgo ajeno”
Así, Queridos admiradores del riesgo ajeno, ha titulado una de las conferencias que ofreció recientemente ante una audiencia de jóvenes emprendedores. “Ahora creo que parte de mi misión es desmitificar. La épica del riesgo es muy popular en estos momentos, pero ni todo es tan bonito ni tan fácil. Te enfrentas a grandes incertidumbres. Yo tenía la ambición de construir una vida creativa para mí y no solo para mis clientes, y me he inventado una fórmula que me sirve pero no recomendaría a nadie”.
Ella al final tuvo que admitir que no podía dedicarse a una sola cosa. “Tuve que aceptar que tenía intereses y aptitudes diversas y traté de montar un tetris en el que todo encajara. Ahora doy charlas en empresas e universidades, gestiono proyectos de branding y estrategia digital, hago talleres que unen música y creatividad, y estoy preparando un nuevo disco con mi banda, Niña Vintage”.
La música cada vez ocupa un espacio mayor en su puzle profesional. “En los últimos tres años en la agencia, había empezado a cantar y sentía que me ayudaba a despertar mi creatividad”. Su experiencia y numerosas lecturas sobre psicología y neurociencia nutren los talleres La Voz Creativa —su punto álgido es un karaoke catártico— que demandan, sobre todo, empresas innovadoras como Google o TeamLabs. “Cantar juntos y perder la inhibición es una buena manera de generar confianza en equipo y abrirse a compartir ideas”.
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